[Gracias Cessi Riva por compartir conmigo tan linda anécdota 💜]
A un costado, en la penumbra, ahí está él. Los gritos y el dolor no le pertenecen, pero los siente como si fueran propios. No lo asisten para chequearle su presión ni su oxígeno. Nadie se preocupa demasiado si sus latidos aceleran o desaceleran. Al costado del parto, está el papá esperando y acompañando. El papá presente, claro está, ese tipo de papá que quiere estar. Ese papá que si no está, es porque realmente no puede. Pero que cuando está… está al cien por ciento.
Luis se despertó un 4 de septiembre de 1982 en su casa de Olivos creyendo que ese iba a ser un día como cualquier otro. Saludó a su esposa Mariel y a su hija más grande, Cessi, y se fue a trabajar a Microcentro. El almuerzo de trabajo que tuvo ese día quizás hubiera quedado en el olvido si el mozo no lo hubiera interrumpido con una gran noticia: Mariel había roto bolsa, su segunda hija, Mechi, estaba en camino.
La noción del tiempo es tan subjetiva que un viaje que uno hace todos los días puede tornarse de golpe una eterna travesía. Al llegar a Olivos, Luis se dio cuenta de que no había tiempo para subir a Mariel al auto y llevarla al sanatorio; Mechi estaba asomando ya su cabecita y necesitaba que su padre, ese mismo que se impresionaba al ver una mínima gota de sangre, la recibiera. Hay momentos en que la vida no te da mucho margen para decidir si uno va a ser valiente o no. Pero uno sabe que el no serlo tiene un costo demasiado alto.
En su propia cama, con toallas, mantas, agua y alcohol, Luis sacó a su segunda hija de la panza de su mamá para traerla, literalmente, a este mundo. Mercedes nació en el calor de su hogar, en medio del más perfecto estado de trabajo en equipo que una pareja pudiera afrontar: Mariel haciendo el trabajo duro del parto y Luis el de un médico improvisado. No en la penumbra ni a un costado, sino en el centro.
Las enfermeras y monjas del Mater Dei recibieron con aplausos a Luis, que traía en su auto a Mariel y a la pequeña Mercedes, mientras flameaba una toalla blanca para hacerse camino entre el tráfico.
Luis y Mariel tuvieron en total 7 hijos. Por su trabajo, Luis no pudo estar en el nacimiento de todos ellos. Pero después de la hazaña de Mechi, a ninguno de sus hijos le cabe dudas de que si Luis hubiera estado ahí habría sido capaz de hacer todo lo que ellos necesitaran y más. Y es que un padre se forja día a día, en pequeñas cosas que se hacen y que se dicen, en ese vínculo que construye la confianza de saber que no importa lo que pase ni lo que hagamos, su incondicionalidad no se negocia.
¡Feliz Día a Luis y a todos los padres que dejan una huella de amor a su paso!