Cuento: «Solo te pido mis mariposas»

[Este cuento forma parte de mi iniciativa #ContemosJuntos. El nombre del personaje principal lo eligió @epc_84, el sentimiento que la mueve @erica0873, la palabra clave del título @ritaraggi y la pregunta sorpresa de esta edición («¿Edad del personaje principal?») la respondió @historias.chiquitas. ¡Espero que les guste!]

«Me cuesta imaginarte reír. No, lo que me cuesta es imaginarte reír sin mí. Me cuesta imaginarte feliz… sin mí. Será por eso que te pienso siempre apagado, inexpresivo. ¿Acaso no me extrañás? No puede ser, me niego a creerlo. ¿Serán tus sonrisas de esas que esconden tristezas? Tiene que ser. Solo así puedo imaginarte riendo. Solo si pienso que en realidad estás aparentando. Será que lo que imagino es tu verdadero yo: ese que siempre fui la única capaz de ver. Ese que hasta para vos estuvo siempre vedado.» Edith termina de leer lo que escribió y hace un movimiento brusco con la cabeza. Es una mezcla de tristeza y desaprobación.

Deja los papeles así como están arriba del escritorio. En otro momento los hubiera acomodado, ordenado. Pero ahora no. Ni siquiera tiene fuerzas para agarrar el mate que quedó a medio tomar. Mira la escena como si fuese de otro. Intenta encontrar en ese espacio el lugar que alguna vez fue de ella. Pero es que ya no sabe ni lo que significa ser ella después de todo. Está desorientada, ida, ausente. No se encuentra tampoco en esas palabras que acaba de escribir y que describen exactamente lo que ella siente. ¿Pero es que sigue sintiendo después de tanto tiempo? ¿Cómo puede ser que esa nube negra todavía no se haya ido?

Su cabeza da vueltas. Ya no sabe qué día es, ni en qué momento del año está. Perdió la noción de todo. Lo perdió a él. Perdió todo. «Así que así se siente» piensa. Después de 32 años es la primera vez que puede decir que siente amor. Es que nunca le importaron demasiado esas cosas. Mientras sus compañeras de la secundaria estaban pendientes de las miradas, los chismes y las declaraciones empalagosas de amor, ella estaba enfocada en otra cosa. Ella solo quería recibirse y liberarse.

Estaba estudiando eso que siempre había querido. Estaba enfocada en su clase, su materia, su carrera. Se recibió con honores: meta cumplida. Las noches de sábado las había vivido entre libros, pero eso, que para otros era motivo de lástima hacia ella, Edith lo vivía con orgullo.

Llegó el primer trabajo, la satisfacción de poder hacer lo que más le gustaba. Estaba enfocada en su escritorio, su proyecto, su trabajo. Hasta que llegó él: chomba celeste, pantalón caqui, zapatos náuticos, mochila puma, rulos color castaño. ¿Se llama flechazo también cuando solo pega de un solo lado? Edith estaba por descubrirlo.

«Siento mariposas en la panza.» ¡Qué cursi le había parecido a Edith siempre esa frase! Y sin embargo, ahora que se enamoró, no podía haber otra que describiera mejor lo que sentía. Cada vez que lo veía a él todo su cuerpo se revolucionaba. En su panza sentía un vértigo parecido al de la montaña rusa. Podía seguir la conexión de todo su sistema nervioso: el torrente de energía nacía en la panza pero se trasladaba a cada rincón de su ser. Sus pies se tropezaban, sus manos temblaban, su cara se encendía de un rojo furioso. Y esas mariposas en la panza no desaparecían durante todo el tiempo que durara el encuentro. Edith se sorprendió la primera vez que se dio cuenta de que ellas sólo estaban cuando estaba él; instantáneamente se iban volando atrás suyo cuando se iba. ¡Qué gris se volvía todo entonces! Gris, monótono y soso.

La torpeza de su inexperiencia en este tipo de sentimientos en un primer momento la habían hecho recluirse. Pero era tanto lo que extrañaba las mariposas que empezó a pensar cómo podía hacer para prolongar la presencia de ellas sin quedar en ridículo. Intentó generar encuentros casuales en la cocina, en la sala de impresión, en el ascensor. Pero duraban demasiado poco para su gusto. ¿Es que era momento de dar el paso? ¿Es que era esa señal suficiente de que podía empezar entre ellos una historia de amor? Definitivamente era él el que traía las mariposas, ningún otro hombre que hubiera conocido hasta entonces llevaba consigo semejante magia.

Un día Edith estaba tan compenetrada en sus pensamientos que no se dio cuenta de que era la mano de él la que frenaba la puerta para que el ascensor no se fuera. «¡Gracias!» le dijo con felicidad al ver que había llegado a tiempo mientras se acomodaba la mochila y se peinaba sus rulos color castaño. Por primera vez Edith se animó a mirarlo a los ojos. La mariposas revolotearon por todos lados hasta hacer un torbellino a su alrededor. Él tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando. Pero no pudo evitar mirarla a ella también a los ojos. El viaje hasta la recepción fue corto pero definitorio. «¿Vamos a tomar algo?» lanzó Edith convencida de que ese era el camino que tenía que seguir, según lo que había visto hacer a tantas amigas de ella. Él tartamudeó. No estaba exento de lo que había pasado. No podía negar que ese ascensor había sido un antes y un después. Pero las puertas del ascensor se abrieron de nuevo y la realidad lo abofeteó. «Estoy de novio» fue todo lo que pudo decir y salió como un trombo.

Durante algunos días Edith dio parte de enferma. No quería volver a cruzarse con él. Su último encuentro la había avergonzado tanto que se había sentido como una nena enamoradiza de 13 años, cosa que nunca había sido. ¿Por qué cupido era capaz de lanzar su flecha solo a una de las partes? ¿Por qué no podía hacer su trabajo completo? ¿Tan difícil era?

Intentó volver al centro de sí misma, ese del que el amor nunca había sido parte. Intentó enfocarse en su trabajo, anotarse en algún curso, buscar algún hobby. Pero por momentos se sentía como una adicta en recuperación: necesitaba volver a sentir esas mariposas aunque sea una vez más.

Estaba trabajando cuando recibió un mensaje por el chat interno de la empresa. «¿Qué te pasó? ¿Estás bien? No te volví a ver.» Era él. Una tímida mariposa se coló en la conversación, y muchas otras fueron apareciendo con el correr de las horas. Cuando se quiso dar cuenta ya eran las 11 de la noche y nunca habían dejado de hablar. Por fin Edith se animó a preguntarle «¿Y tu novia?». Escribiendo. Silencio. Escribiendo. Silencio. Llegó entonces la respuesta «Estamos en un impasse».

Los días siguientes fueron pura emoción y color. Edith no podía creer que por fin no tenía que extrañar las mariposas: tenía una alta dosis de ellas durante el día y la noche. Complicidad, felicidad, alegría. Tantas cosas que había visto en tantas parejas amigas y por fin las vivía ella también. Nunca se había dado cuenta de cuánto quería tenerlas hasta entonces.

Pero el frío llegó con un primer silencio y una primera ausencia. Uno a uno se fueron yendo esos aleteos que tanto amaba. Cada vez era más difícil encontrarlos. Hasta que llegó la noticia más temida “Estoy volviendo con mi ex”. Otra vez recluida en casa. Otra vez con la abstinencia de esa sensación envolvente y placentera que solo las mariposas sabían darle. Edith lee lo que escribió hace un rato “Me cuesta imaginarte reír…”. No, no es eso lo que quiere decirle. Ahora que supo lo que es sentir amor, sabe también que preocuparse por el otro es querer que sea feliz. Aunque eso signifique que haga un camino que lo separe de uno.

Pero no quiere decirle que no se ría. No quiere decirle que viva apagado. Solo quiere pedirle una sola cosa. Que le devuelva sus mariposas. Lo que Edith no sabe es que esas mariposas se irán con él pero otras la están esperando ahí nomás, a la vuelta de la esquina. Tendrá que hacer el duelo de las primeras para disfrutar de las segundas. Lo que no sabe es que todo ese dolor va a valer la pena. Porque esta vez cupido no escatimará en flechas.

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