Con los años aprendí a identificar perfectamente las emociones de todos los que tienen contacto conmigo. Sé si están nerviosos, alegres, exultantes o enojados. Hay emociones que duelen más que otras, claro, y por lo general son las que me toman por sorpresa.
Cuando era joven disfrutaba de todo: cuanta más variedad de contactos mejor. Y si eran muchos, me entretenía calculando cuántos serían. Ya de más grande lo multitudinario no me causaba el mismo entusiasmo. Prefería cuando sólo tenía contacto con dos o tres y me divertía adivinar el diálogo completo por la interpretación de sus pies.
A veces me gusta rechinar solo para hacerme presente, para ser parte. Los conceptos de «noche» y «día» no significan mucho para mí; me entero de ellos por lo que escucho decir. Cuando llegó el 2020 el silencio hizo que todo fuera un mismo tiempo monótono. A medida que pasaron los meses me volví menos exquisito, no me importaba sentir multitudes con tal de volver a sentir algo. Por suerte, desde hace un tiempo ya, volvieron las cosas un poco más a la normalidad. Mi rechinar yo no es el eco vacío que era el año pasado, aunque todavía no logro que se sienta del todo como un sonido sordo. Ya llegará el día en que yo también me sienta más normal.
¿Qué soy?
Inés María Agosta 