Cuentos de invierno – «Las mil formas de encontrarte»

[Este cuento es la continuación de uno de las historias de #CuentoConVos: «Cafayate«.]

La vuelta de Cafayate no fue nada fácil. ¿Cómo compartis una noche de hotel y un viaje en avión con alguien con quien acabás de cortar una relación? De golpe parecíamos dos extraños que no veían la hora de alejarse. Ya todo había quedado dicho en ese amanecer al costado de la ruta. Se podría decir que lo emocional estaba hablado y prácticamente sellado; ahora solo quedaba por delante implementar las cuestiones prácticas.

Decidimos que lo mejor era que él se quedara en el departamento, después de todo yo no podría costearlo sola y él en realidad era quien lo había elegido. Es duro desmantelar un hogar en el que pusiste tantas expectativas. Desmantelarlo de a dos para ir a un lugar mejor, es una cosa. Pero irse uno y dejar atrás al otro y a toda la historia que los une… es completamente distinto.

Patricio se ofreció a ayudarme, pero la realidad es que todo era aún más doloroso con él al lado. Tenía que recordarme todo el tiempo el por qué estaba haciéndolo. Mientras veía el cariño con el que me ayudaba a guardar las cosas me obligaba a repasar en mi cabeza esa conversación que habíamos tenido unos días antes en la que quedaba en claro que ambos queríamos proyectos de vida distintos. Yo estaba convencida de que me quería casar, sabía que eventualmente él accedería solo para darme el gusto, pero no quería que esa fuese la manera de dar el siguiente paso juntos. ¿Era razón suficiente para terminar una relación tan linda? «Sí, sí, sí». Me decía una y otra vez mientras seguía guardando mis cosas.

Pero al tercer día le pedí que por favor me dejara terminar de ordenar todo sola. Ya tenía reservado el flete y prefería irme cuando él no estuviera. Obviamente accedió, porque nunca se permitiría ir por encima de lo que yo le pido. Su actitud, lejos de confirmar mi decisión, me enfrentaba a más dudas. ¿Encontraría otra persona tan comprensiva como él? ¿Me volvería a llevar tan bien con alguien como para tener esta ruptura que más bien parecía una despedida cariñosa? De golpe me vi sola, rodeada de cajas, en un departamento en el que ya no había nada que me representara. Pensé qué fácil había sido borrarme a mí de ahí. Tenía que ser una señal. Ese tenía que ser el camino correcto. O al menos eso es lo que pensaba en ese momento.

Le pedí a mi amiga Emilia que me alojara en su casa hasta que decidiera a dónde iba a vivir. Creo que en el fondo tampoco estaba lista para volver a vivir sola. El departamento de Emi era por lejos la mejor opción: tenía un cuarto extra así que no la iba a molestar tanto y quedaba a cinco cuadras del departamento que compartíamos con Patricio. Tampoco estaba lista para dejar el barrio con el que tanto me había encariñado, aunque sabía que no iba a ser fácil encontrar ahí un alquiler que pudiera pagar solo con mi sueldo. La casa de Emi fue entonces mi antorcha en ese camino oscuro que estaba por empezar.

Mi relación con Patricio era la más corta que había tenido hasta entonces, pero también la más intensa. No solo por haber vivido juntos, sino también porque yo me había animado a hacerme planteos sobre el futuro. En mis relaciones anteriores había seguido por inercia lo que el otro quería; recién con Patricio había empezado a pensar a dónde quería ir yo.

Acomodarme en lo de Emi fue muy fácil. Su espíritu despreocupado era el condimento perfecto para mi estado de ánimo. Ella casi no estaba en su casa porque trabajaba en Microcentro desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde, así que solo nos encontrábamos para cenar. Era la compañía ideal. Los primeros días me tomé home office para poder acomodarme tranquila a mi nuevo hogar, o mejor dicho, mi nueva habitación que era el único espacio del departamento que podía sentir un poco mío.

Cuando llegó el primer fin de semana fue tal como me lo imaginé: lo empecé a extrañar demasiado a Patricio. Y es que los sábados siempre arrancaban con un desayuno en la cama y un paseo por el mercado de verduras de la plaza para hacer las compras de la semana. Para colmo Emi se había ido a un evento de la familia de Edu, el novio. La soledad entonces se hizo real.

No quise ir al mercado ese día para evitar encontrarme con Patricio. Sería difícil resistir a la tentación de volver de la mano con él como solíamos hacerlo. Pero el domingo salté de la cama y fui directo a ese lugar que significaba para mí una constante dentro de tanto cambio.

Siempre me tomaba un largo tiempo para elegir los tomates, Patricio solía cargarme por eso. “Es que no quiero ser estafada” le decía yo. En ese escrutinio estaba cuando empecé a caminar de costado sin fijarme en lo que tenía al lado. Sentí de golpe como si me chocara contra una pared, pero cuando me giré vi un brazo bien fornido. Tuve que levantar bastante la mirada para por fin dar con la cara. No pude disimular mi sorpresa. “¡Hola! ¿No te acordás de mí?”.

La verdad es que no solo no me acordaba, sino que no tenía ni la más pálida idea de que alguna vez nos hubiéramos visto. “Fabián, del 3ero B. Te salvé cuando te quedaste encerrada en el ascensor hace un par de meses. Me duele que no te acuerdes.” Me dijo con una sonrisa. Fue entonces cuando reconocí esos hoyuelos que hubiera sido imposible pasar por alto. “¡Sí! ¡Fabián! Perdonáme estoy en cualquiera. ¿Todo bien?”. “Todo bien. Intentando encontrar un tomate que realmente valga la pena”. Me reí por sentirme tan identificada.

Cuando me quise dar cuenta habíamos hecho todo el recorrido del mercado juntos, el mismo camino que hasta pocas semanas atrás solía hacer con Pato. Pero lo extraño era que no se había sentido raro para nada. Recién hacia el final Fabián se animó a preguntarme si íbamos para el mismo lado, aunque sospechaba que yo no vivía más en el mismo edificio. Lo que estaba buscando, en realidad, era que le confirmara que no estaba saliendo más con Patricio. Cuando se lo dije noté cómo intentaba disimular el alivio con un aparente asombro.

En mi registro solo lo había visto una vez, cuando había ayudado al portero a abrir la puerta del ascensor porque yo me había quedado adentro. Pero mi ataque de claustrofobia no me había permitido registrar más que esos hoyuelos. Él sostenía que nos habíamos cruzado más veces.

“Uy sí, el musculoso de ojos verdes” me dijo Emi cuando le conté. “¿Lo conociste?” “Sí, claro, nos cruzábamos siempre que yo iba a tu edificio. Parecía el portero de tanto que estaba en la puerta. Se ve que por ese entonces solo tenías ojos para Patricio y te pasabas por alto los bombones».

Esa tarde me tomé un mate en silencio mientras miraba cada detalle del impoluto living de mi amiga y pensaba cuánto tiempo pasaría hasta que yo volviera a tener también mi lugar. En el medio de mis reflexiones existenciales se iban colando comentarios aislados que me había hecho Fabián esa mañana que me sacaban una sonrisa. Cuando me quise dar cuenta había pasado prácticamente todo el día y yo casi ni había pensado en Patricio. Claramente había tomado la decisión correcta.

Después de un rato de estar desconectada agarré mi celular para chequear la hora y en eso veo un mensaje de un número desconocido. “Quiero volver a verte. ¿Puedo?”. ¿Era Fabián? ¿Cómo había conseguido mi número? Me halagaba pero a la vez me inquietaba un poco. Todavía no estaba preparada para pensarme con otra persona. “Mejor esperemos un poco”. Después de todo, si en el primer fin de semana sin Patricio ya había podido pasar un día entero sin pensarlo, no faltaría mucho para poder rehacer mi vida. O al menos eso quería creer.

Pasó un mes y por fin encontré un departamento donde podía mudarme sola después de varios meses de vivir acompañada. No era muy grande pero estaba bien ubicado. Había logrado lo que tanto quería que era poder quedarme por lo menos cerca del barrio.

Equiparlo fue un proceso hermoso. Por fin tenía un lugar al que sentía propio y donde solo yo decidía qué pone y dónde. Al terminar esa primera semana el departamento ya me reflejaba completamente. Después de tantos días de vorágine emocional había encontrado el lugar y el momento en el que me sentía realmente tranquila.

Era viernes a la noche y tenía ganas de ir al cine. Mis amigas, en su mayoría de novias, casadas o con hijos, ya tenían sus propios planes. Decidí entonces romper la barrera del prejuicio que me autoimponia por ir a ver una película sola y opté por disfrutar, en cambio, de que tampoco en eso tuviera que consultarle a nadie su opinión. Qué ver, qué asiento sacar, qué comer. Todas decisiones propias.

Tuve una sensación de libertad que no duró tanto ni fue tan gratificante como hubiera pensado, pero que combinaba bien con mi experimento de tener una «cita conmigo misma».

Para mi sorpresa terminé eligiendo una película que siempre juraba que iba a ver solo porque a Patricio le gustaba. Quizás también el haberme visto todas las anteriores de los superhéroes más poderosos de la historia hacía que me picara el bichito por ver cómo seguía. Cuando estaba en la cola para comprar los pochoclos, la persona delante mío se fue y me encontré entonces con lo que sentí que era un paredón humano. Pero una vez más no, era una espalda bien fornida. Se dio vuelta y reconocí los hoyuelos. «¡Fabián!» Dije casi con alegría por esta vez sí reconocerlo. Él pareció contento también de verme. Me contó que estaba con un amigo y yo me preocupé porque no se diera cuenta de que estaba sola. Mi plan no era tener una cita de verdad y menos con un chaperón.

Coincidíamos en la película, así que me preocupé por escabullirme al baño y mi plan sería entrar al final de todo cuando la sala ya estuviera casi llena y no hubiera posibilidad de recibir propuestas del estilo «sentáte acá». Pero cuando entré a sala me llevé otra sorpresa. Mis ojos se cruzaron con los de Patricio y una sensación familiar de ternura me invadió el cuerpo. Sensación que se estrelló cuando vi cómo el brazo de su acompañante empezaba a rodearle el cuello.

¿Ya estaba con otra persona? ¿Y encima había ido a ver NUESTRA película con ella? El impacto de volver a verlo a Patricio y encima con alguien más fue mucho más fuerte de lo que me habría imaginado. Quise salir corriendo de ahí pero fue justo en el momento en que estaba por hacerlo cuando Patricio levantó la mirada y me vio. Intercambiamos un incómodo saludo de mano. Ya no podía irme.

Me dirigí a mi asiento, ese que quedaba vacío entre tantas parejas acarameladas. Quizás no hubiera estado tan mal la invitación a sentarme cerca de Fabián, por lo menos no hubiera quedado tan en evidencia el contraste entre mi noche de viernes y la de Patricio.

No tenía derecho a enojarme, después de todo ya no estábamos juntos, pero sí me dolía y eso no lo podía evitar. Pasado el shock vi de reojo que algunas filas más abajo estaba Fabián dado vuelta mirándome con ternura. Le sonreí solo por cordialidad y me sumergí en el celular con cara de preocupada como si estuviera haciendo realmente algo importante. Mi cita conmigo misma no podía haber salido peor.

La primera hora y media de la película logré vencer a la tentación de mirar hacia atrás en dirección a Patricio. Pasado ese tiempo me permití por lo menos mirar de reojo a ver si él estaba atento a mí, y ahí me encontré con su mirada. Tan familiar y tan cálida. Me hizo una seña de indignación porque su acompañante se había quedado dormida, y yo no pude contener la risa. Cuando volví a mirar hacia adelante vi cómo Fabián, testigo de ese pequeño intercambio con Patricio, se giraba otra vez hacia la pantalla desilusionado. Quizás ya se había dado cuenta de que ese tiempo que le había pedido esperar hasta nuestra primera cita no terminaría más.

No esperé a que terminara la película para irme. No quería enfrentar ninguna de las dos situaciones. Ya había sido demasiado para una noche.

De camino a casa me compré un helado para animarme. Mientras caminaba tomando el helado recibí un mensaje de voz. Era Patricio. Quería que nos viéramos. Estaba a punto de contestarle que sí solo porque me sentía halagada porque dejara a su cita por mí. Pero ¿era realmente lo que yo quería? Que mis sentimientos hacia él no habían desaparecido estaba claro, porque el universo entero se me había movido cuando lo vi. Pero él seguía siendo él, con sus proyectos y sus ideas, y yo seguía siendo yo, con mi visión de las cosas y mis anhelos. No le contesté.

Ya cerca de casa hice una parada para sentarme en ese banco de plaza que tanto amaba para terminar lo que que me quedaba del helado. Pero resultó estar ocupado. Pocos pasos después me di cuenta por quién.

Me senté al lado de él y nos quedamos en silencio un rato. Pareció adivinar que era eso lo que necesitaba. «Ya voy contando mil formas de encontrarte» me dijo sonriendo, y ahí vi de nuevo esos hoyuelos.

Mientras la noche fluía pensaba que por algo el universo nos seguía juntando. Quizás yo no estaba preparada para tener a conciencia una cita con Fabián, pero el destino me estaba dando otras señales. Así nos quedamos los dos, no producto de una cita formal sino como consecuencia de las auténticas ganas de ambos de pasar un rato juntos. No sabía a dónde me llevaría esa noche. No lo conocía a Fabián y menos todavía tenía idea de si queríamos lo mismo en la vida. Pero a veces no se trata solo de poner el foco en los grandes proyectos. A veces son los pequeños momentos los que nos devuelven al eje y nos impulsan a seguir adelante.

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