
No hay dudas: cuando los hijos son chicos, las decisiones que tomen sus padres son determinantes para ellos en múltiples aspectos de sus vidas. Desde lo más práctico (¿dónde vamos a vivir?) hasta lo más profundo (¿qué les vamos a dejar de ejemplo?).
Emma todavía era una nena cuando se tuvo que despedir de su papá, Ángel, para siempre. En su familia lo llamaban «Angelón» porque era realmente muy alto y la altura no venía sola: su presencia se hacía sentir porque era un hombre de fuertes convicciones. Durante la Guerra Civil Española él sería una figura clave dentro de una de las zonas que más se resistió a la ofensiva de los franquistas. Fue esa República de Asturias la que sufrió hasta mil bombas por día, cuando Franco recibió el apoyo de Alemania y de Italia. Fueron esas familias las que quedaron devastadas. Fue ese «Angelón» quien, sin dudarlo, ofrecería su vida por la causa republicana.
La familia de Ángel había podido resistir las bombas; pero los «moros» del ejército franquista, que arrasaban con la vida y la dignidad de quienes se encontraran en su camino, convirtió a la situación en una todavía más insostenible. Fue entonces cuando tuvo que tomar una decisión práctica «¿dónde viviría su familia?». La única opción posible para que su esposa Ernestina y sus hijos Emma y Ángel pudieran sobrevivir era enviándolos al territorio francés. Gracias a su grado logró que su familia tuviese en Chartres asilo político. Pero ¿qué pasaría con él? No podía dejar de lado sus valores. Quizás sin darse cuenta Ángel estaba dejando, con el ejemplo, la huella más grande en sus hijos. Sí, las adversidades existen. Sí, los contextos pueden parecer salidos de una pesadilla. Pero las injusticias no se callan con silencio, la valentía es un don de pocos que ayuda a muchos, y las causas no se alcanzan sin sacrificio.
Mientras Angelón se entregaba en pos de sus ideales, su esposa Ernestina debería construir su vida y la de sus hijos en un país nuevo y completamente desde cero. De Chartres se mudaron a París, donde logró ganarse la vida como modista de alta costura. Los estruendos de las bombas y las amenazas contra la libertad, personal y nacional, parecían haber quedado atrás. Los pequeños Emma, Ángel y Marta por fin podían ir al colegio sin miedo, y empezaban de a poco a recuperar la inocencia propia de su edad. Pero no eran tiempos sencillos en Europa y los momentos realmente difíciles estaban recién por empezar.
En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. Cierto que Ernestina y sus hijos, Emma, Ángel y Marta habían logrado superar los peligros de la Guerra Civil Española en el territorio francés. Pero con el avance del nazismo, París ya no era tampoco para ellos un lugar seguro.
Por esos tiempos las reglas del juego no solo podían cambiar rápidamente según cómo corriera el viento, sino que además podían esfurmarse de un día para el otro. Así, los que hasta entonces contaban con asilo político en París por ser españoles republicanos, ahora eran acechados, secuestrados y enviados a campos de concentración: esos lugares nefastos donde la vida del ser humano no vale nada, donde la maldad, la tortura y la humillación es lo único que se recibe, donde uno deja de vivir para simplemente, y en el mejor de los casos, existir.
Pero seguramente ese pater familia que se había preocupado porque tuvieran un lugar seguro donde vivir había hecho de lo suyo, desde donde fuera que estuviese, para que ese destino no fuese el de Ernestina y sus hijos. Sobrevivientes de dos guerras, afortunados en muchos sentidos, sí, pero no sin haber sufrido en el camino. Al miedo y a la incertidumbre del día a día se sumaba el hambre. Por años comieron batatas y sobras. La vida se había vuelto todavía más negra de aquella que habían vivido en su España natal. Justo cuando estaban agotando sus fuerzas, llegó la liberación.
Lo que deja la guerra en una persona no es muy distinto a lo que deja en una Ciudad. París estaba devastada físicamente y otro tanto había sucedido con la sociedad. No había hombres, ni actividad industrial, ni comida. Pero bajar los brazos no era el ejemplo que les había dejado Angelón: había que apretar los dientes y seguir adelante.
Ernestina retomó su oficio, pero ya no como modista de alta costura sino avocada a los atuendos más de todos los días. Después de todo el clima no era propio de los grandes eventos sociales. Si la infancia de Emma, de Ángel y de Marta bombardeada de miedo y miseria, había tenido pocos momentos de inocencia, la adolescencia casi no se había hecho sentir. Ahí estaba la adultez irrumpiendo de un saque. Ernestina ya no podía mantener ella sola a su familia, así que los dos hermanos comenzaron a trabajar en una fábrica. La adolescente Emma no pasaría sus días pintándose las uñas ni hablando con amigas; sus manos estarían ocupadas creando pequeñas piezas de aviones. Ante tanta miseria y sacrificio la familia debe decidir si emprender o no un nuevo rumbo, ¿seguiría siendo París la testigo del resto de sus vidas?
En 1950 la familia constituida por Ernestina, Emma, Ángel y Marta ya estaba conformada puramente por adultos. Esta vez fue en conjunto que se tomó la siguiente decisión determinante para ellos. Después de sobrevivir a dos importantes guerras europeas, era momento de cruzar el Océano Atlántico y probar suerte en ese país que tanto resonaba en oídos de quienes querían empezar de cero en América Latina. Tenían parientes que ya se habían radicado en Argentina y que los ayudarían a dar los primeros pasos en esa tierra tan prometedora. Fue en Luján, al Oeste de la Provincia de Buenos Aires, donde Ernestina y sus dos hijos encontraron finalmente su hogar en el mundo. Ese hogar tranquilo que seguramente «Angelón» había soñado para ellos.
Ernestina comenzó a trabajar cosiendo y poco a poco se empezó a hacer conocida entre las vecinas del barrio. Así se iba acercando nuevamente a eso que tanto amaba hacer: ayudar a las mujeres en el maravilloso arte de vestirse.
Por su parte Emma consiguió un trabajo en una empresa metalurgica donde el dueño, de origen belga, valoró especialmente la manera en que la joven hablaba fluidamente en el idioma francés al igual que él. Sus aptitudes y su dedicación la llevaría a convertirse en su secretaria personal. Pero su verdadera vocación no estaba en el universo industrial. En ella ya se hacían sentir las huellas de sus padres que confluían: la pasión de su madre por la moda y la determinación de su padre de llevar de llevar adelante, contra viento y marea, las propias ambiciones.
En Emma aún latían con nostalgia los recuerdos de las boutiques parisinas, en las que las mujeres solían encontrar todo lo que necesitaban antes de que el terror de la guerra llegara a sus vidas. ¿Fundandando su propia boutique podría materializar todos sus sueños de una vez? Hasta ahora el nombre era lo único que tenía realmente decidido: se llamaría «Desireé», que en francés significa «deseada».
En una época en la que las mujeres buscaban sus vestidos en las grandes tiendas, Emma se propone abrir la primera boutique de Luján. Rememorando los recuerdos parisinos, y confiando en su propio instinto, deja su trabajo en la fábrica para embarcarse de lleno en la concresión de su gran sueño.
Por esos mismos años, de su matrimonio con Jorge nacerían Emma y Marisa. De su sueño movido por sus experiencias parisinas y la pasión por la moda heredada de su mamá, nacería Desireé. El ejemplo de sacrificio que Emma había mamado de sus padres se haría visible una vez más. La pequeña Emma tenía 4 años cuando su madre emprendió un nuevo camino. Sería ese mismo año en que nació Marisa cuando la boutique quedaría formalmente inaugurada. Por ese entonces se ocuparía de todo: las compras, las vidrieras, los arreglos de la ropa. Fueron años de mucho trabajo, de sol a sol, tanto dentro como fuera de casa.
De a poco Desireé se fue constituyendo en lo que Emma siempre soñó: el lugar donde las mujeres de Luján podían encontrar todo lo que necesitaban para cada ocasión de sus vidas. En un hombro llevaría su hogar y en el otro su Desireé. Pero a los sacrificios del día a día se sumaría un obstáculo más grande: por la noche el fuego de un inesperado incendio arrasaría con cada pequeño elemento de esa boutique que Emma había construido desde la nada. ¿Significaba entonces que había llegado al final del camino de su vocación? ¿Acaso el fuego había arrancado de raíz su espacio más deseado?
Pequeñas decisiones que nuestros papás toman por nosotros y que cambian el rumbo de nuestra vida para siempre. A veces son cuestiones prácticas. Otras son ejemplos que se graban para siempre. Desde el momento en que Emma vio su boutique reducida en cenizas supo que no era ese el final de su sueño. Si algo había aprendido del ejemplo de sus papás, Ángel y Ernestina, era que sin importar las dificultades que te ponga la vida, si uno tiene una determinación será esa misma ansiedad por cumplirla lo que nos dará las herramientas necesarias para salir adelante.
Solo unos meses después del incendio Emma logró poner a Desireé de nuevo de pie. En muchos aspectos tuvo que empezar de nuevo desde cero; pero esta vez tenía detrás suyo un séquito de clientas fieles. Así como en el primer trabajo que Emma tuvo en Argentina fueron sus aptitudes las que la hicieron ascender, fue el don innato que tenía para comunicarse con la gente lo que hizo crecer a su querida boutique. Con los años Emma le daría la posta de su sueño materializado a su hija y tocaya, quien con 20 años dejó la Universidad para trabajar con ella en la boutique.
La joven Emma había crecido entre variedad de telas, de ropas, de trabajo duro y de satisfacciones al final del día. Por eso, cuando tomó las riendas de Desireé, supo instantáneamente cómo debía proteger el tesoro que su madre le estaba dando. De los escombros que las dificultades le habían dejado, su madre construyó su lugar en el mundo. Sin darse cuenta también estaba construyendo ese eje desde donde todo sucedería para su propia hija.
Heredar un legado es un honor, hacerlo crecer es un desafío. 40 años pasaron desde que Emma, hija, tomó la riendas de Desireé. En el medio se casó y tuvo dos hijas. Casi con la misma intensidad y rápidez perdió a su compañero de vida. Pero ahí estuvo siempre su constante para marcarle el ritmo de sus días. Se aprenden los oficios pero también se aprenden las formas de llevarlos adelante. No todos los días son fáciles; y si a las dificultades de siempre se le suma una pandemia mundial y una cuarentena obligatoria de más de 100 días de duración, las cosas se tornan más complicadas. Pero detrás del despertar de cada mañana de Emma para hacerse cargo de su local está la felicidad que le produce su vocación; y detrás de ella está la determinación de su madre, la perseverancia de su abuela y la solidez de su abuelo. A veces podemos sentirnos solos. Pero si estamos realmente atentos podemos ver cómo se hace presente ese apoyo que nos da las pequeñas y grandes decisiones que fue tomando nuestra familia y que fueron marcando nuestros pasos.
La primera boutique de Luján nació como un sueño, creció con sacrificio y hoy se encuentra segura en manos que la siguen sostiendo con el mismo amor que tuvo el primer día de su vida.
Me encantó!!!!!
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