
[Nota de la autora: escribir este cuento fue un gran desafío para mí porque no tiene nada que ver con mi estilo. El disparador que me mandó la lectora incluía nombres de personajes, acciones concretas y un género específico al que debía responder el cuento: el thriller psicológico. Aquí estamos intentando inventar el cuento justo para mi lectora desafiante 💪]
Susy tiene un secreto. Es quizás su secreto mejor guardado. El convivir con extraños permanentemente no hizo más que mejorar ese aspecto suyo: el de reservar para sí lo que no podía contar a nadie más. Hacía cinco años que había decidido alquilar esas tres habitaciones extra que tenía. No es que particularmente necesitara el ingreso ni que no disfrutara de su soledad, pero la emocionaba pensar que ante una nueva visita una nueva historia se avecinaba. O un nuevo peligro.
Hoy Susy tiene dos inquilinos que vinieron de Estados Unidos, escapando de un pasado incierto que ella no termina de descifrar. Uno es Greg, cirujano de rodillas, y el otro es Sam, profesor de matemáticas. Cierto que las rodillas y las matemáticas son iguales en todas partes del mundo, pero Susy nunca entendió cómo se las rebuscaron para encontrar trabajo en Buenos Aires si ni siquiera saben hablar español. Fue recién a la tercera semana de su estadía en que empezó a pensar que quizás sus afirmaciones no fueran del todo ciertas.
El cuarto habitante de la casa es Danny, el único que tiene las llaves de la puerta principal. Sus casi dos años de convivencia con Susy lo subieron de escalón: de “desconocido” pasó a ser el “casero”. No fue solo su buen comportamiento el que lo ayudó a escalar; su paso por las sábanas de la dueña también tuvieron algo que ver. Susy lo había recibido después de un fuerte cuadro de amnesia. Era inglés y se dedicaba al rubro textil, era todo lo que habían podido reconstruir. Su relación con Susy fue más fuerte que el volver a su patria a buscar su historia. Sin embargo ni siquiera a él Susy era capaz de contarle su secreto.
Una fría mañana de julio Susy sale de su cuarto vestida con su piyama rojo de seda y su bata haciendo juego. Baja las largas escaleras de mármol para dirigirse hacia la cocina. Como aún es de noche se ve obligada a prender las luces cuando entra. Un grito corta el silencio en seco: Susy se encuentra con el cuerpo de Sam que está sangrando arriba de la mesa. No es tanto la sangre lo que la sobresalta, sino la presencia del cuerpo en un lugar donde no lo esperaba ver. Con una frialdad escalofriante Susy analiza la escena sin inmutarse. El grito de sorpresa sería el primer y último arrebato de sus sentimientos; a partir de entonces todo sería cálculo, análisis y especulación. ¿Estaba vivo Sam? Susy creía que sí porque su pecho todavía se movía al ritmo de la respiración. ¿Cuál era el foco del sangrado? Algún lugar de la pierna. “Algo doloroso pero no mortal” piensa Susy.
En el hall de entrada retumba el ruido de las llaves que abren la puerta principal. Es Danny que vuelve tarde (o temprano, según cómo se mire) de su partido de Póquer. Cuando entra a la cocina mantiene una calma que también resultaría escalofriante si hubiera en el lugar otro testigo que no fuera Susy. “¿Qué pasó?” Dice mirando con molestia el cuerpo de Sam arriba de la mesa. “Lo que ves” le responde Susy. Danny se saca el abrigo y lo deja en una de las sillas que están rodeando la mesa. Luego se toma unos largos minutos para analizar la expresión de la cara de Sam. “Respira” dice por fin. “Sí” responde Susy. Alguien diría que sería momento de llamar a una ambulancia, pero eso no parece estar en sus planes. Como si Sam no se siguiera desangrando en la mismísima mesa de su comedor, Susy y Danny se disponen a desayunar. Cuando Danny se dirige a la heladera ve una nota de Greg “Salí a comer”. Como todas las notas del médico, está firmada y sellada con fecha y hora, como si se tratase de un mensaje de texto. “04/07, 6:30 a.m.”. ¿Greg lo habría visto sangrar a Sam? ¿O se habría ido antes? Susy chequea la hora: 7:30 a.m.
Cuando Susy y Danny terminan de desayunar, de parados en la mesada de la cocina, la respiración de Sam se vuelve un poco más lenta. Susy toma el teléfono y marca el 911 “Tengo un herido en mi casa”. Cuando llegan los paramédicos en la ambulancia analizan el cuerpo del profesor de matemáticas y recitan su estado. “Herida con elemento punzante en la rodilla derecha” le dicta uno al otro. “¿Alguno de ustedes sabe qué pasó?” Les pregunta el paramédico a Susy y a Danny mientras les sostiene la mirada con desconfianza. La dueña de casa y su casero no se inmutan ante la pregunta; no muestran ansiedad, sorpresa, nervios, ni culpa. “¿Es usted detective o médico?” Le pregunta Susy con suma tranquilidad. “Nos serviría reconstruir los hechos para poder ayudar al paciente”. Danny mira con desprecio el cuerpo de Sam “no creo que haya mucho para hacer”. El paramédico se lo queda mirando “¿Alguna vez supieron qué pasó con la mujer que vinimos a buscar acá hace un par de meses?”. “Ah, entonces es detective” le responde Susy con soberbia. El paramédico junta sus cosas con claros signos de frustración. Ya los tiene calados a ambos pero todavía no pudo descubrir qué traman en esa casa tan siniestra. El cuerpo de Sam se aleja junto con las sirenas de la ambulancia.
Son las 10:30 a.m.. Hace cuatro horas que Greg salió a comer y todavía no volvió a la casa. Susy y Danny lo esperan sentados en los sillones de la entrada. La situación ya llegó a un límite y había que deshacerse también de él. Suena el timbre. Danny saca sus llaves y abre la puerta. Se oyen sirenas. Varias patrullas están rodeando la casa de Susy. El paramédico y Greg están a la cabeza del operativo.
Todo había comenzado un año atrás cuando luego de una seguidilla de heridos rescatados de esa siniestra casa de la calle Urquiza el paramédico, Camilo, había empezado una investigación encubierta con la ayuda del único policía que le creyó: Greg, quien en realidad se llamaba Pablo y nunca había ni siquiera pisado los Estados Unidos. Gracias a la cámara que lo acompañaba en todo momento, él y Camilo pudieron dejar en evidencia que la verdadera intención de Susy era buscar extranjeros solitarios y con negocios turbios a quienes poder analizar, investigar y más adelante extorsionar, hasta llegar a dejarlos vulnerables y heridos. Cuando se iban de su casa ninguno quería volver a pisarla ni siquiera para denunciarla.
La policía detiene a Susy ante la mirada atenta de Danny, quien siente cierto alivio por no volver a ser parte de las enfermizas maniobras de la dueña de la casa. Danny aprieta fuerte las llaves que tiene en la mano como queriendo aferrarse a su rol de casero que le hace pensar que no tiene por qué irse a otro lugar aunque Susy no esté. Pero Susy ya no puede ocultar más su secreto y antes de irse le susurra algo en el oído. “Esta no es mi casa. Revisá el sótano”. Danny traga saliva. Un escalofrío le recorre el cuerpo. Recién cuando las sirenas de policía se alejan lo suficiente, Danny se dirige a ese lugar oscuro que jamás había visitado antes, o al menos eso creía. Teme encontrar en el sótano una persona o una familia entera, la conocía bien a Susy y era capaz de todo. En cambio encuentra el título de propiedad de la casa que, efectivamente, no está a nombre de Susy. Ese pedazo de papel era la pieza de rompecabezas que Danny necesitaba para combatir su amnesia. El dueño de la casa de la calle Urquiza era nada más ni nada menos que el mismísimo casero.