
Hacía días que Juliana no tenía inspiración. “¡Muy mal timing!” Pensó, justo cuando la habían contratado de una revista cultural para publicar sus collages en todas las ediciones dominicales. Tantos años esperando poder vivir de su arte, tanto dinero y tiempo invertido en escuelas y talleres, para terminar desperdiciando la oportunidad de su vida.
Para su primera participación en la revista intentó replicar esos dibujos que habían gustado a los editores cuando la contrataron. Sus nuevos jefes habían confiado tanto en ella que le habían dado completa libertad sobre la temática de su obra: “grave error” pensó. Pero ¿qué le pasaba? ¿Ella se quería llamar artista cuando le estaban sirviendo en bandeja la posibilidad de expresarse y no podía ni siquiera superar el vértigo de la hoja en blanco?
“No es lo que esperábamos” le dijo el editor cuando le presentó el dibujo. “¿Qué quisiste expresar exactamente?”. La mirada de escrutinio de su nuevo jefe no se parecía en nada a la del hombre que con entusiasmo la había contratado solo unos días atrás. Juliana pareció leer en su expresión la duda de su decisión y lo poco que quedaba de su seguridad como artista se desvaneció.
“Quizás nos apresuramos. Dejemos pasar este domingo, trabajá esta semana y vemos el viernes a última hora si lo que hiciste es algo publicable o no. Te recomiendo que leas varios números de nuestra revista así podés entender un poco más cuál es nuestro perfil”. El editor sonaba decepcionado y Juliana entendió que su oportunidad pendía de un hilo. La presión no ayudaba a la inspiración y, con la confianza desvanecida, era poco sobre lo que podía apoyarse.
Para colmo ella había leído completamente todos los números de la revista, y el hecho de que el editor hubiera percibido una falta de investigación de su parte la desanimaba todavía más. No sabía qué más podía hacer al respecto.
Llegó a su casa e hizo un bollo con el dibujo que había llevado a la revista. Se preparó un café y se sentó en la mesa con el gran block de hojas blanco y sus lápices de todas las medidas. Se quedó paralizada un rato pensando si realmente sería buena en eso o si debería buscar otra profesión. Quizás el dibujo era solo un hobby y su alma no fuera la de una artista después de todo.
Se obligó a dibujar para no seguir viendo, literalmente, la página en blanco. Pero después de dos horas de hacer garabatos se rindió. “¿Con qué solés inspirarte? ¿Los artistas no se inspiran siempre en cosas concretas?” Le había preguntado su amigo Lalo “Sí, supongo. Pero nunca me puse a pensar qué me inspiraba, me sentaba a dibujar y ya. Nunca fue tan difícil hasta que se hizo real el poder recibir algo a cambio de mis dibujos”. “Entonces volvé a ese sentimiento. Pensá que estás dibujando para vos y fíjate qué pasa”.
Esa noche Juliana probó si el consejo de Lalo y la quietud nocturna lograban inspirarla. Por lo menos pudo dibujar, ya no garabatos sino dibujos de verdad, y eso la alivió. Su costado artístico no estaba del todo perdido. Ahora solo quedaba alcanzar el estándar que le estaban pidiendo desde la revista.
Juliana pasó el día siguiente haciéndose la pregunta que Lalo le había formulado ¿Qué es lo que la motivaba, lo que la inspiraba? Era más difícil responder eso de lo que creía. Pensó en cómo habían nacido sus dibujos que más amaba y se dio cuenta de que todos ellos estaban marcados por alguna conexión con los demás: cuando su abuelo perdió la medalla que tanto amaba, ella le replicó una igual y le puso alas para darle al abuelo la idea de que no se había perdido sino que había levantado vuelo; cuando su hermana había perdido un bebé se dibujó a ella abrazándola para que supiera que todo lo podían atravesar juntas; cuando su amigo Lalo había perdido el trabajo lo dibujó como un superhéroe pulpo para ponerle frente a sus ojos todas las cosas en la que era bueno y todas las habilidades que tenía más allá de su profesión. Se dio cuenta de que siempre que había hecho dibujos significativos era para acompañar a otros en momentos difíciles. Estas últimas semanas había estado demasiado ensimismada y era quizás la falta de contacto con los demás lo que le había quitado la inspiración.
Era un jueves de tarde cuando tuvo esta revelación y se propuso que al día siguiente visitaría a sus abuelos y a dos de sus amigas, hablaría con ellos e intentaría ver cómo sus dibujos podían ayudarlos. Así quizás se inspirara en tiempo récord y podría, al final del día, darle al editor un dibujo que cumpliera sus expectativas.
Pero la cuarentena le estalló en la cara: desde el día siguiente las personas debían quedarse dentro de sus casas porque el Covid-19 ya había empezado a hacer de las suyas en Buenos Aires. Lo que al principio pareció una limitación y un contratiempo, se transformó para Jualiana en una oportunidad. Ese jueves, después del anuncio del presidente, se quedó pensando en cómo afectaría esto a tantas personas en realidades tan distintas. No solo podría hacer un dibujo que inspirara esperanza para alguien, sino que tenía delante de sí la posibilidad de crear algo que le llegara a muchos. Sin embargo su propia forma de dibujar no la representaba y se dio cuenta de que lo que necesitaba era otra forma de expresarse. Una frase de Eduardo Galeano le vino a la cabeza y quiso que ese fuera el mensaje central de su obra: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”. ¿Qué tipo de obra podía incorporar una frase como algo más del conjunto? Juliana tuvo la idea entonces de hacer un collage. Esa noche la inspiración llegó y no paró de trabajar hasta el amanecer. Buscó imágenes de personas para poder representar lo que quería, pero puso en primer plano la de una mujer apoyándose en el hombro de un hombre. Después de todo eso era lo que todos necesitábamos: saber que estábamos juntos en esto, que teníamos en quién apoyarnos y qué haciendo cosas pequeñas, como solo quedarnos en casa, podíamos hacer la diferencia para cuidarnos entre todos y que el sistema de salud del país no colapsara.
El resultado final le gustó tanto que se lo mando a todos sus conocidos para inspirarles esperanza. Tuvo buena repercusión, su confianza como artista estaba firme de nuevo. Todavía quedaba saber si el editor estaría contento con su trabajo, pero Juliana ya había decidido que si no era así entonces lo rechazaría: si algo que a ella le había gustado tanto no cumplía las expectativas, entonces ese no era su lugar de trabajo.
Juliana le mandó al editor el collage por mail: la reunión presencial se había suspendido por la cuarentena y ese era solo el comienzo del distanciamiento social. La respuesta fue inmediata “ME ENCANTA” le escribió el editor. La artista respiró aliviada.
El proceso no fue fácil pero Juliana había descubierto qué la inspiraba y qué otras formas de expresarse tenía cuando no pudiera identificarse completamente con su dibujo. Había recuperado su confianza y había puesto sobre seguro la confianza que su editor tenía en ella. Por fin podría disfrutar de vivir de su arte. El mundo sucumbía en una pandemia global pero ella era una afortunada: había encontrado su cable a tierra.