
“¿Cómo es tu mundo por dentro? ¿Qué ves cuando cerrás los ojos?” le preguntaba Mariano a su primo Pablo mientras recogían caracoles en la orilla del mar. “Yo veo todo negro…¿por qué? ¿Vos ves cosas? ¿Como si fuera una peli?”. En eso estaban cuando algo muy muy brillante los encandiló. Se acercaron rápidamente, convencidos de que fuera lo que fuese iban a transformar ese momento en un nuevo juego. Cuando lo vieron de cerca parecía una botella enterrada en la arena. Mariano se apresuró a agarrarla pero Pablo lo frenó “¡Cuidado! A ver si nos cortamos.” Mariano le lanzó una mirada burlona y se dispuso a cavar en la arena para poder sacarla. Ambos se quedaron atónitos cuando descubrieron que no era una botella cualquiera, adentro de ella había un papel enrollado. Los primos se miraron y de inmediato supieron qué tenían que hacer: no había razón para que los adultos se enteraran de esto y arruinaran la magia de su descubrimiento. La botella y su mensaje oculto serían su secreto.
Se preocuparon por esconderla entre sus cosas y lograron que nadie la viera camino a la casa que sus familias habían alquilado para pasar el verano. A la noche, cuando ya todos se habían ido a dormir, bajaron de sus cuchetas y Pablo se asomó al pasillo para asegurarse de escuchar el ronquido de sus padres. Cuando lo hizo respiró aliviado y volvió a cerrar la puerta del cuarto para encontrarse con Mariano dentro de la carpa que habían armado en el cuarto que compartían. El temblequeo de la luz de la linterna que Pablo estaba sosteniendo ponía en evidencia sus nervios por estar haciendo, por primera vez, algo de lo que sus papás no tenían idea y, principalmente, por estar jugando con una botella de vidrio cuando su mamá ya le había dicho “hasta el cansancio” que eso podía ser peligroso. A Mariano en cambio no le daban las manos para descubrir qué era lo que decía ese papel.
Los primos habían estado toda la tarde elucubrando cuál podía ser el mensaje que encerraba la botella. Habían sido varias las opciones barajadas, pero sin duda la más convincente para ellos era que se trataba de un anuncio que un pirata le había querido mandar a otro pirata, quizás uno de África le había escrito a uno de Argentina, esa era una opción válida. Ya prácticamente daban esta hipótesis como un hecho, pero aún no se ponían de acuerdo sobre qué iban a hacer al respecto. Mientras que Mariano estaba ansioso por descubrir secretos, Pablo estaba muerto de miedo “¿Y si el pirata de África se enoja con nosotros y nos viene a buscar?”, “¡Uy sería buenísimo! Una verdadera pelea en Alta Mar!”. Pero al ver que su primo se ponía todavía más nervioso con su respuesta, Mariano lo tranquilizó “No te preocupes vamos a descifrar quién la mandó o a quién se la quería mandar y la vamos a hacer llegar. Esa es nuestra misión”. El juego de piratas se transformó en un operativo justiciero que entusiasmaba mucho más a Pablo.
La etapa de adivinar ya había llegado a su fin: era hora de descubrir la verdad. Sacar el tapón de la botella fue más difícil de lo que creyeron y, por un momento, tuvieron la amarga sensación de que quizás algún adulto tendría que intervenir después de todo. Se notaba que había estado demasiado tiempo metido y en contacto con el agua, por eso no era fácil destaparlo. Los primeros intentos a Pablo le dieron mucho miedo: estaba seguro de que se iba a romper la botella, se iba a cortar, su mamá se iba a enojar, y todo iba a ser un caos. Pero con el pasar de las horas él también se iba impacientando cada vez más. El ímpetu por mantener el secreto a salvo, y por saber de una vez por todas qué decía esa carta de piratas, hizo que finalmente los primos pudieran destapar la botella. Uno a otro reprimieron sus gritos de alegría tapándose mutuamente las bocas para no causar alboroto en la casa silenciosa.
Desenroscaron la carta con mucho cuidado porque ya la consideraban una reliquia. Estaba escrita a mano “eso ya nos dice algo” dijo Mariano “son piratas que no usan computadora ni tienen impresora. Eso achica nuestra búsqueda” dijo con tono serio, imitando esas series policíacas que de vez en cuando veían sus papás.
Estuvieron un rato largo analizando lo que decía la carta, pero, con gran desilusión, no encontraron nada que indicara que quien la había escrito o quien debía recibirla fuera realmente un pirata. Entre teorías y bostezos la releían una y otra vez hasta que finalmente los venció el sueño.
Al día siguiente Mariano había perdido completamente el interés por la carta: no hablaba de luchas, ni de piratas, ni de dinosaurios. No había mucha más vueltas para darle. Pero a Pablo le pareció que, aunque no fuese el que esperaban, sí había ahí un mensaje para descifrar. Guardó cuidadosamente la carta en su bolso y la desempacó, un mes después, en su casa cuando volvieron de las vacaciones en la costa. La desdobló, buscó un pin azul y la pinchó en el corcho de su habitación, al lado de los dibujos que había hecho del Tigre Blanco ese día que habían vuelto de Temaikén con sus papás, y el collage con fideos secos que había armado en su clase de arte.
Fueron pasando los años y los papeles que estaban alrededor de la carta fueron cambiando (primero eran dibujos, más adelante letras de canciones, después listados de cosas pendientes, y por último fotos con amigos y con su novia) pero la carta, con su pin azul seguía firme en ese lugar donde la había dejado cuando volvió del veraneo.
“No estoy pasando por un buen momento” le había dicho su primo Mariano un día. “Juntémonos a tomar una cerveza y me contás” le contestó Pablo. No era fácil dar con Mariano ahora que se había convertido en una persona pública. Ese casting que había hecho para un comercial que en teoría no tenía mucho presupuesto ni mucha llegada, terminó siendo su salto a la fama y desde entonces no había parado de recibir ofertas para trabajar en el prime time de la televisión. Primero como el “malo pero sexy” después como el “amigo buenazo pero sexy” y finalmente se había convertido en un verdadero galán.
“¿No estás contento?” Le preguntó cuando se vieron. “No sé” le contestó “Me encanta actuar, ser otras personas, transformarme. Al principio se prendía la cámara y yo era feliz, era como poder jugar de nuevo. Pero el problema empezó cuando empecé a escuchar todo lo que pasaba cuando la cámara se apagaba. Cuanta más fama empecé a tener, más se fueron multiplicando las voces y ahora no puedo dejar de escucharlas. Cuando se prende la cámara me aturden tanto que ya no juego, ya no disfruto.” “¿Pero, qué te dicen esas voces? ¿De quiénes son?” Le preguntó Pablo. Después de un rato de silencio Mariano le dijo “¿Vos creés que tengo una oreja más grande que la otra? Mírame bien.” Pablo se quedó perplejo. Claramente no veía ninguna diferencia entre sus orejas pero, si la hubiera visto, tampoco le parecía que fuese algo para angustiarse y sobre todo no veía cómo podía tener relación con lo que estaban hablando. Lo atribuyó al efecto del alcohol y le siguió la corriente. Se detuvo un rato a mirarle las orejas y finalmente le dijo que no. Mariano suspiró aliviado. “¿De qué se trata todo esto?” Le dijo Pablo finalmente. “Ya no aguanto la crítica de los demás, las opiniones de otros taparon mis propias ideas y mi forma de ser. Ya no sé quién soy, me siento un producto de lo que otros dicen de mí”.
Pablo sonrió. Había llegado ese momento que tantos años había esperado. Las palabras de la carta que escondía la botella por fin tenían un destinatario. “¿Qué ves cuando cerrás los ojos?” Le preguntó. Mariano lo miró sorprendido “Nada, ¿qué voy a ver si tengo los ojos cerrados?”. Pablo volvió a sonreír “¿No te acordás de ese día en la playa en el que me preguntaste cómo era mi mundo por dentro? La respuesta llegó envuelta en vidrio pero en ese momento no la supimos ver.” Mariano estaba confundido. ¿Cómo es que Pablo todavía se acordaba de lo que decía esa carta y en qué medida podía estar relacionado con lo que él estaba viviendo? “La tengo en el corcho de mi cuarto desde que volvimos de ese veraneo. La miraba mientras estudiaba, la miro ahora mientras trabajo. Se de memoria lo que dice”. Entonces Pablo se lo recordó y Mariano lo escuchó atentamente. ¿Cómo es que tanto tiempo después esa frase cobraba sentido? Esa noche volvió a su casa convencido de que no debía dejar su pasión, como él había creído, sino volver a escuchar su propia voz.
La Navidad siguiente Pablo le regaló a Mariano la carta que aquel verano de la infancia habían descubierto y que nuevamente estaba en contacto con el vidrio pero ahora por estar enmarcada y protegida del paso del tiempo. Desde entonces en el moderno living del galán de televisión, entre fotos con celebridades y galardones, se lee “Sólo se volverá clara tu visión cuando puedas mirar en tu propio corazón. Porque quien mira hacia afuera sueña, y quien mira hacia adentro despierta. Carl Jung”. Detrás del cuadro, una nota recuerda el secreto mejor guardado de los dos primos. “Nunca dejes de preguntarte cómo es tu mundo por dentro”.