Hace una semana una mujer muy generosa me regaló su tiempo para ayudarme en un proyecto. Y también me regaló esta hermosa frase que a su vez tiene detrás una hermosa historia que ya contaré.
Pero hoy sobre lo que quiero reflexionar es sobre la «sororidad», la hermandad entre mujeres.
Cierto que hay mujeres que se dejan llevar por la mezquindad y que lejos de ser un soporte para otras mujeres representan un obstáculo. Quizás porque se sienten amenazadas, quizás por miedo a perder lo que lograron, o quizás simplemente porque son malas personas. Porque sí, malas personas, así como buenas personas, hay en todos los géneros.
Pero somos muchas las mujeres que buscamos apoyarnos continuamente y en nosotras está la tarea de revertir la idea preconcebida de que las mujeres somos «jodidas» o no podemos ser auténticamente amigas de otras mujeres. Tantas veces hemos leído que las mujeres entre mujeres segregan la «hormona de la felicidad». O sea que la biología está de nuestro lado: no solo sabemos ser buenas amigas sino que eso nos ayuda a sentirnos mejor.
Escuchar, indignarse, llorar, mirar a los ojos, abrazar. ¿Cuántas veces hicimos esto con amigas/hermanas? ¿Cuántas situaciones nos ayudaron ellas a sobrellevar? ¿Cuántas veces nos salvaron de caer en la desesperación? Por algo tan simple como fundamental, el sentirnos acompañadas.
Estoy convencida de que en los pequeños actos podemos hacer la diferencia. No socavemos nunca a otra persona, pero menos a otra mujer. No seamos mezquinas. No seamos «jodidas». No cuestionemos sin escuchar. No nos soltemos las manos. Construyamos una red que nos permita brillar con luz propia. No nos dejemos solas.
«Si algo no te gusta, te da mala sensación, si sentís miedo vos gritá y corré. Alguien te va ayudar». Ese fue siempre el consejo de mamá para nosotros. Lo que deseo con el corazón es que si alguna vez, Dios no quiera, me encuentro en esa situación no sea una mujer la que me cierre la puerta en la cara.
📸 La estatuita me la regaló mi hermana quien, además de apoyarme y acompañarme siempre, me dio las alas más grandes de todas: me enseñó a leer.