[#RelatosDelEmbarazo. Primer cuento basado en un disparador que me mandó @belirivarola.]
La ansiedad la carcome a Mara por dentro. Apenas si puede fijar la vista en el test de embarazo por lo fuerte que es el temblequeo de sus manos. Le costó tanto llegar hasta acá que todavía no confía del todo en esa rayita que forma la cruz del «positivo». Se seca las lágrimas y agarra el celular como puede. Le saca fotos al palito que no solo tiene su pis, también una parte de su futuro.
Las primeras semanas todo es felicidad. Contarles a los más cercanos. Abrazarse. Llorar de la emoción. Pero llegan las náuseas, los malestares, los controles y con todos ellos, los miedos. Aunque nadie desde afuera pueda notarlo todavía, el cuerpo de Mara empieza a cambiar. A medida que van pasando los días siente que va perdiendo las riendas sobre ella misma, especialmente sobre sus emociones. De a poquito se va colando en su día a día una invitada no deseada: la angustia. Mara nunca sintió algo parecido, siempre fue una persona positiva, optimista, alegre. Empieza entonces a lidiar con ella desde lo racional «¿por qué voy a estar angustiada si justamente estoy viviendo el momento que más esperé en toda mi vida?». No tiene sentido para ella. Pero cuando lo racional tampoco funciona, Mara intenta buscar ayuda en su entorno solo para darse cuenta de que toda la ayuda que podían darle también eran razonamientos que tampoco la ayudaban en nada «¿no era esto lo que querías? ¿quedar embarazada?». ¡Qué difícil de explicar la tristeza en un momento alegre! ¡Qué fácil parece en boca de otro el «cambiar el chip» para ver lo positivo de todas las cosas!
Como ninguna de las soluciones que le dan le hacen bien, Mara acaba por pensar que realmente estar triste es culpa de ella. Se maldice por no tener la fuerza de voluntad suficiente como para salir adelante. Se empieza a esconder para poder llorar sin sentirse criticada. Termina, después de unos meses, ensayando respuestas superficiales a las preguntas frecuentes para no decir al verdad, sino lo que los demás esperan que ella diga.
Una de esas noches de angustia en que Mara no tiene fuerzas ni para fingir, decide quedarse en la cama. Las náuseas de ese día habían sido intensas así que la debilidad producto de los vómitos le da la excusa perfecta para cancelar esa cena con amigos que de solo pensarlo la incomoda. Intenta conciliar el sueño mirando por arriba los posteos de Instagram cuando de golpe encuentra uno que describe justamente lo que ella siente. Es la historia de una chica que, a pesar de haber ansiado siempre ser mamá, no encuentra la forma de sentirse feliz durante el embarazo. Mara se incorpora en la cama, ilusionada con la idea de que no sea ella la única mujer que se siente así en este proceso. Y sobre todo, con la idea de que no sea su culpa el no poder cambiar el sentimiento. Respira hondo y se acuesta, por primera vez en algunos meses, con algo más parecido al alivio que a la angustia.
Al día siguiente la angustia no desaparece pero por lo menos ya sabe la causa: depresión prenatal. Empieza a hablar del tema con todos los que tiene cerca. Poder ponerle un nombre a lo que siente le permite buscar exactamente la ayuda que necesita. Incluso los demás empiezan a respetar sus sentimientos: ya no dicen frases hechas, ni esperan que, por la sola voluntad, Mara esté feliz. Así llega a Lidia, la psicóloga que finalmente la saca adelante. Las primera sesiones son un mar de lágrimas. Toda la culpa acumulada de los primeros meses de embarazo rebalsan en el consultorio. Pero de a poco Mara va encontrando la armonía, tanto en lo que tiene para decir, como en cómo lo expresa, y hasta en lo que siente. De a poco, va tomando sus riendas.
Llega el gran día de abrazar a su bebé. En el cocktail de emociones de ese momento inolvidable, Mara se sorprende de sentir ante todo satisfacción. Tantas veces en sus horas de llanto había pensado que no iba a poder lograrlo, y sin embargo ahí estaba. Plantada frente a su bebé. Ofreciéndole, antes que nada, el ejemplo de una madre que supo buscar ayuda justo antes de caer en la falsa creencia de que por ser madres somos superpoderosas y que por parecer superpoderosas no necesitamos de nadie más. Nada más lejos de la realidad. Esa lección, y que para poder cuidar bien a otro primero hay que cuidarse a una misma, serían los primeros de muchos aprendizajes que la maternidad tenía preparada para Mara.
– Fin –