
El otro día, cuando pasamos por Montevideo, vi esta escultura desde el auto. No sé cómo pero logré sacarle una buena foto. Me llamó la atención el nombre «el árbol de la vida y el tiempo», como si fuesen dos cosas distintas. Como si la vida no estuviese hecha de tiempo. Me pareció casi una redundancia.
No encontré nada sobre ella en intenet, salvo que la hizo el pintor y escultor Mario Lorieto (1919-2003) y que en algún momento fue restaurada. Pero el arte no es solo la descripción que haga el autor de su obra sino también lo que los demás perciban, ¿no?
A mí me encantó que el árbol pareciera ser a su vez un planeta. Lo veo en perfecto equilibrio dentro del caos de imágenes que hay en la copa. Pareciera que todo circula y a la vez está contenido, gran metáfora de la vida que está llena de condimentos que parecen inconexos pero que pueden convivir en armonía. Y la vida es fluir, es tiempo. Es movimiento.
Siento que este árbol nos recuerda que por entre la vida pasa el tiempo. Que la noción del status quo es engañosa, quizás nos da seguridad, pero no es gratis. Es tiempo que no vuelve. Es vida que no vivimos. Por miedo, por comodidad, por falta de confianza. Pero la vida no es eso, no es quedarse quieto. Es unir todos los condimentos que tenemos y hacerlos girar. Para aspirar cada vez más a una mejor versión de nosotros mismos ¿De qué otra forma vamos a aprender si no es probando y equivocándonos? Porque de más está decir que lo de aprender no se quedó en el colegio o en la facultad… es el mismísimo día a día de la vida y de su tiempo.
¿Y a ustedes qué les genera esta escultura? ¿Ya la conocían? Los leo.