#RelatosReales
No es una metáfora. Quizás alguna vez sí lo fue, pero esta vez no.
Era de noche y llovía a cántaros en Punta Cana. Yo me había quedado en la habitación del hotel con Rafa que dormía y Seba había llevado a Joaco a ver el último show de las vacaciones. Yo estaba con la compu en la cama, investigando @goodreads por un buen consejo que me dio @lenafacundo y estaba mandándole un audio a mi colega @florenciaispizua (con quien ya haremos algo juntas). En eso Seba me toca la puerta y yo sabía que estaba con Joaco en brazos dormido. Me apuré a terminar el audio. Me apuré a bajar de la cama. Me apuré a ir hacia la puerta. No dimensioné el sillón gigante que había en el camino. El dedo chiquito de mi pie se trabó con la pata del sillón, pero yo seguí. El resto del pie siguió. Y el dedito quedó torcido. «¡Qué raro!» pensé cuando vi que no volvía a su lugar. No es raro que me lo golpee. Sí era raro que me siguiera doliendo el golpe. Y definitivamente era raro que todos los dedos miraran para arriba y ese para el costado.
Lo sentía como dormido. Se lo señalé a Seba y abrió los ojos como un búho. Me di cuenta de que estaba eligiendo mentalmente las palabras que iba a usar para no alarmarme «Eso está quebrado» me dijo de a poco. Y empecé a temblar. A temblar con todo el cuerpo y con los dientes. De golpe me agarraron ganas de hacer pis y me acordé de que @fabballarini en su libro Rec dice que ante el estrés la vejiga necesita liberar peso. Y pensé que mi cuerpo entiende que hay un problema y me esta preservarlo de que yo también lo entienda.
Tocaba con el dedo de la mano el dedo del pie para llevarlo a su lugar. Pero como un elástico el dedo volvía a torcerse. «Ine, está quebrado» me decía Seba, ya con el miedo de que mi estado de shock fuera tal que me estuviera yendo de la realidad. Lo primero que hizo Seba fue llamar al lobby del hotel y pedir hablar con la médica. La médica le dijo que tenía que ir yo para el consultorio (tomarme el trencito interno y llegar media hora después, con el dedo roto y en estado de shock). Que llevemos medio de pago porque la consulta sale 300 dólares pero que ella no era traumatóloga así que probablemente me tendrían que llevar al hospital.
(Segunda parte)
La gente del lobby ni se inmutó. La médica seguía diciendo que ella no podía venir hasta la habitación. Yo cada vez temblaba más y estaba completamente pálida. Y la cabeza de Seba iba a mil por hora pensando a quién podíamos llamar en Buenos Aires que pudiera decirnos qué hacer. «Siempre hay un amigo de Seba que salva las papas» me dijo mi hermana cuando le conté todo un rato después, y así fue efectivamente. Seba le mandó un «estás?» a su amigo Lucas Reboiras, a quien nunca vi en mi vida pero que pasó a ser un ángel guardián. Lucas estaba de vacaciones, por irse a dormir. El destino quiso que lo engancháramos en línea. Videollamada. «Perdón que te moleste, pero la tengo a mi mujer con el dedo doblado, creo que se le quebró». Tranqui, situación supercotidiana. Yo saludé timidamente a la cámara. Nunca me voy a olvidar las palabras que dijo Lucas después. Y cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que la elección de esas palabras y de ese tono de voz fueron clave para que el resto se desarrollara bien. «Ahhh sí. Está quebrado. No puede quedar así. No seas cagón y acomodáselo.». Tranqui, situación supernormal. «¿Fue hace mucho?» «No, recién» «Listo, hacelo ahora». Y entonces tuvimos un diálogo entre miradas con Seba que no me voy a olvidar nunca. Fue como si hubiésemos hecho un puente de confianza mutuo y al unísono nos hubiéramos dicho «Lo hago» «Hacelo». No lo dudamos. Lucas le había transmitido seguridad a Seba (que aunque le dicen Doctor es por ser abogado) y Seba me la transmitió a mí. Momento mágico si los hay.
Seba hizo la maniobra que le indicó Lucas y mi dedo hizo un primer «clack». Automáticamente dejé de temblar una vez que vi que al menos el dedo apuntaba para el mismo lado que sus compañeros. «Mostrame el otro dedo y volvé a mostrarme ese. Sí. Falta un poco. Hacelo de nuevo.» ¿¿De nuevo?? «Y tiralo un poco más para el otro lado.» No voy a mentir, esa vez me dolió más. Pero el segundo «clack» fue liberador.
Recién ahí respiramos. No entendíamos todo lo que había pasado en los últimos 40 minutos. Lucas nos explicó cómo tenía que inmovilizármelo, por cuántos días y qué tenía que hacer cuando llegara a Buenos Aires. Y nosotros no parábamos de agradecerle.
Del hotel mejor ni hablemos… la médica sigue esperándome en el consultorio, muy preocupada, seguramente, por el estado de shock que le describió Seba. La travesía que siguió fue conseguir cinta hipoalergénica para inmovilizarlo y hielo (que ahí cotiza en bolsa) para desinflamarlo. Pero yo no me levanté de la cama. Me quedé ahí mientras Seba seguía haciendo lo imposible para arreglarme del todo. Me quedé ahí mirando mi dedo recto y pensando «Pucha que la vida te enseña a cada rato. Pucha que en media hora se puede complicar todo y una mano amiga puede salvarte. Pucha que lo que tenemos con Seba es grande, pero grande de verdad. Tan grande que le doy mis pedazos más rotos sin pensarlo porque sé que él siempre me va a poder arreglar. Y si excede su conocimiento… siempre va a saber a quién llamar.»
Gracias eterno al gran Lucas Reboiras.