Cuento: «El prejuicio»

– Hola

– Hola. ¿Hasta dónde vas?

– Facultad de Medicina.

– ¿Estudiás ahí?

– No.

El taxi avanza mientras el calor agobiante sube desde el asfalto. Una bicicleta de Rappi se cruza de manera imprudente. El Taxi frena de golpe. El conductor baja la ventanilla y grita. Al aire porque la ciclista ya desapareció.

– Mina tenía que ser.

– ¿Cómo?

– Son hechos, no es una opinión. Las minas manejan mal. Quizás para algunas cosas serán buenas, pero de lo que tiene ruedas mejor que se ocupen los hombres.

Ahora el calor no sube solo del asfalto.

– Frená acá por favor.

– Pero faltan como 20 cuadras todavía.

– Prefiero caminar.

– Ah, bueno. Como la señorita se ofendió yo me voy a perder un viaje.

– ¿Abro la puerta?

Se escucha que se cierran los seguros.

– Intentálo. – El desafío no suena nada tentador.

– ¿Sabés lo que pasa? Estoy cansado de las minitas como vos que creen que todo es una ofensa.

– ¿Sabés lo que pasa? Nosotras venimos cansadas hace mucho tiempo y no podemos decir nada. ¿Vos de verdad creés que si sos hombre o mujer manejas mejor o peor? Las personas pueden hacer las cosas bien o mal indistintamente del género que tengan.

El conductor resopla. El taxi frena de golpe y choca contra el auto de adelante.

– ¿Y este? ¿Qué hace? ¿Está loco?

El taxista quiere abrir la puerta para interpelar al que acaba de clavarle los frenos pero no puede. El seguro que acaba de cerrar ahora no le responde. Empieza a golpear la puerta desesperado, mientras un humo sale del capot.

– ¿Qué loco no? Es hombre y te clavó los frenos. Qué cosa extraña.

El destino quiere que la puerta de ella se destrabe sin problemas.

– Qué lástima que soy minita y que hago todo mal. Si no quizás hasta podría ayudarte.

Ella se baja del auto. El que había clavado los frenos, se fuga. Y ahí se queda el taxista en el medio del humo.

El taxista, desesperado, sigue intentando abrir la puerta. En eso ve que la mujer está volviendo y trajo ayuda. Otra mujer vestida con el mameluco que lleva el logo de una estación de servicio se frena delate de su capot. Analiza, revisa. «¿Qué sabrá esta?» piensa el taxista, pero ya no se anima a decirlo en voz alta. La mujer con el mameluco frena el humo. Casi sin esfuerzo destraba la puerta.

– Te recomiendo que hables con los del seguro.

– Si se fugó, no tengo ni la patente.

La expasajera le muestra la foto de la patente en su celular.

Y pensar que el taxista creyó que era un martes cualquiera. Resultó ser que cualquier día es bueno para comerse las palabras del prejuicio.

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