Siento que todo es un caos. Que la vacuna vino para mejorar mucho, pero que hoy por hoy todo está más incontrolable que antes. Que los síntomas leves no te aseguran no tener secuelas. Que los días de aislamiento no te aseguran no seguir contagiando después. Que el barbijo de tela ya no sirve. Etc., etc., etc.. Me mata ver que mis hijos no tienen recuerdo de cómo era la vida antes de esto. ¿Cómo podrían? Si solo tenían 2 años uno y 6 meses el otro cuando todo esto empezó. Me mata que no sepan lo que es vivir sin miedo a contagiarse, con libertad de abrazos y de encuentros, sin extrañar tanto, sin aislarse cada 2×3, sin barbijos, sin puñitos. Que no tengan idea de que antes cuando alguien se enfermaba todos los que estaban cerca te ofrecían una mano, te ayudaban. Ahora los enfermos son parias que se quedan aislados y solos, a los que todos tienen derecho a preguntarles qué sienten, desde cuándo, con qué intensidad, y etc., como si fuese un escrutinio. En estos momentos es que pienso «Perdón, hijos, por haberlos traído a este caos». No es que antes no supiera que el mundo era caótico, pero siempre amé la vida y las cosas lindas le ganaban a todo lo demás. Hace dos años que siento que vivimos en un miedo generalizado: de contagiarse, de contagiar a otros, con historias de hijos que le dieron el «beso mortal» a sus padres, o de padres que tuvieron que despedir a sus hijos a través de una pantalla.
Pero después los veo jugar en su mundo, felices de estar todo el día juntos. Los veo inventar historias que nada tienen que ver con el «cobicho» ni con el encierro. Los veo felices por el solo hecho de tener espacio en el que perseguirse a las carcajadas, trayéndome libros para que les lea una y otra vez como si no los conocieran, armando nuevas torres con viejos legos, disfrutando de la impunidad de tirar los almohadones al piso y armarse un fuerte solo para ellos. Los escucho jugar juntos y pienso «¿cuándo pasó esto? ¿cuándo empezaron a sostener sus cabecitas, a armar sus propias frases, a crear sus propias historias?» si me parece que fue ayer cuando en plena primera cuarentena Rafa recién estaba aprendiendo a gatear y Joaco casi que no emitía sonidos atrás de su chupete.
Quizás lo que a mí me da pena para ellos es algo bueno porque incorporan y disfrutan de la nueva realidad con más naturalidad y menos nerviosismo que nosotros. No quiero ponerles a ellos la presión de enseñarme nada… pero creo que me voy a tomar un rato para aprender solo de mirarlos. Porque ellos, sin esforzarse por racionalizar, entienden mejor que yo cómo ser feliz día a día en el medio del caos mundial. Dejar de leer noticias creo que también sería una jugada inteligente.
¿Y ustedes? ¿Qué marca su termómetro de «locura covidiana»? Los leo.