6 de octubre

El 6 de octubre del 2010 yo estaba visitando a mi hermana en Nueva York. Ella estaba cursando su Master en Columbia y yo había rendido mi último final de la carrera de Letras, solo me quedaba la tesis. En ese viaje sentía incertidumbre por mi futuro, el famoso «¿y ahora qué?». En un paseo nocturno en barco, con Manhattan de fondo, estuvimos conversando con Lau sobre para dónde debía encarar mi profesión. No tenía ni idea de que un par de días después la vida me iba a dar un cachetazo, y que, a la par de esa incertidumbre, iba a tener que enfrentar otras preguntas: ¿existe el más allá? ¿volveré a ver a mi amiga? ¿por qué tuvo que sufrir así? ¿por qué hay gente tan mala? ¿por qué la lastimaron tanto? ¿por qué yo puedo seguir viviendo y ella no?

Con Noe nos conocimos en la facultad, empezamos a ser amigas en marzo del 2006. En una de nuestras primeras conversaciones me contó que con su exnovio tenían una historia como la de Romeo y Julieta pero sin el trágico final. ¡Qué irónica que es la vida a veces! A mi me fascinaba todo lo que ella decía. Tenía una forma de ser que te encandilaba. De algo chiquito podía hacer algo hermoso e importante. Por eso nunca te sentías chiquita con ella: siempre te hacía sentir especial.

11 años después de este duelo tan difícil puedo decir que uno nunca olvida. Nunca. ¿Eso quiere decir que lo que vivas de ahí en más está teñido de tristeza? Para nada, o por lo menos es importante que uno se preocupe porque no sea así. Por seguir viendo el lado luminoso de la vida. Pero si les contara en cuántos detalles de mi día a día está presente Noe no podrían creerlo. Y sin embargo siempre que pienso en ella, sonrío. Salvo esos momentos en que siento esas puñaladas, cuando conozco alguna otra historia de femicidio que me lleva de nuevo a ese nefasto 6/10/10. Pero ya aprendí a cerrar los ojos, respirar profundo y largarlo. Largar ese instante que ya pasó, ese dolor que ella ya no siente. Y quedarme con todo lo otro. Con lo que sí me dejó. Porque siento que de esa forma le mando paz a ella también. Porque deseo con todo mi corazón que la eternidad le haya dado la recompensa que se merece: ser tan feliz como ella nos hacía sentir a los que estábamos cerca.

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