[Este cuento forma parte de #CuentoConVosVol2, la segunda edición de la iniciativa literaria que el año pasado me llevó a publicar mi primer libro de ficción. Esta vez el disparador me lo dio @nanun_18. Espero que lo disfruten.]
– ¿En qué estás pensando?
– En nada.
Ambos sabían que no era verdad, pero igual dejaron pasar el momento. Ni ella quería contarle ni él, en el fondo, quería saber. Mejor dejarlo así.
Siguieron andando por el sendero pedregoso. Ella trastabilló un par de veces y él la atajó. Ella se agarró de él como si fuera un poste, sin ningún atisbo de emoción. Él la sostenía como si fuese una muñeca, con algún cariño lejano. En un momento a él le faltó el aire y frenaron un rato. Se compartieron el agua y las provisiones. Miraron en silencio el inmenso paisaje que tenían enfrente. Por las mejillas de los dos corrieron algunas lágrimas, pero ninguno se enteró de las gotas que caían en la cara del otro. Estaban demasiado inmersos en su propio dolor.
Siguieron caminando cuesta arriba. El paisaje era cada vez más hermoso. Como en todo viaje, hay que prepararse mentalmente tanto para la ida como para la vuelta. Esto él lo tenía claro. Ella no tanto. Ella era más de pensar en el momento, en lo que tenía enfrente y lo más inmediato. Después vendría lo demás. Él en cambio siempre tenía todo calculado. No avanzaba si no sabía que podía volver después. Era de las personas que no disfrutaba tanto del viaje en el momento ni en pedazos, sino después cuando ya estaba en la tranquilidad de su casa y podía recordarlo entero.
Llegaron a la cima. Ella lo había dado todo. Él había dejado un resto para volver. Se sentaron de nuevo a compartir el agua y las provisiones. Él extendió la mano para acercarse a ella, pero ella no la vio. Él se estaba abriendo, pero ella no. Es que en el dolor hay distintas etapas, la mayoría suelen ser solitarias. Pero por momentos tenemos atisbos de necesitar apoyarnos en el otro. Él ya estaba en ese momento. Ella no.
– Muchas veces sentí envidia por el papá que vos tuviste. – Él alejó la mano y se la quedó mirando.
– Si tuvimos el mismo papá.
– No. El tuyo te dio oportunidades. Te abrió puertas. Te dijo que podías hacer lo que quisieras con tu vida. El mío me hizo creer que nunca podría valerme por mí misma.
Se hizo un silencio que la inmensidad de las sierras profundizó.
– ¿Por qué nunca se lo dijiste?
– Se lo dije… pero no me escuchó. Creía que yo necesitaba una pared para protegerme del mundo. Lo que necesitaba, era un escudo. Para hacerme camino. Como vos.
Ella creía que él negaría lo que ella vivió. Que no lo creería. Que lo minimizaría. Que no podría entenderla porque su experiencia había sido completamente distinta. Pero él rompió el largo silencio con una confesión:
– Que no te den un escudo te da la posibilidad de crearte el tuyo, a tu medida, en tus términos. Yo muchas veces dudo del que tengo. Pero no me animo a cambiarlo. Vos podés empezar de cero.
Ella nunca lo había visto de esa manera. ¿Y si era verdad? ¿Y si lo que tenía era una oportunidad? ¿Y si él se había tenido que armar bajo el ojo crítico de su papá y ella había tenido en realidad más libertad de la que creía?
Ya estaba empezando a bajar el sol y era hora de hacer lo que constituía el objetivo del viaje.
– ¿Estás seguro de que es acá? – Ella sembró una duda que hasta entonces ninguno de los dos había tenido.
Él sacó un papel de su bolsillo «Quiero estar siempre cerca del olor a paz» leyó. Lo primero que habían pensado los hermanos era en las sierras, donde su papá había pasado la mayoría de los veraneos en su infancia. Pero no, no era ahí. Y ellos recién ahora lo entendían. Se miraron en un rapto de lucidez compartida «el olor a campo en la mañana», eso era lo que él siempre repetía.
Tendrían que hacer otro viaje con las cenizas a cuestas. Pero sabían que este no había sido en vano. Siguieron mirando el horizonte un rato más. Cuando el pensamiento cambia su esencia y toma forma de palabra, los resultados son impredecibles. A veces, es para peor. A veces nos arrepentimos cuando las palabras ya salieron y es demasiado tarde. Pero a veces, es para mejor. Ella ahora se sentía más liviana. La angustia que le había pesado tanto desde que su papá se había ido eran los reproches que nunca había llegado a hacerle por completo. Eran fantasmas con los que ella había estado conviviendo, y que su hermano supo combatir en seco. Ella veía cómo sus reproches, su pensamiento, su angustia se evaporaba poco a poco entre las sierras.
«El olor a campo en la mañana». Era tan fácil la respuesta. Y sin embargo los dos estaban convencidos aunque estuvieran equivocados. Y es que instintivamente habían buscado otro momento juntos, en otro lugar. A partir de entonces el ir a las sierras sería un viaje obligado para los hermanos por el resto de los años que les quedaron por delante.
– Fin –