
¿Cuál es tu mayor miedo? Les pregunté hace unos días en mis historias. Estas fueron las respuestas que me dieron:
«A no haber sido fiel a mí cuando llegue a vieja y darme cuenta de eso».
«A envejecer sola».
«A la muerte de mis hijas».
«A que a mi hija le pase algo por sobre todas las cosas».
«A la muerte».
«A la «zona de confort»».
«A que mi hija tenga quien la cuide bien en su diabetes cuando salga al mundo sin nosotros».
«Al olvido».
«A mirar para atrás y arrepentirme».
«A la muerte» (sí, otro más).
«A la muerte de mis papás».
No hay dudas: todos le tenemos miedo a algo. Y muchas veces, le tenemos miedo a las mismas cosas. ¿Pero tiene realmente entidad el miedo? ¿O es un inquilino no deseado que puede alterarnos el ánimo e irse como si nada, dejando todo devastado a su paso?
Siento que con la pandemia naturalizamos el hecho de vivir con miedo, y creo que no debería ser algo para nada natural. Ese frío que te agarra en el cuerpo cuando pensás algo malo, esa ansiedad por lo que va a venir, ese paralizarse, tiene repercusiones en nuestro cuerpo. Hace un año y medio que solo leemos y escuchamos historias trágicas, de pérdidas, de sufrimiento, de dolor. Pensamos que todo va a andar bien, y viene una nueva cepa. Creemos que la vacuna que nos dimos es muy buena, y vienen nuevos efectos adversos. Creemos que ya podemos hacer vida más normal, y viene una nueva ola de aislamiento.
El miedo es útil cuando activa en nosotros los procedimientos necesarios para sobrevivir, como le pasa a cualquier criatura del mundo. Pero cuando solo son fantasmas en nuestra cabeza, que rondan, que minan nuestro presente y que nos afectan nuestro cuerpo, ya no tiene nada de utilidad. Por el contrario.
Es imposible no sentir miedo. La clave está en transformarlo. Y quizás en vez de pensar «¿Cuál es mi mayor miedo?» sería más lindo responder «¿Qué es lo que me da mayor felicidad?». Miren cómo cambian las respuestas: «Ser fiel a mí misma hoy», «Crear vínculos sanos y duraderos hoy», «La vida de mis hijas», «Que mi hija esté bien», «La vida», «Los desafíos», «Poder darle las herramientas a mi hija para que se cuide de su diabetes», «Recordar», «La vida de mis papás». ¿Qué distinto que es no? Las primeras respuestas estaban teñidas de oscuridad. Estas, parecen tener luz. Y es que a veces la pregunta incorrecta nos lleva a un círculo del que cuesta salir. Por eso está bueno siempre volver para atrás y preguntarse si hay otro lugar desde donde pueda plantarme. Quizás en ese cambio de perspectiva encontremos el camino que no nos sumerja en un círculo sino que nos permita realmente avanzar.
¿Qué es lo que a ustedes les da mayor felicidad? Los leo 💜.