Cuento: «Mi cofre interno»

[Este cuento forma parte de #CuentoConVosVol2, la segunda edición de la iniciativa literaria que el año pasado me llevó a publicar mi primer libro de ficción. Esta vez el disparador me lo dio @maritecuello. Espero que lo disfruten 🤗]

La superficie está calma. El sol se refleja sobre el mar azul. Quizás el brillo me moleste los ojos, pero no lo percibo así. Este es mi momento para recargar energía. Solo mi cabeza asoma, el cuerpo se está hidratando abajo. Por un rato siento que están disociados. Pero no de la misma forma en que se disocian en nuestro día a día. Disociados bien. Con esa libertad sana de quienes buscan energías en cosas distintas para fortalecerse en su individualidad y potenciarse en su reencuentro.

No quiero salir del mar, pero sé que tengo que hacerlo. Ahora es el corazón el que se disocia y quisiera quedarse un rato más flotando entre los rayos del sol. Pero salgo. Es el deber ser, ese que nunca puedo ignorar, ni aunque lo intente.

Las olas me acompañan a la salida. La arena se va pegando a mis pies. Veo que mis cosas están más lejos de lo que me acordaba. El bolso con las llaves de casa. El toallón con la imagen de un oso que ya está desfigurada de tanto uso y que me recuerda que algún día tengo que reemplazarla por alguno que haya sido hecho en esta década.

– Sabía que ibas a estar acá.- Una voz gruesa me saca de mi estado zen y empieza a robarse un poco de la energía que acabo de recargar. Me doy vuelta para mirarlo. Su presencia no me sorprende, pero pretendo que sí. -¿Quedó algo por decirnos?- Esconde sus manos en los bolsillos del pantalón y asiente con la cabeza. Esa pose tan típica de él, que tanto solía amar, y que ahora tanto me molesta. -¿Te puedo acompañar hasta tu casa? Ya sé que estás apurada.

No le respondo. Agarro mis cosas y empiezo a caminar. Él lo toma como un «sí». Como siempre.

Las primeras cuadras son en silencio. Estoy intentando juntar todas las energías que acabo de recargar en algún rincón de mi ser al que él no pueda llegar. Me apuro, como un nene que ve que alguien está a punto de robarle sus caramelos. Es que esto ya me pasó, ya lo viví, ya me vacié. No quiero volver a vaciarme.

Cuando doblamos en la primera esquina entonces empieza a hablar.

– Todo lo que dijiste ayer fue muy injusto. Yo no soy así.

-Vos no te ves así.

-No… quizás sea un mecanismo de defensa.

-Pero entonces admitís que no se trata de ser justa o no. Que podés ser así y no verlo.

-Bueno quizás sí. Pero es injusto que me venga a enterar recién ahora de todo lo que pensás de mí.

Silencio. En ese punto tiene razón. Y no sé cómo explicarle que no había juntado valor hasta entonces. Suena a una excusa berreta, infantil. Pero es la realidad.

-Es cierto, te lo tendría que haber dicho antes. El caso es que ya está. No hay mucho por arreglar. Y no sé bien qué hacés acá.

Siento que cuanto más tiempo pase cerca de él más me va a costar contener mi energía en mi cofre interno. Puedo sentirla haciendo presión para salir. Por suerte ya estamos llegando a casa.

-Sin rencores.- Le digo sacando las llaves del bolso. No sé si es cierto, pero es mi salida más rápida. Él se queda mirándome a los ojos. Creo que por primera vez lo veo realmente triste. -No quiero que estés triste.- Esto sí es verdad. -Pero, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿Tanto tiempo tardaste en saber que esto, nosotros dos, era lo que realmente querías? ¿Teníamos que llegar a este punto?-

-Estás a kilómetros de distancia, ya lo sé.- Me dice, otra vez con sus manos en los bolsillos. -No pretendo retenerte. Aunque no las haya visto las oportunidades estuvieron y no las aproveché.

Escucho de nuevo las palabras que inevitablemente nos van a llevar a otro revisionismo histórico y siento cómo un poco de mi energía se escapa del cofre. La freno. Lo freno. -No quiero empezar a hablar de todo de nuevo.- Él asiente. Las 6 horas de charla y llantos del día anterior fueron mucho para los dos. -Dejemos pasar unos días.- No me responde. No quiero que se vuelva a aparecer en mi espacio de recarga de energía. -Por favor-. Él sabe lo que le estoy pidiendo y asiente.

Entro a casa y largo todo con un suspiro. Me alegro de saber que casi toda mi energía está intacta. La libero del cofre y siento su vitalidad. Me preparo para ir a trabajar: un día de rutina siempre viene bien para seguir adelante.

Se está haciendo de noche y yo ya estoy volviendo a casa. Una parte de mí se pregunta si él estará esperándome en la puerta. Si tendré que lidiar de nuevo con la despedida número 100. Si está, dice mucho de él. Si no está, también.

No está. Suspiro.

Ceno sola. Me quedo leyendo un rato. Me duermo.

Al otro día voy a recargar mis energías y otra vez me pregunto si me lo voy a encontrar. Me meto en el mar, mi cabeza está flotando. Vuelvo a mi eje. La arena se me pega en los pies. Busco mis cosas. Otra vez el oso del toallón me reprocha que no lo deje jubilarse. Guardo rápido mi energía en el cofre mientras miro alrededor. Pero él no aparece. Suspiro.

Los días pasan. La energía se multiplica. No hay nadie que la mutile cuando llego a casa. No hay nadie que la absorba con un mensaje tóxico. A la semana ya no me acuerdo del cofre interno: salgo el mar y dejo que toda mi energía fluya, revolotee, se esparza sin límites. Y entonces me vuelvo a descubrir. Ahí estoy yo. Me da alegría saber que no me perdí del todo.

Dos meses después, un día cualquiera, lo vuelvo a ver. Estamos lejos. Hay mucha gente en el medio. Está de espaldas pero sé que es él: su pose de manos escondidas en los bolsillos lo delata. ¿Tendré que buscar rápido mi cofre para preservar mi energía? Creo que esta vez tengo bastante reserva. Me pregunto cómo estará. Me acerco para saberlo. Una de sus manos sale del bolsillo para rodear una cintura que tiene al lado. Me freno de golpe. Lo veo de perfil. Sonríe y le da un beso en el cuello a ella que está al lado. Ella no se gira. Se deja besar y agacha un poco la cabeza. ¿Estará sonriendo también?

Suspiro y doblo a la derecha. Me alejo. Y pensar que yo creía que el cierre ya había pasado. Siento que las lágrimas empiezan a caer. Pero yo también sonrío. Hay historias que tienen que cerrarse para poder ser fiel con uno mismo.

Es la mitad del día pero necesito mi mar azul y calmo. Voy a buscarlo. Mientras mi cabeza flota proyecto un deseo: que con la próxima persona que conozca no necesite cofres internos. Que mi energía se refleje en él como estos rayos del sol que se apoyan en el mar para iluminarme.

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