
¿Por dónde empezar a reseñar esta novela? Muy difícil decidirlo. En sus más de 500 páginas Vanessa cuenta una historia que se remifica en muchas otras pero, lo que me parece todavía más interesante, es que nos lleva (sin que nos demos cuenta) a un profundo viaje interior.
Como se imaginarán, lo primero que me atrajo del libro fue la presencia de mis tan queridas mariposas, en el título y en la ilustración de la tapa. Después descubrí que inclusive la novela está dividida en las tres etapas de la vida de la mariposa, que es una gran metáfora de la transformación interior que viven los personajes.
No tenía mucha idea sobre de qué se trataba, pero sabía que tenía que leerlo. Lo que más me gustó de él fue descubrir en cada capítulo reflexiones profundas sobre cómo vivimos en la actualidad. Atrás de eso se nota que hay un gran trabajo de investigación de la autora sobre distintas espiritualidades y hasta crea conceptos nuevos que me parecieron increíbles como el «bien de ojo», los amigos-spa y los golumizados. Me hizo pensar mucho sobre todo el concepto de vida diferida: con la tecnología nos estamos acostumbrando a que, cuando vivimos algo importante, lo primero que hacemos es sacar el celular para registrarlo y revivirlo más adelante. O sea que en definitiva ¿lo estamos viviendo realmente? ¿O solo registrando?
Después de leer esta novela me pasó lo que nunca me había pasado con otro libro: sentí que no podía haber pasado mi vida sin haberlo leído. Las mariposas, su metáfora, el reiventarse, el renacer, la búsqueda de una fe, la alienación del trabajo, la vocación, el acoso laboral… Cada oración fue una invitación a pensar en distintos aspectos y momentos de mi vida. Hacia final incluso se me cayeron algunas lágrimas.
¿Recomendación? Léanla cuando realmente puedan dedicarle momentos durante varios días seguidos. Son tantos los pesonajes que van surgiendo que, si uno no se mete de lleno en ese universo, se puede romper el hechizo.
Después de leer el libro, más allá de las 83 citas que extraje de él para atesorar, me quedo especialmente con una de ellas que últimamente me repito como un mantra: «Peregrina, camina como un viejo para llegar como un joven».