[Este #RetratoLiterario forma parte de mi nueva iniciativa y me lo encargó Verónica Domínguez. Ella me mandó la foto de su abuela y me contó sobre ella. Yo escribí este texto como un regalo y homenaje a su vínculo. ¡Espero que lo disfruten!]

¿Cómo iba a saber Fanny Emilia Ghisoni que cuando fuera abuela el nombre que había llevado toda su vida iba a dejarle el lugar a uno nuevo? ¿Acaso se imaginaría cuando enviudó a los 40 y sacó adelante sola a sus dos hijos que algún día su fuerza de voluntad sería motivo de admiración para las generaciones que la sucedieron?
Fanny no es de las personas que deja que la vida las catalogue. Amante de la lectura, de los viajes, del arte en general, de la ópera, de los museos y de todo tipo de cursos, puede decir con la cabeza en alto que no terminó el secundario, pero que no por eso le dio la espalda a su costado cultural. Fue modista de alta costura, pero también cosió y planchó cuellos de camisas cuando hizo falta.
En el 79 fue abuela por primera vez y con su primera nieta llegaría su nuevo apodo: Baba. Es que los niños no inventan nombres para los que no ven. Solo quien está muy presente en sus vidas puede ser merecedor de tal honor. Nombramos lo que queremos poseer. Y era imposible que la pequeña Verónica no quisiera aferrarse a su abuela luego de que ella los acompañara en su mudanza a El Dorado (Misiones) cuando Verónica solo tenía 2 meses de edad.
Ir a la casa de Baba significaba empaparse de cultura y llenarse de comida rica. Paseos al cine, al Parque Centenario, a museos, a teatros, a comer afuera. Y las delicatesen también salía de sus manos: pastas, tortas, pascualinas, y ese puré mixto (sin manteca, con aceite y sal) cuyo ingrediente secreto no sabe nadie más que ella. Aún hoy, cuando le toca ser visita, sus manos regalan scones o cantuccis.
¿Qué dejar a los que vienen atrás? Habrá pensado Baba más de una vez en sus 92 años. Por eso quizás le enseñó a Verónica a coser, a bordar, a arreglarse las uñas. Pero muchas veces las enseñanzas más grandes las dejamos con el ejemplo, sin hacer demasiado esfuerzo. La nieta mayor aprendería de Baba la importancia de disfrutar de las cosas lindas, de que es mejor tener poco pero que sea bueno, del ser coqueta como signo de amor propio. El ser agradecida y atenta con los demás, por más de que el otro simplemente esté haciendo su trabajo, nunca dejar de decirle gracias. Del dar aunque solo puedas ofrecer un detalle chiquito hecho por vos. Todo gesto suma.
¿Qué ven cuando ven esta foto de Baba? En su porte puedo descubrir que todo lo que me contó Verónica de ella es cierto. Me la imagino perfectamente valiéndose por sí misma, sin necesitar vivir con nadie más. Con sus días llenos de energía. Con su capacidad de responder a las adversidades dando vuelta la página y disfrutando de la vida. Yo veo una mujer fuerte, que no dejó que los hechos que vivió la catalogaran: que se hizo sus propias etiquetas, que forjó su propio camino y que supo dejar una huella profunda de ejemplo de vida en los que tiene cerca. Es fácil tirar la toalla y quedarse en el lugar de víctima. Lo realmente difícil es reinventarse. Y creo que hay pocas cosas tan satisfactorias como que un día tu nieta pueda hablar así de vos, no como una persona que perdió mucho, sino como alguien que sabe ganarse cada alegría que le toca vivir.
[Si quieren que les regale a ustedes también un #RetratoLiterario pueden escribirme a imagosta@gmail.com.]