Cuento: «¿Resistir o renacer?»

[Este cuento forma parte de mi iniciativa #ContemosJuntos. El nombre del personaje principal lo eligió @laubrunelli, el sentimiento que lo mueve («ansias por su independencia») @cami_dossantosl, la palabra clave del título («renacer») @vickyfunes y @sab_farias contestó «Trabajador social» a la pregunta sorpresa de esta edición que fue «¿Cuál es la profesión del personaje principal?». Espero que les guste.]

«Buscáte un trabajo como la gente y rajá de acá». Portazo. Esos ruidos secos y violentos ya eran parte del día a día de Mateo. No es que lo sorprendiera escucharlos particularmente. Pero no podía ignorar que cada uno de ellos machacaba un poco más su alma ya de por sí lastimada.

«¿Qué clase de padre trata así a su hijo?» es la pregunta que se hacía desde que tenía uso de razón. Y la que lo había llevado, de hecho, a encontrar su vocación. Pero eran los días como este, en que su ánimo estaba a tono con ese departamento gris y oscuro que lo había visto crecer, en los que le hubiera gustado haber estudiado algo más redituable. Sin ir más lejos Pablo con su título de Administrador de Empresas ya había podido comprarse el boleto de su independencia, y él, con su tan difícil como satisfactorio rol de Trabajador Social su corazón se agrandaba al tiempo que su billetera seguía achicándose. Y los gritos y los portazos lejos de disminuir con el tiempo, aumentaban.

Mateo tragó una vez más su frustración y su bronca. Todavía se acordaba como si hubiera sido ayer el día en que le trajo a su papá su primera «obra de arte», o al menos así la había llamado su maestra del jardín. Tanto lo habían halagado que él había terminado por creer que realmente había hecho algo importante y que por fin podía ofrecerle un regalo al padre que le devolviera su sonrisa y, quién sabe, quizás también ligara algún abrazo. «¿Qué es esto?» le había dicho el papá con tono despectivo y algo de alcohol en su aliento. «Un regalo, para vos. Es mi arte.» Una carcajada dolorosa machacó las ilusiones del pequeño Mateo. «Esto no es arte, son garabatos. Más te vale no pensar que esto te va a dar de comer algún día». Chau a la ilusión de los abrazos, y ni hablar al apoyo de profesión altruista. Y acá estaba, 20 años después, en la misma encrucijada. Sólo que ahora no era el padre nada más el que quería deshacerse del hijo. Su violencia habían dado como resultado que para Mateo fueran tan fuertes sus ganas de crecer como de independizarse por fin de esos maltratos.

Con el sabor amargo de una nueva pelea y en la oscuridad de su triste habitación, Mateo volvió a entrar a su home banking. No importaba cuántas veces lo hiciera por día, los números seguían sin ser lo que él necesitaba. ¿Es que era tiempo de dejar de lado el hogar de tránsito de adolescentes en el que tantas almas había conocido para buscar un camino que le permitiera de una vez por todas tener su propio espacio? Mateo se sentía tironeado y cansado. Cerró la computadora y se dejó caer una vez más en esa cama destartalada. Necesitaba por un rato, aunque sea, soñar con su independencia.

“Hoy no puedo, pero te prometo que mañana sí te acompaño” los ojos grandes de Pedro le partieron el corazón. “Seguro que Mateo tiene que encontrarse con alguna chica en algún bar” dijo Damián, el padre de Pedro, guiñándole un ojo. “Ojalá” se rió Mateo, y volviendo la vista a los grandes ojos de Pedro le explicó “Es que además de trabajar acá en la asociación tengo otro trabajo. En un hogar de chicos que son un poco más grandes que vos pero no tienen tu suerte.” Pedro lo miró extrañado. Sus capacidades especiales siempre le habían hecho sentir que los otros eran los que tenían suerte. “No tienen la hermosa familia que tenés vos” siguió diciéndole Mateo. Los faroles de Pedro ahora se dirigieron a su papá que a su vez lo miraba a Mateo conmovido. “¿Te acercamos por lo menos a algún lado?” le dijo Damián. Mateo miró su reloj y como siempre algún segundo extra no le venía mal. “Dale”. Pedro saltó de la alegría y lo abrazó con fuerza. Recién lo soltó cuando llegaron a la camioneta, solo porque sabía que para su papá viajar fuera de su sillita no era una opción.

“¿Es un hogar de tránsito donde trabajás?” le preguntó Damián en el trayecto. “Sí, se llama Renacer” respondió Mateo con ternura pensando en todos los recuerdos que le traía ese espacio. “Qué fuerte dejar tu huella en la vida de tantos chicos”. La mirada de Mateo se nubló recordando los proyectos que había pensado el día anterior, que incluían una posible independencia económica y excluían, por consiguiente, a “Renacer” de su vida. Algo de Damián siempre le había inspirado confianza. Después de todo hacía ya tres años que era coordinador de las actividades de su hijo Pedro y había acompañado a toda la familia en el proceso de aceptación de su Síndrome de Down. Sintió que tenía un espacio, un lugar y una oreja a la cual confiarle todo lo que el día anterior había discutido con la almohada. El resto del viaje le contó sobre su relación conflictiva con su padre, su necesidad de independencia y lo mucho que le estaba costando siquiera llegar a fin de mes. Mateo sintió que se sacaba un peso de encima compartiéndolo con alguien más. Y encima se trataba de una persona que no solo valoraba sino que reconocía su trabajo. Entendía, por eso, lo difícil de su decisión. «Pero bueno, supongo que si ahora me dedico a otra cosa quizás algún día volveré a las vidas de estos chicos. Aunque no serían ellos, pero quizás otros. Por ahí en el día a día no me sentiría tan orgulloso pero tendría mi propio espacio. No sé, por lo pronto ya empecé a mandar CVs a trabajos que no me atraen ni un poco pero que quizás sean mi boleto de salida.» Damián escuchaba atentamente a Mateo y podía sentir como propia su encrucijada y su tristeza. Mientras lo veía bajarse de la camioneta e ir a encontrarse con los jóvenes que lo esperaban en el hogar pensaba que eso no podía estar bien. Mateo pertenecía ahí y sus granitos de arena eran únicos para las vidas de esos chicos que no tenían prácticamente a nadie más.

Mientras entraba en el hogar Mateo escuchaba de lejos el llanto de Pedro que no había querido separarse de él. Le sonrió a lo lejos y le dedicó ese saludo en código que solo ellos entendían. Pedro se tranquilizó y sonrió también. Mateo vio cómo la camioneta seguía su curso.

A la noche, cuando salía del hogar, Mateo recibió un mensaje. Era de Damián. «Necesito preguntarte algo. ¿Podemos vernos?». Nunca se habían visto en un entorno que no fuera el de la asociación así que Mateo imaginó que se trataba de algo importante. El miedo a que a Pedro le hubiera pasado algo aceleró la velocidad de su respuesta. «Claro, ¿dónde nos vemos? ¿Está todo bien?». El corazón de Mateo latía fuerte. Y eso que todavía no sabía que su vida estaba por dar un vuelco.

Era de noche, Damián le pidió verse en un restaurant cerca de la casa de ellos. “¿Pedro está bien?” fue lo primero que le dijo Mateo cuando se acercó a la mesa. “Todo está bien, sentáte por favor”. Mateo respiró profundo. Damián le extendió la carta “Pedite lo que quieras. No seré tu cita ideal pero creo que va a ser una linda cena.” Mateo sonrió recordando el chiste que le había hecho a Pedro esa mañana. Cuando vió los precios de la carta se resistió a pedir algo para comer. “Solo un agua”. Damián lo fulminó con la mirada. Mateo entendió el mensaje: no estaba acostumbrado a que alguien fuese considerado con él, era más bien él, por su profesión, el que pensaba en los demás. Pero la verdad es que nunca había comido en un lugar tan elegante y probar un rico plato sonaba bastante más tentador de lo que podía haber imaginado.

Entre la novedad del lugar y del encuentro, Mateo tardó en recordar que en realidad estaban ahí por pedido de Damián. Después de la segunda copa de vino la poca formalidad que todavía existía entre ellos se desdibujó. “Che, ¿no me querías decir algo?” le lanzó Mateo. Damián se puso serio y dejó su copa de vino a un costado. “Sí. Después de nuestra charla de hoy estuve pensando mucho. Lo hablé con mi mujer que también es mi socia en nuestra empresa. La verdad es que hace tiempo que venimos buscando algún proyecto de Responsabilidad Social Empresaria en el que involucrarnos. Tenemos un agradecimiento infinito con vos por todo lo que le diste a nuestra familia y lo que significás para Pedro. Así que nos pareció que este era el mejor momento de todos. Queremos contratarte para que coordines nuestro nuevo departamento de RSE. Podés tener los proyectos que ya tenés por afuera, financiaríamos otros nuevos y además podemos darte la estabilidad económica que necesitás. Podrías independizarte manteniendo tu vocación.” A Mateo se le aflojaron las piernas. No podía creer lo que estaba escuchando. La vista se nubló y el vino hizo de lo suyo.

Cuando volvió en sí se dio cuenta de que la vida le estaba dando la posibilidad de renacer. Un mes tardó Mateo en irse por fin de su casa. Su padre no estaba ahí, ya iba por su tercera lata de cerveza en su bar habitual. Mateo ya no esperaba ningún milagro, ya había tenido demasiados. Solo agradecía a la vida por la mano que le habían extendido. A veces la primera ronda de cartas que nos toca no es la mejor. Pero vale quedarse en la mesa para esperar el próximo turno. Porque los ángeles protectores nos rodean y pueden aparecer de formas muy distintas

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