[Segunda edición de nuestro #ContrapuntoDeFrasesHechas. Te invito a leer el otro lado de la moneda en la cuenta de @belu.basalo]
Hoy presentamos: «Quien mal anda, mal acaba»
Los días en que me levanto cruzada, todo me sale mal. Cuanto más apurada estoy más cosas hago que me retrasan: se me vuelca algo en el jean, se me rompe la cartera, me tropiezo con todo y me golpeo contra las puntas de todos los muebles que se crucen en mi camino. Esta frase no puede ser más real. Si estoy mal, acabo peor. Se siente como una bola de nieve que va en aumento y no tiene freno. Porque no es que un tropiezo nuevo reemplaza al anterior: se suman y se potencian.
A veces es más fácil seguir para adelante y llegar a ese “mal acaba”. Es lo más cómodo ponerse en el lugar de víctimas: tuve un mal día y por eso terminé así. Pero no somos tan pasivos como creemos. La clave es poder registrar la semilla de ese malestar. ¿Cómo empezó todo? ¿Por qué me levanté cruzada o en qué momento del día empecé a “andar mal”? Y el siguiente paso es el más importante y el más difícil a la vez: ¿Qué puedo hacer para cambiarlo?
Creo firmemente en el poder de “resetearse”. Cuando una cosa tras otra van dificultando más mi día, me siento como una computadora colapsada con un millón de ventanas abiertas y tildadas. Cuando ya ningún botón funciona, siempre está la mágica función de desenchufar (o resetear si eso es posible) y empezar de nuevo. ¿Qué te desenchufa a vos? ¿Cuáles son tus herramientas para resetearte?
“Conócete a ti mismo” decía el templo de Apolo en Delfos. Ignorar lo que nos hace mal no nos lleva a ningún lado. O mejor dicho, a ningún lado bueno.
La frase puede parecer fatalista. Pero creo que en vez de verla como una sentencia hay que verla como un recordatorio de que no hay que seguir por donde nos hace mal. La clave es frenar a tiempo para asegurarnos de andar bien y de terminar mejor.
Inés María Agosta 