Cuento: «Sanarás mañana»

[Este cuento forma parte de mi nueva iniciativa. Todos los viernes voy a subir a las historias de mi Instagram 3 preguntas y voy a tomar las respuestas de 3 personas distintas para inventar un nuevo cuento. En el de esta semana el nombre de la protagonista lo propuso @flowestairs, el sentimiento que la mueve me lo dijo @biopaulita y la palabra clave del título la aportó @belu.basalo].

Petrona no estaba segura de haber tomado la decisión correcta. Siempre le pasaba lo mismo: durante días le daba vueltas a un asunto y, cuando se decidía por algo, inmediatamente ya sentía que había elegido la opción errada. ¡Era tanto más fácil cuando Mateo estaba al lado suyo! Era él el que desempataba entre sus pensamientos.

Pero Petrona no sabía dar marcha atrás, no la habían criado de esa manera, así que con la frente bien alto siguió caminando por las calles de adoquines, convenciéndose de que, aunque no lo sintiera así, era ese el camino que tenía que seguir.

Llegó a la dirección pautada. Era una calle sin salida, de casas bajas y antiguas. La puerta que llevaba el número que ella tenía anotado en el papel (1876) era naranja. Petrona se sorprendió por la irreverencia de la elección de ese color para una casa de familia. ¿O es que no era una casa de familia? ¿Dónde se había metido? Antes de tocar el timbre, Petrona se persignó. Era su manera de pedirle a Mateo que la cuidara.

La puerta naranja se abrió y del otro lado apareció una mujer joven, de pelo largo negro y ojos bien oscuros. Tenía un vestido suelto y clarito. Le dedicó una mirada profunda y Petrona se sintió intimidada. Estuvo a punto de inventar una excusa barata, dar media vuelta e irse. Pero la mujer la sorprendió «Sos tal cual como te describió Mateo». A Petrona se le aflojaron las piernas. No podía irse ahora, la intriga era más fuerte que ella.

La casa de la puerta naranja tenía un olor particular: parecía reunir muchos aromas de sahumerios distintos y armónicos entre sí.

La mujer invitó a pasar a Petrona al living. En él había una mesa cuadrada, un mantel naranja («¡Qué fijación con ese color!» pensó Petrona) y una vela. Petrona hubiera esperado más merchandising, algún amuleto contra el mal de ojo o algo por el estilo. Pero no. Lo único que se veía alrededor eran dos sillas, que no pertenecían al mismo juego, pero que acompañaban la misma mesa.

La mujer le indicó a Petrona que podía tomar asiento. Después le extendió una taza de té diciéndole «No te preocupes, es de manzanilla en hebras y no tiene azúcar». Petrona se quedó paralizada ¿cómo es que esta mujer sabía tanto sobre ella?

No se animó a tomar el té, aunque se moría de ganas de hacerlo. «Mi nombre es Emilia» le dijo la mujer. «¿Y ahora qué tenemos que hacer?» le respondió Petrona bruscamente. Emilia le sonrió. «Dejame ver las palmas de tus manos».

Elvira estuvo un rato largo analizando las manos de Petrona, mientras Petrona a su vez analizaba las expresiones de Emilia. Después de varios y largos minutos le dijo impacientemente «¿Y?». «Y… te falta sanar. Es lógico, la partida de Mateo te dejó trunca. Pero si te fijás bien, acá» Emilia le señaló una parte de su mano izquierda «Es donde todo vuelve a empezar». Petrona estaba confundida. Solo veía en sus manos unas líneas que no le decían nada.

«Sí sí, ya sé.» Dijo Emilia de golpe. «Perdón, es Mateo que está acotando. Dice que no des más vueltas y te compres la crema de manos que tanto te gusta». Petrona miró otra vez sus manos lastimadas de tantos productos de limpieza y se dio cuenta de que desde que Mateo se había ido no se había vuelto a preocupar por vérselas linda. Se acordó de pronto de todos los besos que él le daba cada vez que veía sus manos agrietadas. 

«¿Querés hablar con él?» Le dijo Emilia cuando la vio pensativa. Petrona levantó la vista y una lágrima se le escapó casi sin que se diera cuenta.

Petrona sintió ganas de salir corriendo. Le daba cierta impresión pensar que podía volver a hablar con Mateo, cuando él ya no estaba acá. A la vez sentía culpa por sentir impresión: no podía dejar ir esa oportunidad. En sus noches solitarias, cuando todavía miraba con nostalgia el otro lado de la cama, no se perdonaría haber rechazado la oferta.

¿Pero qué decir? ¿Por dónde empezar? Las cosas que le solía comentar en el día a día parecían demasiado banales. Y las cosas importantes (las melosas, las pendientes, las que ya se habían dicho hasta el hartazgo y las que no) le daba mucho pudor hablarlas enfrente de esa mujer a quien no conocía. 

“Creo que quiero pedirle perdón” dijo Petrona. “Perdón” gritó después mirando al techo vacío, como queriendo reforzar su mensaje por si Mateo no lo había escuchado. Emilia se limitó a sonreír. No le preguntó nada, pero Petrona se sintió en la obligación de dar explicaciones. “Es que a veces puedo ser un poco egoísta. No me doy cuenta, no es a propósito. Nací así. Me criaron así, bah. No es que no me importe el otro, y menos Mateo. Claro que me importa Mateo. Bueno, me importaba. Me importa. Ya no entiendo si está acá o no está acá. Perdón. Porque la última vez que lo ví no le pregunté nada, solo hablé yo. Y me arrepiento tanto, tanto… Daría todo por volver atrás, quiero abrazarlo y preguntarle cómo está. No paré de hablar, no paré de hablar.” Petrona rompió en llanto. Emilia le extendió la mano y se la apretó. 

Después de desahogarse y consolarse finalmente Petrona se animó a tomar el té. Ya no podía resistir la tentación de beber algo que la reconfortara. Para su sorpresa, seguía caliente a pesar del tiempo que lo había dejado de lado sin tocar.

Mateo nunca respondió, pero Petrona sintió como si realmente le hubiera estado hablando a él. En la puerta naranja Emilia y Petrona se despidieron, no ya con el saludo frío con el que se habían presentado, sino con un cálido abrazo. Emilia le dijo a Petrona al oído “Sanarás mañana…”. Petrona sintió intriga pero, por primera vez en ese encuentro, no preguntó nada más.

Ese día Petrona llegó muy cansada a su casa. Todo lo que había hablado con Emilia y las emociones que había sentido durante la sesión habían sido más fuertes que los últimos dos meses de duelo. Es que recién entonces se había dado cuenta de que muchas de las cosas que sintió cuando Mateo se había ido en realidad las había tapado con proyecciones de los demás y sentimientos ajenos. Con lo que los otros creían que ella debía sentir, y no tanto con lo que ella realmente sentía.

Tomó una sopa y se acostó temprano. Por primera vez en mucho tiempo el insomnio no se acostaría con ella. Estaba lista para descansar.

Petrona durmió de corrido toda la noche y recién abrió los ojos cerca de las 10 de la mañana. Se sentía liviana. Recordó entonces que, de alguna manera en la sesión del día anterior, le había logrado pedir perdón a Mateo y suspiró aliviada. Era eso lo que no la había dejado dormir el último tiempo, la sensación de que no podía decirle adiós sin cerrar esa asignatura pendiente. 

Mientras desayunaba pensaba qué lindo espacio tenía Emilia y qué linda profesión. “Qué hermoso debe ser llenar los días ayudando a los demás”. Y entonces, con la tostada a medio comer, saltó de la silla. ¡Se había ido tan conmovida que se había olvidado de pagarle a Emilia por la sesión! 

Completamente avergonzada, Petrona se vistió lo más rápido que pudo, dejó la cama sin hacer y se dirigió a la dirección que llevaba escrita en el papelito. Pero cuando llegó a la calle cortada no encontró el 1876 por ningún lado. La recorrió dos o tres veces de punta a punta, y nada. “Disculpe” le dijo a un hombre que vio salir de una de las casas “¿Dónde encuentro el 1876? ¿La de la puerta naranja?”. El hombre la miró confundido. «No existe esa numeración, y nunca hubo en esta cuadra una puerta naranja.» Petrona volvió a su casa turbada. No entendía absolutamente nada.

Pasaban los días y Petrona sanaba un poco más. Finalmente estuvo lista para decirle adiós al traje de novio de Mateo. Cuando estaba revisando los bolsillos y entonces encontró de nuevo ese naranja chillón, esta vez en forma de papel. En él la letra de Mateo decía «Siempre voy a encontrar la manera de volver a vos».

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