[Este cuento lo escribí en base a la historia que me compartió Karina Yael Gaito en el marco de mi iniciativa literaria #ContáConmigo]
Cuando una amistad nos hace mal, ¿cuánto cuesta soltarla? ¿Y cuánto más no caer en sus redes de nuevo a pesar de extrañarla? ¿Extrañar la amistad es sinónimo de tener que reanudarla? ¿Es que solo alcanza con eso?
Marina y Karina se conocieron cuando solo tenían 6 años. Vivían en el mismo barrio, ambas eran nietas de inmigrantes italianos y solo una calle las separaba. Prácticamente todo el resto en sus vidas las unía.
A medida que fueron creciendo se convirtieron en confidentes una de la otra. Cuando Marina recibió unos rollers nuevos como regalo de Reyes, no dudó en regalarle a Karina los suyos viejos para que pudieran salir a andar juntas. Cuando Karina vivió su primera vez, fue Marina la primera en enterarse. Cada Viernes Santo iban juntas a la procesión de la Iglesia de su barrio, ritual que no osaban compartir con nadie más. En plena adolescencia, cuando la búsqueda de la propia identidad estaba a flor de piel, quisieron asegurarse con la astrología si realmente estaban hechas para ser amigas. «Leo y Tauro tienen la habilidad de entender y responder a las necesidades mutuas.» descubrieron en una página web. Estaba confirmado: los astros también apoyaban su amistad. Karina soñaba con tener trillizos, Marina opinaba que eso era una locura. Parecían no congeniar en esto, pero el destino les guiñaría el ojo una vez más.
Mientras crecían les parecía imposible imaginarse la una sin la otra. Cundo llegó el momento de tomar la confirmación, Karina le hizo a Marina la tan importante pregunta. Marina respondió que sí, que sería un placer para ella ser su madrina de confirmación. Su lazo estaba sellado… ¿o no?
¿En qué momento nos damos cuenta de que, si conociéramos hoy a ese amigo de toda la vida, no se nos ocurriría entablar una amistad?
Marina y Karina crecieron a la par. Llegó un día en que el sueño de Marina estaba cerca: por fin podría abrir su propio local de ropa. «¿Me ayudás?». Esta vez era Karina la que daría la gran respuesta: «Sí, por supuesto». Karina se sentía fiel soldado de Marina, y no se le hubiera ocurrido responder otra cosa.
Así, codo a codo, pusieron en marcha el local. Cuando finalmente llegó el día de la inauguración parecía un sueño hecho realidad. Pero esa sería la última vez en que Karina realmente se sentiría una par de Marina.
A medida que iban pasando los años, Karina iba creciendo en su rol como mano derecha de Marina. Pero, mientras que el negocio se desarrollaba, la amistad entre ambas amigas se iba deteriorando. Karina ya no reconocía entre tanto destrato y maltrato a su madrina de confirmación y le costaba encontrar el lugar en el que se sintiera de nuevo valorada. Estaba ahora en una encrucijada: las opciones que tenía eran limitadas, y ambas implicaban terminar con esa amistad que la había acompañado durante dos décadas.
Después de darle muchas vueltas al asunto Karina tomó una decisión. Hasta entonces había asumido su rol de soldado. Pero por fin había comprendido que cada uno debe pelear sus propias batallas.
Después de que Karina dejó su lugar como mano derecha de Marina en su local de ropa, intentaron recomponer la amistad. Pero las grietas ya eran muy grandes, y aquello que habían ido construyendo desde su niñez no resistió más que dos años más. Una discusión telefónica terminó de alejarlas por un buen tiempo: Marina estaba convencida de que Karina había hecho algo, y Karina perjuraba que no era así. Las diferencias ya eran completamente irreconciliables.
¿Pero cómo se borra del todo a alguien que formó parte de cada paso de nuestro crecimiento? ¿Cómo se cambia el chip para que aquellas pequeñas cosas cotidianas que solían unirnos ya no nos recuerden a la otra persona?
Karina se convenció de que su amistad con Marina estaba completamente sepultada. Hasta que un día, en una sesión de Reiki, su corazón la llevó a ella. Karina lloró todo lo que no había llorado hasta entonces.
Era momento de llamarla, ¿después de todo no era el extrañarla la excusa perfecta para buscar saber de ella? Durante cinco cuadras hablaron sin parar, todo lo que el último tiempo había quedado archivado por no tener a alguien tan confidente como la otra con quien compartirlo. Querían seguir charlando, y la llamada se proyectó en un encuentro personal que nunca se concretó. A la semana Marina se enteraría de que el destino les estaba guiñando el ojo de nuevo: en ella se cumpliría el sueño de Karina de dar a luz a trillizos.
A veces no sabes qué es exactamente lo que te une a la otra persona. A veces está demasiado claro, es demasiado evidente, porque tenemos muchas cosas en común o porque nos unen muchos años de historia. Pero aún así el cómo nos sentimos en el rol que nos es dado dentro de esa amistad nos hace cuestionarnos realmente si es ese el lugar que queremos para nosotros. Si esa relación en verdad nos enriquece o nos empobrece.
Karina creció en su confianza personal cuanto más se alejó de Marina. Recién cuando tomó distancia pudo darse cuenta de cuán disminuida se sentía cuando estaba con ella. Pero le era inevitable recordarla: ¡tantas cosas habían pasado juntas! Por eso cuando Marina dio a luz a sus trillizos, Karina no dudó en saludarla. Pero una vez más las diferencias en la relación se hicieron evidentes. A pesar de que Marina volvió a vivir frente a Karina, no se hizo presente en los momentos más importantes de su vida: ni cuando se casó ni cuando tuvo a su primera hija. ¿Y es que quizás Marina nunca entendió que la decisión de Karina de alejarse fue puramente movida por el amor propio? ¿Que necesitaba esa distancia para aprender a quererse y confiar en sí misma más allá de la mirada de ella? No significaba que no la extrañara, solo que la amistad, así como la habían diseñado entre las dos ya no le funcionaba.
Y así siguen. Las vuelve a separar solo una calle, pero ahora es mucho más lo que las distancia. Y a pesar de eso, al final de cada pizza casera que hace Karina, mira con cariño el queso que quedó pegado en la asadera. Porque ese pequeño detalle cotidiano le hace acordar a ella. Porque, quién sabe, quizás en ese mismo momento Marina esté sucumbiendo en la tentación de comer eso que tanto ama: ese queso pegado en la asadera, que no es parte de la receta, que no es parte del plan, pero que es un efecto inesperado y tan esperado a la vez. Como esas amistades que llegan de golpe sin aviso. Y de las cuales alguna partecita siempre queda pegada en nosotros. Aunque lo intentemos evitar.