
«Tengo que decirte algo». Qué rara suena esa frase cuando viene de parte de tu mejor amiga. Qué raro también es, a los 35 años, seguir refiriéndome a ella como «mejor amiga», como si estuviéramos todavía en primer grado. Pero a la vez una amistad que lleva ya casi 30 años se merece un título distintivo, un reconocimiento por antigüedad, una marca de fuego que le grite al mundo «sí, no sé lo que es la vida sin ella». Quizás entonces pueda explicar el llamarla «mejor amiga». Pero el «tengo que decirte algo» sigue sondando raro.
Mientras viajo hacia el bar donde pautamos el encuentro aprovecho para pensar qué podría ser eso tan importante que no puede esperar. ¿Algo reciente? No me suena. ¿Algo viejo? Si es algo que ya hablamos entonces ya caducó. ¿O será algo que es viejo pero sería nuevo para mí?
Agradezco haber decidido viajar en colectivo, y no en el auto, porque tengo más tiempo para chequear en el celular las últimas conversaciones que tuvimos. En parte, estoy buscando una respuesta; pero en parte también quiero estar segura de que no se me haya escapado nada para llegar preparada al encuentro. A ver si todavía el no tener la más pálida idea de lo que tenemos que hablar empeora más las cosas.
Conversación del 10 de mayo: «Hola amiga!! Recién me crucé con un perro salchicha y me acordé de vos». «Eso puede sonar muy mal» le contesté con el emoticón del mono tapándose los ojos. ¿Será que pensó que me ofendí por eso? No, no puede ser. De chica estaba obsesionada con los perros salchicha pero siempre nos reímos de eso. Aunque esa fue nuestra última conversación antes del «Tenemos que hablar» claramente está descartada.
Voy para arriba en nuestro chat para buscar la respuesta en las conversaciones anteriores: «El domingo me escribió Manuel pidiéndome un consejo legal. Parece que están muy mal con la novia». ¡Uy! ¿Será esto? ¿Le habrá molestado que hablara con su ex? ¿Será que en el fondo no le da tanto lo mismo saber de él o no como me venía diciendo? Está sí que podría ser una opción.
Aunque me parece raro que mi conversación con su ex pudiera ser motivo de su enojo, no descarto esa posibilidad. Después de todo no debe haber sido fácil para ella saber que seguíamos en contacto ni que en los momentos en que más quería olvidarlo yo estuviera ahí para recordárselo. Pero es algo de lo que hablamos tantas veces que me parecería extraño que ameritara un encuentro especial en un bar tanto tiempo después.
Sé que voy a llegar antes de la hora pautada. Raro en mí, se ve que la curiosidad y la ansiedad lograron lo que ella con reproches nunca consiguió: mi puntualidad. Es que lo más raro no fue haber recibido ese mensaje un domingo a las 11 de la noche. Lo realmente extraño fue que, justamente yo que la conozco como nadie y que podría recibirme de un doctorado en todo lo que a ella se refiera, no pude lograr sacarle nada de información acerca de por qué «Teníamos que hablar». Y cuando digo que la conozco como nadie es literal. De hecho si Marcos hubiera seguido adelante con la propuesta de casamiento que pensaba hacerle, ella nunca le hubiera dicho que sí. Le hubiera parecido demasiado cursi y eso le habría hecho replantearse toda la relación. Por suerte yo me enteré a tiempo e hice los ajustes necesarios para que una equivocación no tirara por la borda la intención. Ahora que lo pienso… ¿habrá sido eso lo que le molestó? ¿Se habrá enterado de que él cambió su propuesta por consejo mío? ¿Quizás sintió que me sobrepasé?
Se ve que lo dejé intrigado a Juampi porque no hace ni diez minutos desde que salí de casa y ya me está preguntando si estoy con ella. «Todavía no, estoy como loca pensando por qué puede estar enojada» le contesto. «¿Por qué creés que es algo malo? Quizás es algo bueno» me responde. Sonrío. No tanto por lo que me dice, sino porque me emociona pensar cuánto trabajé para que ellos se llevaran bien como se llevan hoy. Siempre agradezco el haberlo logrado porque definitivamente nunca me podría haber casado con alguien que se llevara mal con mi mejor amiga.
Ahí está de nuevo el «mejor amiga». De golpe me veo con dos colitas guardándole el asiento en el micro del colegio. Pero más allá de que el término puede sonar infantil, cada vez me doy más cuenta de todo lo lindo que encierra. Tener una «mejor amiga» es como ser dueña de un mundo aparte que solo nosotras dos conocemos, en el que los códigos son tan puros como los que puede inventar dos nenas cuando todavía no ven maldad en los demás, cuando todavía no tienen prejuicios. Es tener ese mundo que te acompaña a todos lados. Es nunca estar solo. El peso de los problemas siempre parece estar repartido y los momentos felices se coronan cuando los celebramos juntas. Entonces vuelvo a sonreír. ¿Y si Juampi tiene razón? Quizás me citó para hablar de algo bueno.
Pero una parte de mí, quizás esa parte que tanto sabe de ella, me decía que lo que teníamos que hablar no era algo lindo. Mientras viajo a nuestro encuentro en el bar me reprocho el no haber estado más presente para ella en los últimos meses, en plena organización de su casamiento. Entonces se me viene como un flash el recuerdo de ese día en que conoció a Marcos y que tan ofuscada con él estaba. Pero al poco tiempo me contó que volvió a verlo y entonces el discurso fue completamente diferente. Ese ser que al principio le había resultado desagradable ahora parecía haberse convertido en un príncipe azul. Nunca supe cuál de las dos versiones era la verdadera o cuánto había de verdad en cada una. Lo cierto es que, cuando me quise dar cuenta, lo estaba ayudando a que se comprometieran.
¿Quizás todo fue muy rápido? ¿Quizás realmente no me tendría que haber metido y tendría que haber dejado que todo siguiera su curso? ¿Quizás organizando el casamiento se había dado cuenta de que no era tan feliz como pensaba?
Definitivamente no es algo bueno. El «tenemos que hablar» sin emoticones ni signos de admiración tiene que ser algo malo. Sacudo la cabeza ofuscada: realmente quería que Juampi tuviera razón.
Mientras me bajo del colectivo mi cabeza sigue carburando a mil por hora. ¿Tendrá algún tema con los papás? Raro. Los vi hace poco y estaban perfectos. ¿Tendrá ella un problema de salud? No, es imposible. No lo creo. No puede ser. No puedo ni pensarlo. Me rehúso a hacerlo.
«Un cortado, una coca y un tostado de jamón y queso» le pido a la moza mientras me siento en la mesa. Ya es un acuerdo tácito entre nosotras que la primera que llega al bar hace el pedido general. «Espero que sea puntual» pienso «porque con los nervios soy capaz de comerme el tostado entero». Entonces la veo entrar. Por fin llegó el momento. Instintivamente trago saliva.
Camino hacia la parada del colectivo en piloto automático. Toco la correa de la cartera como para asegurarme de que el shock en el que me dejó la charla que acabo de tener no me hiciera olvidarla en la silla del bar. Mientras me siento en el banco de la parada repaso mentalmente las palabras que acabo de escuchar y sacudo la cabeza como para intentar borrarlas. Pero las palabras vuelven a mí como si fuesen un bumeran y se acomodan en la misma secuencia en las que ella, mi mejor amiga, me las dijo.
Por un momento pienso en todas las posibles conversaciones que pensé que podíamos llegar a tener antes de llegar al bar y me sorprendo de lo poco que uno puede prepararse para lo inesperado, no importa cuántas fuerzas gastemos en intentarlo. Es que estas cosas solo pasan en las películas. Es que estas cosas le pasan a otros, no a uno. Es que estas cosas… estas cosas te dejan patas para arriba.
De golpe me cansa el pensamiento. «Pensálo tranquila, de verdad» me dijo antes de que me fuera. Justo ahora ya no tengo ganas de pensar. ¿Tranquila? ¿Cómo se hace para pensar algo así «tranquila»? ¿Soy acaso una mala persona por pensarlo? ¿Tendría que haber dicho que «sí» sin dudarlo?
Apoyo la cabeza en la ventana del colectivo y pierdo mi mirada en las calles porteñas. El problema es que no importa lo que decida, este ya de por sí es un punto de inflexión. Aunque diga que «sí» o diga que «no» nuestra amistad ya no va a ser la misma de antes. Ya no podemos volver a lo que éramos dos horas atrás. Este es el momento en que se ponen a prueba todas esas promesas de amistad eterna; el momento en que o se hacen realidad o se rompen en mil pedazos.
Un mensaje de Juampi me trae de vuelta. «¿Ya saliste?». Entonces caigo en la cuenta de que él supo todo desde el primer momento. No había manera de que ella hablara conmigo sin confirmar con él que yo seguía sintiendo lo mismo con respecto a ese tema. Supongo que como sabía que era un punto de inflexión no quería dar ningún paso en falso. «Le voy a decir que sí», le respondo a Juampi después de un rato. Me clava el visto. Ya sabe que yo sé que él lo sabe. «Me imaginé que ibas a decir eso.» me contesta con un corazón.
Me bajo del colectivo y mientras camino a casa pienso cómo pudo haberme puesto ella en esta situación. Por un lado me da bronca pero por otro lado siento un gran halago. Durante la conversación se refirió a mí varias veces como su mejor amiga, pero esta vez el término no me hizo pensar que teníamos 10 años. Quizás por el contexto. Quizás porque ahora era cuando, por primera vez en 30 años, esas palabras cobraban realmente sentido. Y es que hasta entonces no me había dado cuenta de algo que recién ahora veo con claridad. La oportunidad que tengo delante es única. En mis manos tengo su felicidad. Por primera vez después de toda esta vorágine de sentimientos, sonrío.
Saludo rápido al portero antes de entrar al ascensor porque no quiero frenarme para hablar de nimidades. Mientras busco las llaves de casa en la cartera me topo con los folletos de los centros de fertilidad que hace un rato nomás ella me había dado. Respiro profundo y la respiración se me entrecorta por el miedo. Nunca quise ser mamá. Ese nunca fue mi sueño. Pero siempre fue el sueño de ella.
Se me viene entonces a la cabeza parte de la conversación. «¿Pero con Marcos quieren tener un bebé antes de casarse?» Ella se rió de la ingenuidad con la que le plantié un supuesto orden de las cosas, y por cómo reaccionaría a lo que estaba por decirme. «Quizás tendría que haber empezado por ahí. Corté con Marcos. No hay casamiento. Cuando me contaste lo de Manuel no pude contener mi impuslo y lo llamé. Las últimas semanas retomamos en donde dejamos hace un año atrás. No quisimos quemarlo por eso lo mantuvimos entre nosotros. Pero por fin nos encontramos en el punto en el que más concordamos. Ahora sí los dos queremos ser papás. Y solo es una forma la que tenemos para concretar ese sueño».
Vuelvo a mirar los folletos sobre inseminación artificial y alquiler de vientre pero ahora con la sonrisa de ella de fondo, con ese brillo en su mirada que solo lo da el hablar del más grande de los anhelos.
Salgo del ascensor y mientras todavía estoy en el palier le escribo. «Una hora ya es pensar demasiado. Yo tengo algo que no quiero usar; a vos te falta algo que queres con el alma. Acá estoy para cumplirlo mientras brillen mis anillos.». Mientras me clava el visto me imagino cómo la felicidad se debe estar interponiendo entre sus dedos y su celular. «No me va alcanzar la vida para agradecerte». Este no es un viernes cualquiera. Un nuevo propósito irrumpió en mi vida. Los anillos no brillan para siempre; antes de que su brillo se apague quiero hacerlos valer, si no es por mí, es por ese alguien más que por fin va a ser como siempre pensé: un desdoblamiento de mí misma.