
Ya había pasado la época de los pantalones cortos, del guardapolvo blanco y de las travesuras en los recreos. Ya la vida se volvía más seria y más sacrificada. Estudiar sin trabajar no era un lujo que Mario pudiera darse. Su papá era chofer de colectivos y aunque había llegado a fundar la línea 144, ahora solo contaba con deudas para pagar y una casa que mantener. Si Mario quería estudiar en la facultad iba a tener que conseguir su propia plata.
Mario tenía dos cosas en claro: quería ser abogado y recibirse de la Universidad de Buenos Aires. Con ese objetivo en la cabeza (el primero de varios que cumpliría a lo largo de su vida adulta) se dispuso a buscar un trabajo que pudiera sustentarlo mientras durara su vida de estudiante. Así, al comenzar la década de 1970, Mario consiguió su primer trabajo como cadete de una empresa de seguros. Trabajaba de sol a sol y estudiaba en sus ratos libres. Su brillantez y su necesidad hicieron que pasara a ser un emblema entre los alumnos de la UBA ya que las materias de la facultad no las cursaba sino que las rendía directamente. Maravillaba a sus compañeros, que a los codazos se hacían un lugar para estudiar con él, y a los profesores. Entre sus compañeros de trabajo y sus jefes también daba buena impresión porque había sabido llevar a la práctica todos esos valores que tanto había visto en su papá: el esfuerzo, el compromiso, la responsabilidad.
Todo marchaba sobre ruedas. El sacrificio era grande pero la satisfacción también. Sin embargo llegó el último año de la carrera y con él llegaron los problemas.
Hasta entonces Mario no había nunca puesto en palabras eso que latía adentro de él y que, más adelante, tanto lo movilizaría. Esa necesidad de velar por los derechos de quienes trabajan bajo el mando de otros. Pero cuando llegaron los representantes del sindicato a la empresa de seguros donde él trabajaba, todo cobró sentido. ¡Claro que los trabajadores tenían que conocer a quienes podrían defender sus derechos! No dudó entonces en ayudar a que el mensaje llegara a más personas y, en la época en la que todavía el papel lo era todo, ahí estaba Mario repartiendo los panfletos de lo que para él representaba un derecho sine qua non.
Ese día todo cambiaría para Mario. Volvió a su casa movido por la adrenalina de saberse parte de algo más grande. Y eso que solo había repartido algunos panfletos, «¿qué se sentiría hacer realmente la diferencia por otros trabajadores?» Pensó.
Lo que Mario no sabía era que ese día su vida cambiaría, no solo por haber descubierto una vocación, sino también porque vivió en carne propia las consecuencias que tienen ciertas disputas. La mañana siguiente Mario se dispuso a ir a trabajar como todos los días. Pero cuando llegó a su oficina el mundo que con tanto sacrificio estaba levantando se le vino abajo: en la empresa de seguros ya no necesitaban sus servicios. ¿La verdadera razón? No les interesaba tener entre sus filas a alguien que merodeara con ideas sindicales. Solo 9 meses lo separaban a Mario de su título de abogado ¿cómo iba a poder mantenerse hasta entonces?
Con 20 años Mario había experimentado lo que significaría perder un trabajo solo por cuestiones ideológicas. Sus padres, aunque orgullosos de los principios y las motivaciones de su hijo, tenían miedo de que no pudiera encontrar otro trabajo ni terminar su carrera. Era el momento económico más difícil para ellos y aunque quisieran tampoco podían ayudarlo.
Los miedos de los padres no estaban infundados. ¡Daba impotencia pensar que le faltaba tan poco para ser profesional! Sin dudas buscar trabajo como abogado hubiera sido mucho más sencillo.
Pero por ese entonces Mario también viviría en carne propia lo que significaba aquello que tanta adrenalina le había dado cuando participó de la repartición de panfletos y que aún no sabía qué era exactamente. Cuando los delegados del sindicato conocieron su historia no dudaron en ayudarlo, al fin y al cabo el despido de Mario no era otra cosa que un sacrificio por haber creido en quienes velaban por él. ¿Podría entonces Mario terminar sus estudios? ¿Pero cómo?
Mario no pudo recuperar su trabajo, aquel que le daba la seguridad necesaria para sustentarse hasta que terminara la carrera. Sin embargo el sindicato logró negociar para él una doble indemnización.
En el mundo de hoy, donde todo parece descartable, semejante suma de dinero en manos de un joven de 20 años podría haberse destinado a cosas materiales y haber durado bien poco. Pero Mario seguía con su objetivo fijo y nada podía sacárselo de la cabeza. Por eso es que usó la lógica y su sentido práctico para hacer que ese dinero realmente fuera bien aprovechado. Después de haber hecho un minucioso cálculo llegó a la conclusión de que si todos los días tenía exactamente los mismos gastos, el dinero que gracias al sindicato sus antiguos empleadores le habían dado podía alcanzarle justo para llegar a recibirse. Tener el título en la mano ya significaría que se le abrieran otras puertas, pero hasta entonces tenía que ser constante y gastar solo lo que podía. Así el menú que almorzaría durante los meses que le quedaban de estudiante, los cafés que tomaría por la tarde y el dinero que destinara a insumos de la facultad, todo estaba pautado y programado de antemano.
El plan volvía a correr sobre ruedas. Ahora solo faltaba alcanzar ese ansiado título de Abogado. ¿Sus cálculos habrían sido correctos? ¿Podría realmente llegar a hacerlo?
Era el principio de la década del 70 y con solo 21 años, Mario se recibía con honores de la Facultad de Derecho de la UBA. A los tres años de haber empezado la facultad y habiendo rendido prácticamente toda la carrera libre (solo cursó una materia en la que conocería, nada más ni nada menos, que al amor de su vida) Mario obtenía el título de Abogado.
Ese adrenalina que había experimentado cuando se sintió parte de un todo más grande, esas ansias que se despertaron en él de cuidarse como trabajador y de cuidar a los demás, se potenciaron cuando vivió en primera persona lo que significaba estar a la deriva y encontrar entre tanta confusión una gran mano salvadora.
Desde entonces dedicó su profesión y su vida a ayudar a todo tipo de trabajadores: hoteleros, gastronómicos, obreros marítimos, de la AFIP, de entidades deportivas y civiles, de estaciones de servicio, entre muchos otros. ¿Qué hubiera pasado si sus empleadores en la empresa de seguros no se hubieran dejado llevar por una cuestión ideológica y hubieran valorado a ese estudiante de Derecho que con tanto esmero estaba dedicando todos sus esfuerzos a recibirse? ¿Qué hubiera pasado si el sindicato no lo hubiera ayudado y, a pocos meses de alcanzar su diploma, se hubiera quedado sin plata y hubiera tenido que dejar los estudios? Al fin de cuentas la vida va tomando su rumbo a partir de acciones y reacciones y, a veces, no es más que una larga cadena de buenos valores.