
¿Te acordás del momento exacto en el que encontraste tu vocación? ¿Cuando descubriste que después de horas de haber trabajado tenías, a pesar del cansancio, una gran sonrisa en la cara? ¿Cuando sentiste que tu alma estaba realmente plena?
Nacer artista es un don; crecer artista es un logro. Cuando la conocí a Jose solo teníamos 14 años, pero su esencia artística ya la definía. Por ese entonces representaba para mí el mayor de los desafíos viajar sola en colectivo para asistir a mis clases de Comedia Musical. Pero ahí estaba Jose que, a diferencia de todas nosotras, no estaba simplemente explorando un hobby: todos los viernes a la noche viajaba largos kilómetros para venir desde Rosario a lo que para ella era parte de su formación. Tenía una elongación propia de una bailarina clásica; era alegre, pero tomaba cada tarea con seriedad. Charlaba con todas pero tomaba distancia. Era una más, pero no era una más. Su estrella ya estaba empezando a brillar.
Esa estrella que nosotras veíamos en Jose no era imaginaria. Solo 7 años después su increíble voz registrada en un video de You Tube la llevaría de la mano a ser la primera argentina en protagonizar un musical en Broadway. Fue entonces cuando coincidimos en el país del norte y volvimos a vernos después de tantos años. ¿Qué había pasado con ella en todo ese tiempo?
Hay personas que maduran con el tiempo; otras que no maduran nunca. Pero hay algunas, unas pocas, que nacen con madurez. Así siempre la vi a Jose. De muy chica ya sabía lo que quería y lo que tenía que hacer para lograrlo: estudiar mucho y esforzarse. Para la época en la que terminó la secundaria ya no había en el universo teatral de Rosario secretos para ella. Era momento de tomar la decisión más importante de su vida: si realmente quería darle a su vocación una perspectiva profesional debía mudarse a Buenos Aires.
Con solo 18 años Jose debería aprender a vivir sola en una ciudad donde las distancias ya no se medían en cuadras sino en combinaciones de medios de transporte. Por ese entonces aprendió a cocinar, a llevar adelante las tareas de la casa, a viajar en subte sin perderse en el intento y a calcular (lo mejor posible) los tiempos de viaje de los colectivos porteños, ayudándose de su fiel amiga «la Guía T». Fue el sur de la capital federal donde encontraría su hogar. Sí, estaba lejos de los lugares de audición. Y no, no eran los espacios más snobs. Pero eran barrios auténticos, que no descuidaban su historia ni su esencia, que atraían tanto a los turistas como a los porteños de pura cepa. No era raro entonces que tal estrella se sintiera a gusto en tal espacio.
La independencia era solo el primer y gran paso que debía llevar adelante. El siguiente era nada más ni nada menos que aquel que la había movido hasta ahí. En Rosario ya todo lo relativo al teatro le era familiar, pero en Buenos Aires todo era nuevo. Fue fácil acomodarse a las clases de danza, canto y teatro porque al fin de cuentas ya había tenido esa primera experiencia académica los viernes a la noche en Recoleta. Pero las audiciones… ese sí que era un universo completamente inexplorado. Jose mechaba los castings para publicidades y proyectos independientes, con esos a los que realmente les había echado el ojo: esos que la acercarían al universo del teatro musical. En el mundo artístico, como en el resto de las profesiones, no es solo lo que uno aprende en clase lo que importa. Cierto que se necesita técnica, cierto que uno tiene que seguir formándose, pero en los castings, cuando el tiempo que uno tiene para deslumbrar a los que están enfrente es limitado, todos los otros lenguajes cuentan. ¿Cómo presentarse? ¿Cómo vestirse? ¿Qué decir? ¿Qué no decir? De uno de estos castings Jose aprendería una lección muy importante.
Durante esos primeros años en que Jose se mudó a Buenos Aires, en el Teatro Lola Membrives se estaba llevando adelante el casting para “Sweet Charity”, una comedia musical que cuenta las aventuras de una bailarina exótica. El elenco tenía que componerse de mujeres adultas y sensuales que explotaran sus atributos sexuales, y ahí estaba Jose lista para su audición, vestida con malla rosa, calzas, pollerita y zapatitos de media punta. Su cara de niña, sus cortos 18 años y su atuendo que respondía más a una clase de danza que a un casting de bailarinas exóticas, terminaron rápidamente con su ilusión de participar de esa obra.
Pero Jose no bajaría los brazos porque sus años de estudio le daban confianza. Lo que descubrió entonces fue que en las audiciones no había solo que ser sino también que parecer: el outfit y la presencia lo eran prácticamente todo en las primeras instancias. Por ese entonces grandes obras se estaban presentando en la calle Corrientes, y Jose no tardó en tener su revancha. El casting de “Hairspray” no la encontraría desprevenida, los tacos, la calza y la malla cavada mostrarían que estaba lista para explotar todo eso que sabía hacer. Fue entonces cuando su sueño terminó de tomar forma: en un elenco de estrellas que se convertirían en amigos indispensables, Jose le daría vida a Amber Von Tussle.
Vivía en un barrio que amaba, cerca de la feria de San Telmo que se convertiría en su paseo obligado de los fines de semana. Trabajaba de lo que más le gustaba hacer, tenía un rol importante y dejaba una huella en sus colegas y en su público. Ciertos productores de Broadway tocaron la puerta de esa Jose, justo cuando sentía que por fin podía disfrutar con comodidad de todos los lugares que se había creado. Broadway, Nueva York, Estados Unidos. Esas palabras que todo artista de comedia musical quiere escuchar. ¿Será que a veces los sueños llegan todos juntos y no podés terminar de saborear uno que ya tenés que agarrar el otro antes de que se escape?
En mi casa se compraba el diario todos los días, pero el del domingo era el único que yo realmente leía. Fue un domingo cercano a mi viaje a Estados Unidos cuando en la tapa de la sección Espectáculos vi una foto de esa chica talentosa que había conocido en la adolescencia. «¿Jose?». Sí, era ella. En la foto se la veía apoyada en una baranda al estilo Romeo y Julieta y en el copete de la nota se hacía referencia a que con solo 21 años esa rubiecita de ojos claros estaba a punto de conquistar la Gran Manzana. La historia que todos querían escuchar, que llenaba de orgullo a los compatriotas y probablemente de envidia y a la vez de esperanza a algunos colegas.
Hay que tener cuidado cuando uno logra cosas importantes. Siempre creí que la madurez innata de Jose es lo que la había llevado a no irse por la borda. Sabía que estaba cumpliendo su sueño (y el de muchos que hubieran querido estar en su lugar) pero esto no la definía. Cuando coincidimos en Estados Unidos pude verla actuar como María en «West Side Story» y fue impresionante. Solo tenía 21 años y lograba conmover a un teatro entero lleno de personas de todas partes del mundo. ¿Y qué veías cuando la veías a ella? Lo mismo que cuando tenía 14 y viajaba un viernes a la noche cientos de kilómetros para formarse en lo que amaba hacer: compromiso, esfuerzo, pasión.
Muchas de las cosas que había aprendido de su vida independiente en la «Ciudad de la furia» ahora podía aplicarlas a «La Gran Manzana», pero tantas otras volvían a ser nuevas para ella. ¿Dónde estaba la feria de San Telmo para hacerla sentir en casa? ¿Y esos amigos con el mate listo en la mano? ¿Y esos familiares dándole aliento en las funciones más difíciles? ¿Y esos amigos artistas que la invitaban a hacer cientos de otros proyectos que la conectaban con sus otras muchas facetas? Cierto que Nueva York es la ciudad que nunca duerme, pero para Jose en muchos aspectos era demasiado silenciosa.
El error de muchas personas es creer que saben todo sobre los demás. Si te gusta hacer algo lo lógico es que quieras seguir determinado camino. ¿Lo lógico para quién? Lo único que nos puede dar la pauta de que la forma en que lo estamos viviendo es la correcta es lo que nosotros mismos sintamos con nuestras decisiones. Jose había alcanzado un sueño: estaba protagonizando una obra de Broadway. No lo había buscado directamente, como los cientos de millones de actores y actrices que sí lo hacen todos los días en la Meca del Teatro Musical. Los productores de «West Side Story» habían cruzado el continente para encontrarla. Mucho honor y mucha gloria.
Una vez cumplido el plazo de su obra, una vez hecha toda su experiencia de «pe» a «pa», una vez que le sacó el jugo a esa gran oportunidad, Jose decidió volver. ¿Volver? ¿A Buenos Aires? ¿Por qué? Nada más molesto que tener que dar explicaciones sobre las decisiones que tomamos para nuestra propia vida. Y es que los destellos de Nueva York fueron deslumbrantes, únicos, irrepetibles. Pero las raíces que Jose había echado en Buenos Aires eran muy profundas, y entre función y función, entre eventos y promociones, su lugar seguro, ese al que viajaba su mente para encontrar paz, era el atardecer en las callecitas de San Telmo. Ese al que había logrado llamar hogar. A ese lugar volvería después de su gran aventura. Desde ahí nacerían todas las aventuras siguientes.
¿En qué se miden los logros de la vida? ¿Con los parámetros de quién? ¿En qué punto y cuándo? Volver a la base de lo que nos hace bien, incluso cuando todo indica que debemos seguir otro camino, eso es autenticidad. Esa es la Jose que conocí, y la que vuelvo a descubrir cada vez que hablo con ella. No es la estrella que se codea con los más importantes de su rubro, ni la musa que inspira a los directores más famosos. Es esa alma artista que desde siempre estuvo conectada con su esencia y que no responde a nadie más que a su propio instinto.