
Dicen que, desde que empezó la cuarentena, hay un barrilete rojo sobrevolando la Ciudad de Buenos Aires. Era una de las últimas tardes de verano cuando la familia se olvidó de él después de merendar en los Bosques de Palermo. Al barrilete no le sorprendió realmente que lo dejaran atrás: hacía tiempo que papá y mamá solo estaban preocupados por quién gritaba más en sus discusiones y la pequeña Olivia parecía más interesada en todo lo que podía ocurrir en las cuatro paredes de su tablet que en el mundo exterior, menos todavía podía llevarle el apunte a ese viejo amigo que tantos vientos había hecho surcar.
Cuando el barrilete se vio solo por primera vez en la vida le entusiasmó un poco su libertad. Pensó que quizás era una oportunidad para que una nueva niña cuidara de él, con la misma atención con la que lo solía cuidar Olivia tan solo algunos años atrás. Pero las familias dejaron de salir a merendar al sol. Ya no se veían heladeros ni vendedores de pochoclos en las calles, ya no había gente trotando ni enamorados caminando de la mano. La ciudad se había hecho silencio: el único ruido fuerte y claro que se escuchaba era el de las ambulancias. El Covid-19 era una amenaza real y las personas debían cuidarse dentro de sus casas. “¡Gran momento para quedarme sin familia!” Pensó el barrilete.
Era tan distraído que no sabía cómo volver a casa si no era de la mano de papá. Esas tardes de sol en las que salían a disfrutar en familia solían viajar en auto; ese era el único dato que el barrilete había podido retener: la distancia era larga. ¿Pero cuán larga? Sobrevoló los museos, los shoppings, las estaciones de tren; el obelisco, los parques, la larga Av. Corrientes. No pudo encontrar por ningún lado ninguna pista que lo llevara a casa.
(Sigue en mi libro)
[Este cuento forma parte del libro «#CuentoConVos» publicado bajo el sello de @editorialolivia. Para más información ingresá acá 💜]