No soy de esas mujeres que siempre soñaron con ser mamás. Pero sí siempre pensé que si ese día llegaba mi propia mamá no se iba a mover de los pies de mi cama, mis amigas iban a estar en el sanatorio tomando mate conmigo y dándome apoyo moral, y a los pocos días mi bebé recibiría apretados besos de todos sus bisabuelos.
El 2018 fue un año cargado de energía. Cuando me quise dar cuenta recién era marzo y ya me había anotado en cursos de todo tipo. Pero además había hecho dos apuestas a largo plazo que nada tenían que ver una con la otra: había aplicado a un préstamo para tener mi propio departamento y había aplicado a una beca para poder estudiar afuera. Es como si le hubiera querido dar al destino varias posibilidades para que finalmente fuera él el que tuviera la última palabra sobre cómo iban a ser realmente esos 9 meses que quedaban por delante.
Nacho, como siempre, me bancó en todas mis ideas disparatadas. Después de 11 años de relación no hay muchas actitudes mías que le sorprendan y es el que mejor sabe manejarme cuando me agarran los raptos de impulsividad. Amo que, aunque trabaja mil horas por día, nunca pisó una oficina. Para él es lo mismo trabajar desde casa o desde la punta de la Torre Eiffel: mientras tenga una computadora y WiFi no necesita nada más. Su espíritu relajado tampoco le hacía poner demasiado peso en la decisión del préstamos; si salía, buenísimo, y si no, seguiríamos alquilando. Un Bob Marley de la vida, de esos que está bueno tener cerca para equilibrar las energías.
Finalmente salió la beca. Era mi gran oportunidad para hacer el Máster en Marketing e Investigación de Mercados de la Universitat de Barcelona. Renuncié a mi trabajo en mayo y en junio ya estábamos viajando con Nacho para allá. Queríamos tener un par de meses para buscar un departamento y acomodarnos antes de que arrancaran las clases en agosto.
(Sigue en mi libro).
[Este cuento forma parte del libro «#CuentoConVos» publicado bajo el sello de @editorialolivia. Para más información ingresá acá 💜]
Inés María Agosta 