
A veces pienso que somos invisibles para los de afuera, si uno está enfermo dice “tengo que ver un médico” y eso es lo lógico. Pero adentro… adentro es otro mundo. Ahí nos volvemos más que visibles. Ahí muchas veces somos el único nexo que el paciente tiene con la realidad, con el mundo exterior, durante quizás mucho tiempo.
Hay una vocación del cuidar que no la tiene todo el mundo, y está bien que así sea porque por eso existen un millón de profesiones distintas. Pero yo no me imagino mi vida en otro lugar que no sea este. No me imagino llenando mis horas en otra cosa que no sea atender a otra persona. Me enojo un poco con mis colegas cuando pierden la paciencia con alguien que está enfermo; no es que no lo entienda, somos seres humanos y tenemos nuestros días, pero nuestro rol muchas veces es aguantar. Tenemos que cuidar, limpiar, proteger y sobre todo contener al otro. Ese otro es quien está vulnerable. Quien está lejos de su casa, quien tiene miedo, quien tiene dolor, quien extraña. A veces no puedo dejar de pensar en ellos. De noche, cuando estoy en mi cama con mis cosas, cerca de mi familia, se me vienen a la cabeza cada una de esas caras que cuido. Me los imagino solos en el hospital y mi corazón se estruja un poco. Con el tiempo aprendí a lidiar con ese sentimiento: mi gran recurso es pensar en cómo puedo hacer el día siguiente para que sea para ellos un día más especial.
Mi familia no entiende por qué elegí ese es hospital para trabajar y no alguno que estuviera más cerca de casa o en el que tuviera gente conocida. Yo siempre respondía lo mismo: ahí hay mucha gente joven que no sabe lidiar con la enfermad y yo quiero ayudarlos. Por alguna razón creía que ellos eran los que más me necesitarían. Pero estaba equivocada.
Era un martes cuando la conocí a Susana. Tenía unos 82 años y lo primero que me llamó la atención fue la combinación entre su mirada dulce y su voz rígida. Parecían pertenecer ambas a personas distintas. Le pregunté cómo se sentía y me dijo que “muy bien” con la intención de dar el tema por cerrado. Su historia clínica no me decía lo mismo. Me di cuenta rápidamente que sería una de esas personas que no se entregarían fácilmente a mi cuidado. Hasta ese momento no me había pasado que una persona grande no quisiera mi ayuda y tuviera altos niveles de negación; pero de alguna forma, lejos de frustrarme, me gustó el desafío.
(Sigue en mi libro).
[Este cuento forma parte del libro «#CuentoConVos» publicado bajo el sello de @editorialolivia. Para más información ingresá acá 💜]
Hoy me desperté con un mensajito hermoso, mí palabra estaba en un cuento. Lo maravilloso cuando comencé a leer fue que hablaba de una enfermera. Mí madre es una parte enfermera y una parte Cuidadora de ancianos y enfermos terminales, no les puedo expresar la alegría y el amor al leer y recordar las anécdotas que mí mamá cuenta, tan parecidas a este cuento. Hoy me desperté con una Serendipia. Gracias❤️
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¡Qué increíble, Verónica, la serendipia que vivimos! Esas cosas inexplicables y hermosas que tienen la vida y la literatura. ¡Gracias de nuevo por participar y por tus palabras!
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