Despedir a Noe no fue fácil. Parecía mentira que alguien que amaba tanto la vida no tuviera la oportunidad de vivirla hasta el final. Quizás fue en esa despedida cuando realmente tomamos dimensión de quién había sido ella para nosotros y de que fuimos muy afortunados por haberla conocido.
Creo que ninguno de los que estamos hoy acá nos vamos a olvidar jamás de cómo fue ese momento en que nos enteramos de que ya no estaba. Personalmente fueron muchos los aprendizajes que viví desde ese día. Uno de ellos fue el entender que no deberíamos recordar a los que ya no están por la forma en que se fueron sino por quiénes eran y cómo vivían mientras estuvieron acá. Porque la primera forma sólo nos llena de odio y resentimiento, en cambio la segunda nos ayuda a transformar el dolor en crecimiento y, por sobre todas las cosas, nos conecta con lo que más amábamos de esa persona y nos hace extrañarla un poquito menos.
Durante los primeros años, hasta que llegó la “cadena perpetua”, no fue fácil implementar ese aprendizaje porque teníamos una gran necesidad de gritar al mundo lo injusto que era haber perdido a una persona tan especial en manos de alguien tan egoísta. Si bien después del juicio fue otra la forma de enfrentar el duelo es inevitable que los numerosos casos de violencia de género que hay todos los días en nuestro país no nos hagan revivir ese dolor profundo por no tenerla cerca y por saber cómo sufrió en los últimos momentos de su vida.
Sin embargo Noe nos dejó trazado un claro camino para recordarla. Por un lado, los hermosos recuerdos que tenemos con ella. Noe tenía una gran capacidad de hacer de una pequeña situación (como podía ser comer algo rico, cantar desenfrenadamente, compartir una gran obra literaria, ver una película) un momento único e irrepetible. Por el otro, la forma en que se comportaba con nosotros. Ella no dudaba en poner las necesidades del otro por encima de la suyas. Estaba siempre bien predispuesta, siempre alegre, siempre optimista. Murió teniendo nada más que 22 años pero muchas veces tenía la sabiduría de alguien que había vivido como mínimo 2 décadas más.
Pero Noe no sólo nos trazó el camino con el ejemplo, también nos dejó algunos mensajes. Uno de ellos es quizás el más significativo: un mes antes de irse Noe subió la que sería su última foto de perfil de Facebook y entre las miles que podría haber puesto eligió la del papa Juan Pablo II perdonando a quien había intentado asesinarlo. El alma de Noe es tan grande que antes de irse nos recordó que la única forma de vencer al odio es con el perdón y que ese es el camino que ella hubiera elegido.
Está claro, entonces, que la forma en que la estamos recordando hoy es la que ella hubiera querido que la recordáramos toda la vida: en la casa de Dios y en su querida Facultad. Perpetuando la Fe que ella tenía. Predicando el perdón y el amor por sobre todas las cosas.
Los invito hoy a recordar alguno de esos tantos momentos en que se sintieron avasallados y contagiados por el increíble entusiasmo que Noe tenía para hacer todas las cosas o por su inmensa sonrisa. Y que ese sentimiento sea el que los acompañe cada vez que la recuerden, cada vez que sientan que el dolor es más fuerte que la esperanza, porque aunque no esté acá no es verdad que ella no esté viva. Noe se las rebuscó para seguir viviendo en nosotros y el que estemos hoy todos reunidos es un claro ejemplo de eso. Estoy segura de que mientras la recordemos de esta forma ella nunca se va a ir del todo.