Y llegaron los 30 nomás

Hace exactamente 15 años tenía puesto mi vestido verde petróleo y estaba entrando, del brazo de mi papá, a un salón en el que estaban las 100 personas que yo más quería en el mundo. De fondo Fito cantaba «Un vestido y un amor» y mi hermano me recibió con un ramo de flores (suceso único e irrepetible).

Muchas veces escuché decir que organizar ese tipo de fiestas es «tirar a la basura mucha plata en una sola noche». No dudo de que para mis papás seguramente fue un esfuerzo económico muy grande, pero la fiesta para mí no fue solamente esa noche, que encima fue una de las más felices de mi vida. Los preparativos de la fiesta fueron mini momentos de felicidad que pude compartir con las personas que tenía más cerca: mis amigos y mi familia. Pero especialmente fueron incontables y hermosos los momentos que pasé con mi mamá. Nunca me voy a olvidar del día en que fuimos a elegir las invitaciones, el día en que sacamos las fotos para el mural, ni el día en que elegimos el vestido verde. Como siempre fueron y siguen siendo nuestras salidas no es solo «lo que tenemos que hacer» sino también ese ratito extra en el que charlamos de todo con una coca cola en el medio o en el viaje en colectivo o en auto. En esa fiesta yo definí muchas cosas de mi personalidad: lo que me gustaba, lo que no me gustaba, a quiénes quería cerca y por qué. De hecho mi momento favorito fue el de las velas, en el que pude decirles a cada uno lo que sentía. ¿No es invaluable el poder inmortalizar en un momento los sentimientos más profundos?

los_15

Después de ese momento, como después de todo «presente», ya nada sigue siendo igual. Las cosas, las circunstancias y las personas cambian a pasos tan agigantados que es imposible volver al mismo lugar.

Mi mamá por ejemplo. ¡Cuántas batallas tuvo que vivir desde ese momento! Y ahora que está viviendo la más dificil de todas me enorgullece pensar que todavía podemos concentrarnos en las pequeñas cosas. En ir a comprar el regalo que tenemos que hacer, pero de paso tomar un café y una rica torta y seguir charlando. En darnos largos abrazos suspendidos en el tiempo que nos recargan de energía y amor hasta nuestro siguiente encuentro. En hablar de todo, del presente, del futuro, del pasado. En contarnos nuestros miedos y reirnos de nosotras mismas.

Quizás hace un año hubiera pensado que eran otras las enseñanzas con las que llegaba a los 30. Pero por algo todo llega a su debido tiempo. ¿Carpe Diem? Uf, eso sí que es importante aprenderlo. No como reacción apocalíptica ni hedonística frente a la vida. Sólo para ayudarnos a despojarnos de las cosas que complejizan y enrroscan los sentimientos más simples y más hermosos: el amor, la empatía, la amistad.

Me encantan los balances y el pensar en el paso del tiempo. Me encanta saber que no soy la misma que hace 20, 15 o 10 años, aunque no reniego de esa niña y adolescente porque realmente fui siempre muy feliz. Pero no hay nada mejor que saber que uno no es una piedra fija en el fondo del río, que las cosas le pasan por encima y ella ni se inmuta y que cuando llegue su hora y mire para atrás lo único que pueda ver es que siempre fue esa misma piedra, con esa misma forma y rodeada de ese mismo contexto. Al contrario, me gusta saber que todo lo que viví me fue transformando y me fue llevando hacia lugares más luminosos. Cada vez tengo más esperanza. Cada dolor que viví me dio una herramienta distinta. Y hoy por fin aprendí que no tiene que ser todo perfecto para ser hermoso, que lo más importante que alguien me puede regalar es su tiempo y su amor, y que un gran acto de generosidad por parte de una persona hace que todos los pequeños actos de egoísmo de muchas otras personas carezcan de importancia.

Creo que a esta altura con mamá nos retroalimentamos de enseñanzas todos los días. Mamá de a poco está aprendiendo a que siempre cuidó de todos y hoy, por todos nosotros que la adoramos, tiene que cuidar especialmente de ella. Y yo estoy aprendiendo a que una persona realmente profunda, como ella, aprende y enseña durante toda la vida. No se termina eso por más de que tu hija menor ya tenga 30. Eso me quita la presión de pensar que en estos seis meses que me quedan antes de ser mamá tengo que aprender todo lo que no aprendí en los últimos 30 años. Eso me permite aplicar el «Carpe Diem del embarazo». Porque quizás hace 15 años lo hubiera dado por sentado, pero hoy tengo muy en claro que el mejor regalo que me dio la vida este año, para mis 30, es haberle dado a mamá otra oportunidad. Poder tenerla al lado en este hermoso proceso en el que yo misma me preparo para ser mamá, no tiene precio.

Un comentario

  1. Ine, felicidades estas por entrar a un momento de tu vida glorioso,hermoso e irrepetible, porque cada hijo es irrepetible, por más que hayamos pasado por cesáreas o partos naturales,cada uno es UNICO, para las mamás , convertirnos en abuelas y ver como esa hija se convierte en raíz de otra familia, que sabrá cuanto la amamos, porque ella a su vez cada vez que se lo diga a su hijo sabrá y recordará nuestro amor. Grande Caro,fuerza y disfrutalo con todas tus fuerzas,un beso grande a todos y FELICIDADES!!!!!!!!
    Susana.

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