Los consejos no dichos

Me gustaría poder decirles todo lo que aprendí en estos años para evitarles disgustos… pero no puedo. Me encantaría pararles su ansiedad por ser grandes, decirles que cada etapa tiene su encanto y que con el tiempo uno quizás no extraña tanto la edad sino a las personas que tenía cerca, sobre todo si esas personas ya no están. Les digo que quienes sacan lo peor de uno no son buenos amigos, y que importa lo que hace uno y no lo que hacen los demás. Pero no me escuchan. Me resigno a pensar que no voy a poder evitarles los choques contra la pared que hasta hace poco yo también me daba, pero me consuela pensar que ahí voy a estar cerca de ellos para recibirlos después del rebote y para recordarles que solo ellos pueden definirse a ellos mismos, ni los demás ni lo que vivimos tienen tanto poder.

Los veo abrazados cantando el himno antes de entrar a «la cancha» a pelotear. Los veo nadando como si nunca hubieran sido bebés con alitas, tirándose sin miedo desde lo más profundo. Los veo inventar juegos que antes les inventaba yo, y mejorarlos. Los veo cantar las canciones a su hermano bebé que antes yo les cantaba a ellos. Y me digo a mí misma «no caigas en la ansiedad del tiempo. El tiempo es hoy.» Quisiera congelarlos en un abrazo para nunca perder su mirada llena de inocencia y admiración, porque se que nadie más en la vida me va a mirar igual. Pero no puedo. Pero no quiero. Quiero que sigan su curso aunque eso implique que sientan dolor. Porque en definitiva entiendo (por propia experiencia) que los momentos difíciles nos ayudan a encontrarnos. Y que solo sabiendo quiénes somos podemos aspirar a ser felices en nuestra mejor versión.

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