
En el colegio teníamos un profesor de arte que se llamaba Gianni. Creo que realmente era una buena persona. Un día, no me acuerdo a raíz de qué, nos contó una de esas historias con moraleja. No sabría cómo llamarla porque no era exactamente un cuento, era muy cortita. Pero me marcó a flor de piel. Y es uno de los recuerdos más vívidos que tengo del colegio. Piensen que pasaron muchos años y solo escuché la historia esa vez, así que no me acuerdo de los detalles. Pero era más o menos así:
La historia transcurría en un hospital. Un hombre envidiaba a otro porque su cama daba a la ventana y la de él no. Pero el otro hombre le describía de manera hermosa todo lo que se veía: flores, montañas, cielo celeste, árboles, personas, situaciones. En un momento ese hombre pide ayuda, necesitaba ser asistido. Pero el otro hombre no hace nada para ayudarlo: si el otro se iba, él podría quedarse con la ventana y con la vista. El otro hombre no sobrevive y el cambio de camas acontece. Entonces el hombre descubre que del otro lado de la ventana había un paredón. Su compañero de cuarto había inventado historias solo para darle a él esperanzas.
Me acuerdo que a muchos les pareció terrible lo que contaba. Y claro, el hombre de la historia debería vivir para siempre con culpa y arrepentimiento por haberse dejado llevar por la envidia. Y claro que eso no le hace gracia a nadie. Pero te deja pensando ¿no? Y qué hermoso que es cuando los maestros te invitan a pensar, a reflexionar, más allá de los conocimientos duros. Qué importante es su rol y qué descuidado que está a veces. Y sin embargo algo que dicen o no dicen, o cómo lo dicen y cuándo lo dicen, puede influir en la vida de un montón de niños. En sus manos dejamos la eduación de nuestros hijos (o parte de ella) ¡pucha si no serán importantes en nuestra vida también!
Creo que cada profesión tiene lo suyo, y es parte de un gran engranaje que es la sociedad. Pero mientras que algunas pueden mutar, o hasta desaparecer, sinceramente siento que nada nunca va a poder reemplazar a un buen maestro o maestra de gran vocación. Como mi abuela, que aún después de jubilada se esforzaba por enseñarnos a nosotros también. Y dejó en mi prima, que siguió sus pasos, su huella más grande.
¡Muy Feliz Día a esos formadores de almas! Y gracias, de corazón, por sus esfuerzos de todos los días.