Cuentos de invierno – “Las sábanas”

Afuera llueve y adentro el clima no es mucho mejor. Denise repasa una y otra vez sus apuntes con tal de no tener que enfrentarse con lo verdaderamente importante. En eso levanta la vista para mirar a través de la ventana. Es como si recién entonces se percatara de que no habia hecho a tiempo de entrar la ropa que se estaba secando en el tender. Pero no se mueve. Su mirada se queda fija en las gotas que caen de las sábanas que solían estar limpias mientras que su cuerpo está paralizado. Es como si ya nada le importara demasiado.

Cuando se da cuenta de que los apuntes que solia saberse de memoria ahora se mezclan en su cabeza como una sopa de letras, cierra con vehemencia el cuaderno y da por terminado el día de estudio. Ahora sí era momomento de enfrentarse con eso otro que estaba revoloteando en el aire.

Denise ordena sus cosas de estudio, busca en el placard su piloto y sus botas de lluvia, y se dispone a salir de su departamento. Antes hace un último paneo general, en el que vuelve a ignorar las sábanas empapadas en la intemperie del balcón. Respira hondo, agarra su paraguas y su cartera, abre la puerta de calle y se va.

Denise sale del edificio con el paraguas en la mano, pero cerrado. Las gotas empiezan a chorrear por el piloto, igual que la ropa limpia que acaba de dejar en el tender de su casa. Cuando llega a la esquina Denise chequea los bolsillos del piloto y se da cuenta de que se olvidó el celular. Encoje los hombros y sigue caminando. Después de todo se sabe la dirección de memoria y tiene un buen libro en la cartera que la va a ayudar a pasar el momento de espera, si es que lo hay.

Cuando llega al café ve que ellas ya están ahí, esperándola. Denise se queda un rato mirandolas desde la ventana, todavía con el paragüas cerrado. Piensa si fue una buena idea haber ido ahí. Piensa si todavía estará a tiempo de darse media vuelta e irse. Pero los ojos de una de ellas se cruzan con los de Denise, e inmediatamente todas levantan la cabeza para verla. No, ya no hay vuelta atrás.

Denise entra al café y, contra la expectativa de ellas que esperaban que primero las saludara, va directamente a la caja para hacer su pedido. Necesita ganar tiempo para calmar los ánimos y para eso tiene que hacer más largo ese momento. «Un café con leche, un tostado de jamón y queso…» «El tostado tarda unos minutos si querés te lo llevamos a la mesa» «No, no» se apuró a decir Denise «lo espero».

Un rato después, ya sin excusas, Denise se acerca con su pedido a la mesa. Carla, Tamara y Paula la miran atentamente mientras deja sus cosas para saludarlas. Ninguna entiende por qué llegó con el paragüas cerrado en la mano y el piloto empapado. Pero ninguna se anima a cuestionarla ni a hacer la situación más incómoda de lo que ya es.

Una vez que deja todo Denise decide que es mejor hacer un saludo general. Tamara, con su típica sonrisa poco auténtica le pregunta con falso interés «¿Cómo estás tanto tiempo?» «No hace tanto que nos vimos» le responde Denise, dándole más importancia a la segunda parte de la pregunta. «Cierto, serán más o menos dos meses desde que desapareciste» le dice Carla con malicia. Afuera un trueno sella el remate de esa ironía y Denise se arrepiente, ahora sí, de haber venido.

Pero ya estando en el baile hay que bailar, y Denise no concibe otra forma de hacer las cosas. «¿Empezamos?» Les dice con firmeza, ignorando el comentario malicioso de Carla y demostrando que solo hay una razón por la que ella está ahi. Como quien queda pedaleando en el aire, Carla se siente descolocada. Las posturas ya quedaron claras y Denise no da espacio para la réplica. Paula es la única que responde «Empecemos».

El tostado de jamón y queso que se pidió Denise se enfría en el plato, mientras que su paragüas sigue seco en sus pliegues y su piloto sigue chorreando agua. Paula saca de su maletín un juego de hojas, idéntico al que Tamara y Carla ya tienen en sus manos, y se lo extiende a Denise. Denise extiende la mano para recibirlo y, recién cuando lo agarra, se da cuenta de que no puede parar de temblar. Paula se da cuenta y le agarra fuerte la mano. Sus ojos se cruzan y por primera vez, en mucho tiempo, Denise siente una demostración de cariño.

Mientras Denise lee atentamente cada palabra que tiene delante de ella, Tamara con impaciencia le dice “Nosotras ya lo revisamos bastante, todas esas veces que nos juntamos y vos no quisiste venir.” Conteniendo la bronca Denise le responde “Que no pude ir, querrás decir”. “No me consta” le contesta Tamara con soberbia, mientras se cruza de brazos. Había ido preparada para la pelea y sentía que por fin estaba comenzando. Pero Denise aprieta los dientes y sigue leyendo. Para ella el momento de pelear en serio todavía no había llegado.

Cuando llega a la página 15 Denise no puede contener las lágrimas. “Sí ya sé, es triste. Ya lloramos bastante nosotras, todas esas veces que nos juntamos y no quisiste venir” le dice Carla, lanzándole a Tamara una mirada cómplice. Ambas sonríen maliciosamente. Justo cuando Denise está a punto de reaccionar, escucha la voz cálida de Paula “Tomáte el tiempo que necesites”. Sus miradas vuelven a encontrarse y otra vez ella se siente contenida.

Denise termina de leer las 20 páginas más difíciles de su vida. Esas en las que se habla de lo que se supone que sus seres más queridos en la tierra querían. Esas que mencionan cosas que ella desconocía. Esas que inclusive le hacen sentir que sus padres eran dos completos desconocidos. “Sé que es duro leer esto” le dice Paula. “Fue duro para todas” se apura a decir Tamara, para evitar que sea Denise la que otra vez tenga el lugar de víctima. “Ustedes saben bien que no estamos todas en el mismo lugar.” Les dice Denise, liberando de a poco las palabras que hacía tanto tenía atragantadas “Todo cambió en ese nefasto momento en que mamá decidió decirnos la verdad justo antes de irse”. Sus tres interlocutoras, casi al unísono, agachan sus cabezas. Esta vez son ellas las que no se sienten con derecho a réplica.

Denise se seca rápido las lágrimas. Ella tampoco quiere volver a estar en el lugar de víctima. Pero decir las cosas por su nombre era necesario para poder sacar del camino esa piedra que venía estorbando. “Bueno, ¿y ahora qué?” Les dice entonces a sus hermanas, o a quienes hasta dos meses atrás creía que debía llamar hermanas. “Ahora firmás y, si no querés, no nos volves a ver más. Como hasta ahora” le dice Tamara con enojo. “¡No pude! ¡No pude! ¿Cuántas veces tengo que decirte que el “querer” no tiene nada que ver acá?”. “Nosotras somos tus hermanas y te borraste” le dice Carla. “Ese es el problema, siguen pensando que el lazo que tenemos es el que nuestros papás nos hicieron creer que teníamos. ¿No ven que todo cambió?”. Paula la mira con dulzura “Es que nada cambió para nosotras.” “No puede ser” contesta Denise mientras trata de calmarse. “Tiene que haber cambiado”. “Bueno, pero no. Nosotras nos criamos como hermanas y así te sentimos. Intentamos decírtelo ese día, pero te fuiste demasiado rápido”.

No, no puede ser. Denise escucha las palabras de Paula como si estuviera muy lejos de ella. En su cabeza todo da vueltas y sus mismos pensamientos comienzan a marearla. ¿Podía ser? ¿Podían ser ellas capaces de sentir eso? ¿Podía haber tenido tanta suerte de haber caído en una familia en la que la quisieran realmente como una más?

“Para nosotras también fue difícil entender por qué nos mintieron todo este tiempo. Y por qué a mamá le agarró un rapto de sinceridad justo cuando no podría ya darnos más respuestas”. La voz de Paula vuelve a acercarse un poco más. Denise vuelve a la realidad, pero ahora la ve con otros ojos. ¿Entonces no había perdido a su familia, toda de un saque, toda de golpe?

Denise comienza a observar a sus hermanas como si las estuviera mirando por primera vez. Entonces ve que detrás del enojo de Tamara y de Carla se esconde la tristeza y la impotencia: la tristeza por haberla extrañado tanto, y la impotencia por no haber podido hacer nada para calmar su dolor. “¿Podemos volver a ser las de antes?” Le dice Paula con dulzura. Denise lo piensa un momento “Está bien. Pero con una condición”.

Afuera paró de llover y de a poco se va asomando el sol. Los charcos van a tardar en secarse, pero por lo menos el agua no se va a seguir acumulando. Adentro, el encuentro que empezó gélido, termina con un cálido abrazo “de equipo”. Ese abrazo de a cuatro que tanto acostumbraban a hacer las hermanas y que tanto extrañaban.

Denise llega a su casa, y sin sacarse el piloto ni las botas de lluvia, va directo hacia el tender a rescatar esas sábanas que unas horas antes estaban olvidadas bajo la lluvia. El agua las hizo más pesadas y Denise las dobla con dificultad, con mil movimientos por segundo. De golpe sus dedos se chocan con eso por lo que las había estado ignorando. Esas iniciales que solían significar para ella sus raíces, y que hace poco había descubierto que en realidad no estaban unidas a ella por un pasado biológico. Las sábanas solían ser de quienes habían sabido cumplir el rol de sus padres. Pero Denise ya no las mira con recelo. Ya no le da lo mismo si se mojaban o no. Ya no solo no le es indiferente si se arruinan o no, sino que a partir de entonces las va a cuidar como si fueran oro.

El reencuentro con sus hermanas le sirvió a Denise para darse cuenta de que no todo está perdido en su pasado. De que, más allá de que su historia familiar no haya comenzado exactamente como ella creía, los lazos que había construido a partir de entonces sí eran lazos verdaderos. Ahora que de a poco está logrando perdonar a esas dos iniciales que tanto quería, empieza otro capítulo en su vida. Ese que Denise puso como condición para volver a ser las de antes con sus hermanas. Ahora es momento de buscar su verdadera identidad.

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