
Mientras Ramiro buscaba su traje por la tintorería pensaba en lo raro que sería dejar de ir a trabajar en jean. Pero por fin había llegado la oportunidad que tanto deseaba y valía la pena el cambio de look. Hacía rato que quería demostrarse que él tenía madera para trabajar en una de las llamadas “Big Four”. Para ese desempolvó el traje gris y gastó lo que nunca había pensado que gastaría para que el atuendo perfecto recibiera su debida limpieza a seco.
El siguiente paso, después de haber recibido el mail de confirmación de la entrevista por parte de “Melisa de Recursos Humanos” había sido practicar su inglés. Para eso lo ayudaría su amigo Facundo, como siempre, a cambio de una potente picada. Después de haber practicado las preguntas y respuestas más comunes, y cuando ya iban por la cuarta cerveza, Ramiro aprovechó la relajación de Facundo para contarle eso por lo que su amigo tantas veces lo había retado. Sí, estaba volviendo a verse con su ex. Y sí, su ex seguía de novia.
Para sorpresa de Ramiro, esta vez Facundo ni se inmutó. “¿Sabés qué, hermano? Sos vos el que sale perdiendo. Es inútil que siga diciéndote lo que pienso. Hay algo de vos que sigue boicoteándose el ser feliz y claramente yo no puedo cambiarlo.” “Es que no entendés” le dijo Ramiro “Yo me voy a terminar casando con ella, te lo firmo”. Facundo revoleó los ojos mientras tomaba un sorbo del último porrón que quedaba en la mesa y así dio por terminada la conversación.
Con el traje listo y el inglés fresco, Ramiro llegó puntual a su entrevista en uno de esos edificios vidriados y gigantes que emanan el espíritu corporativo. Después de anunciarse en recepción chequeó con la mano que su pelo estuviera prolijo mientras se miraba de reojo en el reflejo del ascensor. Todo parecía andar bien y Ramiro se dio a sí mismo las palabras de aliento que solían funcionar en esos caso. Aunque, en realidad, era la primera vez que estaba en un lugar tan intimidante.
Cuando llegó al piso indicado, una recepcionista le anunció que no sería Melisa finalmente la que lo recibiría pero que aguardara en el sillón hasta que vinieran a buscarlo. A Ramiro lo perturbó el cambio de planes aunque no sabía decir por qué. Cuando se abrió la puerta de la oficina de Recursos Humanos y salieron a buscarlo entendería la razón de su intuición. Frente a él estaba el otro “él”, aquel que aparecía en todas las fotos de Instagram de su ex. O para ponerlo en otras palabras: el nuevo novio de su nueva amante.
Ramiro tragó saliva deseando que el novio de su ex (quien a su vez era su nueva amante) no lo reconociera. Le parecía una cruel ironía del destino que justo la persona que tuviera que decidir si él podría alcanzar o no el puesto de sus sueños, fuese la persona a la que él tanto daño le estaba haciendo.
Pero Lautaro no pareció percatarse de quién era quien tenía delante y con una amable sonrisa le extendió la mano para un fuerte apretón de manos, al tiempo que le explicaba por qué Melisa no había podido entrevistarlo.
Una vez dentro de la oficina de Recursos Humanos, Lautaro lo invitó a sentarse en una silla delante de su escritorio. Ramiro estaba sumamente nervioso: si ya de por sí la entrevista y el puesto de trabajo le generaba un sinfín de inquietudes, el tener que encima venderse frente a la persona con la que se disputaban el amor de su ex, le agregaba un condimento bastante importante. Para colmo Lautaro se quedó un largo rato en silencio mirando el Curriculum que Ramiro le había entregado. Parecía analizar todos los detalles y cada segundo que pasaba en silencio aumentaba la tortura de Ramiro.
Si algo le faltaba para sentirse intimidado por Lautaro era encontrarse en esa situación en la que él parecía tener más poder. Al fin de cuentas siempre Lautaro se salía con la suya, pensó en un momento Ramiro. ¿Por qué sería? ¿Realmente sería mejor que él? Pasado el miedo de que lo reconociera Ramiro empezó a sentirse defraudado de haber sido “tan poca cosa” en la vida de Florencia como para que su nuevo novio ni siquiera supiera quién era él. Podía no haberlo reconocido por la cara, ¿pero tampoco el nombre? ¿Acaso no hablaban de sus exs? ¿Acaso dos años de relación no lo hacían definirlo como ex?
Cuando Lautaro levantó la vista Ramiro lo estaba mirando con cierto enojo, aunque intentó disimularlo ni bien dejó sus pensamientos y volvió a la realidad de la situación de entrevista. “¿Qué pasa, flaco? ¿No te parece que tendría que ser yo el que tendría que estar enojado?”. Le dijo Lautaro. “Ouch” pensó Ramiro, después de todo sí lo había reconocido.
Ramiro no estaba seguro de si había manera de pilotear esa situación tan incómoda. ¿Sabría que él y Florencia se seguían viendo a escondidas? ¿O se referiría solo al hecho de que habían sido novios? ¿O le estaba hablando de algo que no tenía nada que ver con lo que él pensaba?
Le pareció mejor hacerse el desentendido “si pasa, pasa” pensó. “Uy perdoname, ¿te ofendí con algo? No estaba enojado, solo puede que tenga un poco de cara de dormido”. La noche anterior no la había visto a Florencia así que no se sentía culpable por pensar que el poco sueño se hubiera debido a ella; por lo menos esa no era la situación de ese día.
Lautaro hizo un gesto con la cabeza con el que le transmitía que no creía lo que estaba diciendo pero que no iba a seguir insistiendo. “Contáme qué hacés en tu trabajo actual” le dijo de mala gana. Ramiro intentó mejorar el clima incorporando algún chiste a la conversación, pero la seriedad impenetrable de Lautaro le hicieron dar cuenta de que por ese lado no iba a conseguir mucho.
“Esto es una locura” pensó en un momento Ramiro. Se estaba enredando por caerle bien a alguien proyectando cosas que quizás esa persona ni siquiera pensaba. Se decidió entonces a enfocarse en lo que realmente importaba: conseguir el puesto de sus sueños. Habló de su trabajo actual, de las tareas que desempeñaba, de lo mucho que admiraba la empresa y de cómo se había estado preparando para tener el nivel de inglés que se necesitaba.
“¿Dónde te ves en cinco años?”. Le preguntó entonces Lautaro. Inevitablemente Ramiro volvió a pensar en Florencia y se acordó de la afirmación que le había hecho a su amigo el día anterior. ¿De verdad se veía casado con ella? ¿Pero ella no seguiría eligiendo a ese chico prolijo, capaz y responsable que en ese momento él tenía enfrente? Lautaro cortó en seco el silencio de Ramiro y mientras lo miraba fijamente le dijo “Sí ya sé. El futuro es incierto. Yo, por ejemplo, le estaba por proponer matrimonio a mi novia esta misma noche y ahora todas mis dudas acaban de entrar por esa puerta”. Ramiro tragó saliva.
¿Era momento de hablar con franqueza? ¿Realmente Lautaro sabía que Florencia lo estaba engañando con Ramiro? ¿O lo estaba probando? ¿O sólo se estaba desahogando con un extraño?
“Bueno, ¿dónde te ves entonces en cinco años?”, “Trabajando acá” le dijo por fin Ramiro con una seguridad que no sabía muy bien de dónde había salido. Lautaro se sorprendió por su respuesta y se lo quedó mirando como esperando a que respondiera algo sobre lo que minutos antes él le había dicho. Pero Ramiro había decidido no ser él el que diera el primer paso hacia el sinceramiento de la situación, principalmente porque sería quien saldría más herido, pero además porque, en el fondo, creía que en última instancia la que estaba haciendo algo mal era Florencia que lo estaba engañando a Lautaro. Él solo había decidido volver a salir con su ex.
En definitiva la situación de poder que tenía Lautaro lo había cansado un poco, y pensaba que después de lo que se había esforzado para conseguir ese puesto, el “Ramiro contador” se lo merecía, más allá de sus elecciones amorosas.
La altanería de Ramiro descolocó a Lautaro quien hasta entonces creía que tenía total dominio de la situación. La forma en que Ramiro lo miraba mientras jugaba con la biome que había agarrado de su escritorio, como si no fuese responsable de nada, lo había terminado de irritar. No pudo contenerse entonces y le escupió una verdad que tenía atragantada. “Sé muy bien lo que hacen” le dijo a Ramiro “No te pienses que no me doy cuenta. Los mensajes en código, ese contacto que tiene agendado como “amiga” pero que le manda mensajes a cualquier hora. Esas salidas a correr de las que las zapatillas vuelven impolutas. No te pienses que no lo sé. Lo tengo bien en claro. ¿O con quién te pensás que aprendió a engañar cuando salía con vos?”. La furia se apoderó de Ramiro y la birome que tenía en la mano terminó estrellada contra la madera del escritorio de Lautaro.
La entrevista se había desvirtuado completamente. Ahí estaban cara a cara esas dos personas que durante tanto tiempo habían sido parte de la vida de Florencia en distintos roles pero con la misma intensidad. En la furia de verse e imaginársela a ella con el otro; en la bronca de no entender qué es lo que podía atraerle de quien tenían enfrente; en el dolor de saberse que, al fin de cuentas, nunca fueron únicos para ella. O que, mejor dicho, ella nunca fue única para ninguno de ellos dos. En ese sinfín de sentimientos es que Lautaro y Ramiro se dieron cuenta de que ya no había vuelta atrás. El destino los había enfrentado por una razón y era momento de que ellos también enfrentaran su realidad.
Ramiro no podía creer el vuelco que había dado su día. Él se creía tan vivo por poder seguir en contacto con su ex por sobre la atención de su nuevo novio; se creía tan libre por pensar que en realidad él no hacía nada malo y que los compromisos no eran tales hasta que él decidiera cambiar el rol. Se imaginaba que un día le diría a Florencia “Quiero casarme con vos, nosotros tenemos una historia, dejá al payaso ese”. Pero ahora se estaba desayunando que Lautaro y ella también tenían una larga historia y que el hecho de que él cambiara del rol de amante al rol de novio no le aseguraba que el rol de amante no lo tuviera otro.
“Yo realmente la amo” le dijo Lautaro en un determinado momento mientras se le quebraba la voz. “Yo también” le contestó Ramiro. Pero no, definitivamente no había vuelta atrás. Lautaro había confirmado sus sospechas y para Ramiro toda la imagen de su relación con Florencia se había venido a pique. “Por la entrevista no te preocupes. Creo que tenés un buen perfil. Le voy a sugerir al gerente de área que te entreviste”. Ramiro no sentía la felicidad que hubiera pensado que iba a sentir. Quería quedarse ahí conversando con Lautaro sobre lo difícil que era querer a alguien como Florencia, porque al fin de cuentas él era él el único que podía entenderlo. Pero Lautaro se levantó con gesto frío y le extendió la mano para otro fuerte apretón, como dando por terminada la reunión. Ramiro le devolvió el saludo y mirándolo a los ojos le dijo “Gracias”. Gracias por la oportunidad laboral pero gracias, sobre todo, por haberle corrido el velo.
Nunca más volvió a ver a Florencia. Ella no entendió por qué no respondía sus mensajes ni sus llamados hasta que, unos meses después, descubrió su nombre entre la lista de los amigos del trabajo que Lautaro estaba invitando a su casamiento. Por supuesto Ramiro declinó la invitación; cualquier plan inventado era mejor que ver que la mujer que amaba se casaba con otra persona.