Las fiestas son esos momentos que, bien usados, sirven de excusa para celebrar, para reunirse, para abrazarse. Pero tienen un lado B que a todos nos toca de cerca: las ausencias.
Dónde pasamos, con quién, qué regalamos, qué comenos, cuántos somos… son el tipo de preguntas que escuchamos, hacemos y contestamos los días previos a Navidad. Pero hay una pregunta que queda latente y que nadie se anima a formular: «¿a quién vamos a extrañar en nuestras mesas?».
¡Qué lindo que es ser extrañado pero qué difícil que es extrañar! Si uno piensa cómo sería sentirse extrañado, que se sienta nuestra ausencia, creo que no podría más que sentir satisfacción. Pareciera ser como una meta cumplida. Claro que estar del otro lado, sentir la ausencia, no es nada fácil. Un abrazo que ya no está, una risa que ya no se escucha, una mirada que ya no nos sostiene.
En Navidad los que somos creyentes celebramos el nacimiento de Cristo. Nosotros creemos que Dios nos mandó a su hijo para que conozcamos su mensaje de amor y por eso es que celebramos su llegada con tanto entusiasmo. Y la venida de él es la reafirmación de que no todo se termina acá. De que hay un lugar, que no importa cómo sea o si se trata solo de un estado del alma, lo que importa es que en él nos vamos a reunir todos cuando ya no estemos físicamente en la Tierra.
Yo me imagino esa reunión como una gran Navidad que eventualmente no tendrá ausencias. A quien extrañamos hoy no está solo o sola. Y seguramente él o ella nos extrañe a nosotros también.
Y quién te dice. Quizás hasta entonces la vida te regale sostén en otra mirada, alegría con otra risa, o contención con otro abrazo. Solo es cuestión de brindar con los ojos bien abiertos.
¡Muy Feliz Navidad!
Muy pero muy lindo lo que has escrito!!!!!
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