La indiferencia

Con el tiempo me di cuenta de que uno de los grandes enemigos de las relaciones humanas es la indiferencia.

Indiferencia: «Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado» (RAE).

Cierto que muchas veces sentimos que no nos alcanza el tiempo para hacer todo lo que queremos hacer o para ver a todas las personas que queremos ver. Pero si hay algo que no se puede disimular es el interés. Preguntarle al otro cómo está y escuchar o leer con atención su respuesta. Aprovechar cada oportunidad que tenemos para hacerle sentir que es importante para nosotros.

El no compartir con el otro, el no preguntar, el no contestar… Son todos signos de indiferencia.

El odio, el enojo el reproche, son elementos que claramente puden lastimar vínculos pero todos ellos parten de un mínimo interés.

Muchas veces la indiferencia me dio una tristeza tan grande que sentí la necesidad de gritarla. Pero ahora entiendo que no sirve de nada. Con el tiempo aprendí que cuando el interés desaparece, ya no hay nada para hacer. Y, leyendo la definición de la RAE me doy cuenta de que, por lo tanto, tampoco hay nada para reprochar. Lo único que nos queda es soltar.

Quien es indiferente no lo hace a propósito, es su «estado de ánimo». Somos nosotros los que tenemos que dejar de esperar algo que no va a pasar.

Y siempre va a haber alguien que sí demuestre interés. Y es en esas personas, y no en las otras, en quienes deberíamos enfocar nuestro cariño y nuestra energía. Son las relaciones que fluyen las que sin dudas nos dan las mayores satisfacciones.

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