CUENTO: «Raíces»

[Este cuento lo escribí en base a la historia que me mandó mi amiga Agostina Fontana sobre su querido nonno en la semana en que hubiera cumplido 92 años.]

Ettore Cragno abrió los ojos por primera vez en este mundo el 30 de septiembre de 1928 en un pequeño pueblo cerca de Udine, Italia. Los habitantes de Pantianicco no tenían idea de que en esa casita frente a la iglesia estaban recibiendo a quien sería reconocido décadas más tarde como el «Inmigrante italiano más representativo del pueblo».

Dicen que con los hermanos nuestros padres nos regalan un amigo para toda la vida. En sus primeros años de infancia, Ettore recibiría a la pequeña Silvana con quien no sólo compartiría sus juegos y sus travesuras sino también una difícil despedida.

Corrían los años 30, la Primera Guerra Mundial ya había pasado pero en Italia la situación se estaba poniendo cada vez más complicada. Las ilusiones de cambio venían del nuevo continente y los grandes barcos ayudaban a los europeos a atravesar el gran Océano Atlántico en busca de nuevas oportunidades. Pero viajar e instalarse de a cuatro en un país completamente nuevo no era algo sencillo. Así fue cómo Ettore y Silvana despidieron a sus papás que los esperarían en Argentina al año siguiente.

Pero los planes de los Cragno se rompieron a pedazos cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939. Con solo 9 años el pequeño Ettore se veía separado de sus padres sin saber cuándo ni cómo volvería a verlos. Esa despedida que había pretendido ser un «hasta luego» se había transformado en una vertiginosa incertidumbre. Pero ahí estaba, de la mano de su pequeña hermana Silvana, enfrentando lo que vendría más adelante.

Por darles un mejor futuro a sus hijos, los padres de Ettore y de Silvana no pudieron disfrutar de sus infancias. Un gran océano dividía a padres e hijos y una gran guerra impedía que se volvieran a ver en el futuro inmediato. Pero sería alguien más quien, a la larga, disfrutaría de verlos crecer: ese tío de fuerte personalidad que había quedado a cargo de ellos y que sería testigo de cómo se estaba forjando la personalidad emprendedora de Ettore.

Los pequeños Ettore y Silvana quedaron a cuidado de sus tíos y se criaron junto a sus primos en una inevitable relación de hermandad. Pero las ansias de Ettore de salir adelante eran más fuertes que él y no se conformaba con pasar el tiempo con juegos de chicos. Con solo 13 años Ettore viajaba en su bicicleta a Udine donde compraba diferentes víveres y los comercializaba entre los ocupantes alemanes e italianos. Uno de sus productos más populares eran los cigarrillos. Así salía a la luz su habilidad comercial que lo acompañaría toda la vida.

En 1947, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Ettore y Silvana emprendian la partida hacia Argentina para reencontrarse, finalmente, con sus padres. Una foto los ayudaría a reconocer a quienes, si bien les habían dado la vida, no habían visto en los últimos 10 años. Mientras que sus papás los esperaban ansiosos del otro lado del Atlántico, la parte de la familia los despedía con tristeza desde el puerto. Entre ellos estaba ese tío, de aparente frialdad y rigidez, cuyas lágrimas no pudo ocultar a su hija Mirella.

Ettore y su hermana Silvana comenzaron una nueva etapa en sus vidas en Argentina. Por fin, después de 10 años, podían reecontrarse con sus padres y empezar de cero en ese país que prometía tantas oportunidades.

Pero las raíces de Pantianicco, que eran tan fuertes en Ettore, no le hubieran permitido alejarse del todo del que consideraba “il paese più bello del mondo”. Así, a los 28 años, se casaría con Sarita, de 21, hija de dos italianos nacidos en el mismo pueblo que él en Friuli-Venezia Julia. Los unían su cultura, su esencia, sus costumbres. Esas con las que formarían la base de su familia.

Su nueva vida se consolidó en Argentina. Pero con esfuerzo y empeño Ettore logró viajar, 20 años después de haber emigrado, a visitar ese pueblo donde había quedado una parte de su corazón. A partir de entonces viajar allá sería algo recurrente: se nutría de la energía que le daba sumergirse de nuevo en esas calles que tanto amaba para volver, rejuvenecido, a la vida que seguía construyendo en Argentina. Quizás ese era el antídoto secreto de la alegría que lo caracterizaba.

Con el tiempo su familia fue creciendo. Sus tres hijos traerían luego ocho nietos y hasta llegó a disfrutar de su primer bisnieto. A todos ellos, aún siendo argentinos, los tocaron las raíces friulianas. Ettore fue el encargado de acompañar cada reunión familiar con cánticos de su pueblo y de dejar detrás de él muchas enseñanzas, como la de cómo hacer vino patero. Y es que, aunque pareciese que sí, a Ettore y a Pantianicco no los separaba un océano. No sorprende entonces que ese haya sido el lugar donde compartió, con muchos de su familia, el último gran viaje de su vida.

Ettore compartió con sus hijos y nietos muchos viajes a su amado pueblo Pantianicco. Era su forma de tener en un solo lugar todo lo que amaba. Porque si bien en Argentina estaba su familia, era todavía ese lugarcito italiano cerca de Udine su lugar en el mundo.

En cada recorrido revivía historias de infancia y adolescencia que emergían de cada rincón de su pueblo. Podía quedarse horas mirando la casa donde había nacido, esa enfrente a la iglesia, con la no tan secreta ilusión de poder algún día comprarla.

El reconocimiento al contacto intacto con su pasado se lo dieron en el 2016 cuando recibió el premio al inmigrante italiano más representativo de Pantianicco. En el 2018 festejó sus 90 en Argentina, sus hijos y nietos querían hacerle una gran fiesta con la enorme cantidad de gente que lo quería. Accedió, porque esa parte de su corazón se lo pedía. Pero la vida le permitió cumplir con su gran condición: los 91 los celebraría en el pueblo que lo vio crecer.

En septiembre del 2019 las raíces de Ettore le permitían construir para él y para su familia el último gran capítulo de su historia. Dicen que el amor llega en formas muy variadas. Cuando es un amor sano, nos empodera, nos permite brillar y hacer brillar a todo lo que tenemos alrededor. Ettore amó a su mujer, a su familia, a sus amigos. Pero también amó a su pueblo, con quien nunca habría podido construir esa relación si se hubiera ido en el primer barco junto con sus papás hacia el nuevo continente. A veces las fatalidades de la vida nos regalan algo más grande. Ettore construyó en Pantianicco su lugar seguro, ese al que volver para recargarse de energía. Ese en el que querer despedirse rodeado de su gente más querida.

En febrero del 2020 Ettore cerró los ojos por última vez en Argentina, el que había sido el país de sus nuevas oportunidades. Atrás de él dejaba un gran recuerdo de un gran último festejo signado como él de emoción y alegría. Pero sobre todo dejaba sus raíces. Esas que van a seguir creciendo en cada hijo y en cada nieto. Porque, aunque pasen los años, donde haya un Cragno siempre se seguirá escuchando “beviam beviam beviamo”.

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