Sicilia siempre estuvo cerca

Por Inés María Agosta

Hace casi un año, en julio del 2024 volví a Catania, la ciudad donde nació mi abuelo, junto con mis papás, mis tres hijos, mi marido, mis dos hermanos, mis dos cuñados y mis cuatro sobrinos. Los años de colegio italiano me sirvieron para empaparme de cómo piensan los sicilianos y cómo nos ven a nosotros, los argentinos. En un taxi volviendo de Taormina a
Giardini Naxos tuve una revelación.


“Una pizza margherita, quattro acque naturali e molto ghiaccio” algo que nunca faltaba en
nuestro pedido cada vez que nos sentábamos a comer en un nuevo tavolo. El ghiaccio (hielo)
servía para sacar al bebé del letargo de los 40 C° de calor. Siempre había alguien que pedía
pasta bianca (sin salsa) para los chicos y alguna cotolleta (milanesa) con patate fritte. Los
grandes íbamos variando: pesce spada, lasagna, spaghetti alla vongole (con frutos de mar),
calamaretti fritti (rabas) y ya los últimos días, cuando nos salía la harina por las orejas,
intentábamos cubrir la cuota de verduras innovando con alguna ensalada… aunque picar
papas fritas y pizza que dejaban los niños ya era casi como nuestro secondo piatto. Algo nos
quedó más que claro: en la isla italiana, como es de esperarse, la especialidad son los
pescados, no la carne.
Esta es la tercera vez que viajo a Sicilia, la primera que lo hago de adulta y como escritora. Son
muchas las cosas que cambiaron desde entonces en mi forma de empaparme de la ciudad y fui
con dos objetivos claros: hablar mucho con la gente e investigar sobre el tío abuelo de mi papá,
que también era escritor y dramaturgo.
Así descubrí que en Giardini Naxos, donde nos quedamos toda la semana, es muy fácil
encontrarte con gente que tenga alguna conexión con la Argentina. Giuliana trabajaba en el
Kids Club del hotel y era oriunda de Río Negro. Recién recibida de la carrera de edición, sin
saber una palabra del idioma pero con pasaporte italiano en mano, llegó a Sicilia en busca de
una experiencia laboral distinta. Margherita, la dueña del restaurante que quedaba a dos
cuadras del hotel (“Da Margherita”) se sorprendió cuando le preguntamos si transmitiría la final
de la Copa América entre Argentina y Colombia, como estaba transmitiendo la final de la
Eurocopa. Por supuesto, le estábamos haciendo una broma (no esperábamos que el
restaurante abriera a las 2 de la mañana) pero esa simple interacción bastó para que se le
llenaran los ojos de lágrimas: Domingo, su abuelo, era argentino y, aunque no sabía las
causas, había emigrado a Giardini Naxos cuando era joven y allí había formado su familia. Sus
raíces con nuestro país parecen tapadas por el tiempo, pero Domingo perdura en su nieto que,
aunque 100% italiano, lleva su mismo nombre. Argentina está para Margherita demasiado lejos, pero a los argentinos, de alguna manera, nos siente cerca. Hace 43 años que es dueña
de su restaurante y son tantos los argentinos que conoció que “amico argentino” ya es casi una
nueva categoría dentro de sus contactos de WhatsApp. Y después, claro, estuvieron las
conversaciones con los taxistas. Mi marido tiene la teoría de que es hablando con ellos como
mejor se conoce una nueva ciudad. La aplicación Uber no funciona bien en la isla, pero gracias
al dueño de un restaurante conocimos a Nunzio Priolo quien fue nuestro “uber” personal. En el
primer viaje que hicimos con él, Nunzio nos contó sobre sus tíos que emigraron a Argentina y
sobre los primos hermanos que tiene en Córdoba y en Quilmes, a quienes les perdió el rastro.
Sus tíos volvieron a Sicilia pero, ¿ellos visitar la Argentina? Ni en sueños. Está demasiado
lejos. Se ve que la cercanía es solo una cuestión de punto de vista.
Fue volviendo de Taormina (que estaba revolucionada por el festival de cine) cuando conocí al
hermano de Nunzio, gracias a quien tuve una revelación. Después de hacer el clásico recorrido
temático (Maradona, Messi, Papa Francisco) le pregunté al taxista por su familia en Argentina y
él me escupió en la cara una verdad: los argentinos descendientes de italianos nunca decimos
que somos italianos, como sí pasa, según él, con los nacidos en Canadá, por ejemplo. No pude
negárselo, yo misma en mis 36 años de vida jamás agregué mi 1/4 italiano a la definición de mi
identidad. Quizás se deba a que mi abuelo hizo un gran esfuerzo por dejar su pasado atrás
porque era muy doloroso para él. Partió solo, muy joven, en un barco lleno de incertidumbres,
para cruzar un océano que no conocía y hablar un idioma que probablemente nunca había
escuchado. La plata que llevaba en su bolsillo solo le habría alcanzado para comprar un reloj
despertador. Quizás por una cuestión de supervivencia él se mimetizó con su barrio Caballito y
se hizo fiel al equipo de fútbol, Vélez Sarsfield: echó raíces firmes sin mirar atrás. Jamás habló
conmigo en italiano y siempre me pregunto en qué idioma habrán sido sus últimos
pensamientos. Pero el simple comentario del taxista me movilizó y fue un poeta italiano quien
terminó de darle letra a mi sentimiento.
En cuanto a mi investigación sobre el tío abuelo de mi papá, no pude avanzar mucho. Al
aparecer era en Piemonte donde Edoardo Di Bella tuvo más reconocimiento; algún día tendré
que viajar al norte italiano para conocer la sala que le dedicaron en la Biblioteca Civica del
Comune de Villanova D’Asti. Pero la literatura siempre está presente en mis viajes, y en los
diez minutos libres que tuve en Catania me propuse visitar la librería que tenía más cerca. Así
fue cómo descubrí “Antica Libreria: libri antichi e rari” (libros antiguos y raros) en Via Spadaro
Grassi y donde di con el poemario “Il sentiero dell’anima. Ricordi” (“El camino del alma.
Recuerdos.”) de Fabrizio de Paoli. Lo leí casi de un tirón entre el último día de playa en Giardini
Naxos y el vuelo de vuelta desde Catania. Fue en una de esas poesías en donde encontré el
cierre de la revelación de mi viaje. “Ricordiamo Chi Siamo e da Dove Veniamo / Perché dentro
di noi / ci sono il Ricordo e L’Origine” (“Recordemos quiénes somos y de dónde venimos /
Porque dentro nuestro / están el recuerdo y el origen”). No niego ni afirmo que la próxima vez
que me pregunten de dónde soy incluya en mi respuesta mi pedacito siciliano.

La isla y su atractivo audiovisual

Al ya clásico recorrido por las locaciones de “El Padrino” de Ford Coppola, se suma hoy por
hoy entre los turistas que visitan Sicilia el interés por conocer dónde se filmó la segunda
temporada de The White Lotus (HBO/Amazon Prime). Angelo, un marinero que nos llevó a
conocer la Isola Bella, nos contó que el rodaje tuvo lugar en Taormina, Giardini Naxos y Cefalú
y duró cuatro meses en total. Fue él mismo quien transportó al crew en su gomón amarillo.
Pero estos no son los únicos intereses audiovisuales de la isla. En el Museo del Cinema de
Catania está documentada la vasta conexión entre Sicilia y Hollywood. Además de contar con
registros de todas las etapas de la historia del cine, en el museo se recrean escenografías de
distintos ambientes de una casa. Y en cada ambiente hay proyecciones de escenas de
películas que tienen lugar en espacios similares (por ejemplo, en la cocina hay escenas de
cocina). Una carta de bienvenida escrita como poesía termina de dar sentido a la intención del
lugar. En ella se mencionan los espacios de un hogar y el lugar que tiene el cine en la vida del
ser humano: “Quando la casa non basta piú, la riempiamo di sogni. / Uno dei sogni é il cinema.”
(“Cuando la casa ya no alcanza, la llenamos de sueños. / Uno de esos sueños es el cine.”).


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