Cuento de diciembre ’24: «Vacaciones poco soñadas»

[Este cuento nació de la iniciativa #ContamosJuntos que lancé en Instagram. Hice un sorteo entre todas las personas que participaron a través de comentarios y las respuestas ganadoras fueron la de @jetaimephotographe al nombre del personaje principal («Inés»), la de @ofelialeonetti al sentimiento que lo mueve (miedo) y la de @aromas.de.bien.estar a la palabra clave del título («vacaciones»). ¡Espero que lo disfruten! Si quieren ser parte del cuento de enero, el primer cuento del 2025, síganme en mi cuenta de IG @inesagosta_escritora y activen las notificaciones para enterarse antes que nadie cuando lance la iniciativa.]

Aunque las Hawaianas la limitan, Inés corre con todas sus fuerzas. Sus pies se hunden en la arena que resultó ser menos blanca de lo que le habían prometido. Mira para atrás con desesperación al tiempo que se hace camino entre la enorme cantidad de gente que hay en el hotel. Llega al sector de la pileta y el agua del piso se le pega a los pies llenos de arena.

«No puede ser, no puede estar acá, no puede ser, no puede ser.» Se repite una y otra vez, mientras sigue corriendo hacia su cuarto. Un hombro se le aparece en su camino en el mismo instante en que estaba mirando para atrás y cae desplomada al piso. Sigue respirando agitada pero ahora boca arriba. La mujer con la que se chocó le extiende la mano y le pregunta con preocupación «¿Estás bien?». Inés se levanta de un salto e intenta hacer un gesto afirmativo, pero su cuerpo está tan sumido en el miedo que ningún gesto que salga de él puede ser interpretado como positivo. Se acomoda el short y la remera y se corre el pelo de la cara. Retoma su andar con paso apurado y llega finalmente a su habitación muy agitada.

Cuando entra al cuarto intenta recuperar la respiración. Clara está tendida en la cama mirando el celular y Federica con las manos apoyadas en el escritorio pintándose las uñas.

– ¡Qué fastidio esperarte siempre! – Le dice Clara en tono despectivo.

– ¿Y ahora qué te pasó? – Le pregunta Federica observándola de arriba a abajo.

– Está mi jefa. Acá.

– Cagaste.

– Sí, cagué. La cagué. Me quiero morir.

Inés se sienta en el sillón y hunde su cara en sus manos mientras se balancea con nerviosismo.

– Te dije que tenías que decir la verdad… – Le dice Clara con actitud sobradora.

– Nunca pensé, nunca pensé… con el home office podía pilotearla… eran pocos días…me muero… si pierdo todo por lo que busqué tanto tiempo… no puedo ni pensarlo me da pánico. Tengo que volverme, es la única opción. Me tengo que volver.

– ¿Estás segura de que te vio?

– Estábamos al lado en la clase de aqua gym, no hay chances de que no me viera…

– Todavía no entiendo por qué le metiste un bolazo en lugar de decirle la verdad.

– Porque está a punto de darme el bendito ascenso que me viene prometiendo hace un siglo… y tomarse vacaciones en la empresa no está bien visto.

– ¡Qué empresa más arcaica, por favor! ¿Ahí querés seguir trabajando? – Clara resopla con fastidio.

Inés agarra su valija y empieza a guardar frenéticamente su ropa.

– Yo solo te digo una cosa – Federica deja de pintarse las uñas para mirarla. – Si vos te vas por esa puerta para el aeropuerto, haciendo completamente caso omiso de qué fue lo que nos trajo a este viaje, ni te molestes en volver a llamarme.

– No me podés decir eso… es una razón de fuerza mayor – Le contesta Inés.

– No, es miedo.

– ¿Y acaso no es el miedo una fuerza mayor?

– Solo si vos dejás que lo sea.

Federica y Clara se levantan, agarran sus bolsos de playa y salen de la habitación. Inés niega una y otra y otra vez con la cabeza. Esto no le puede estar pasando a ella. ¿De verdad va a tener que elegir entre su trabajo (su sostén, su comida en el plato, su profesión) y sus amigas? Lo peor de todo es que ya sabe cuál va a ser su decisión y eso la hace sentir una pésima persona. De golpe el miedo se hace todavía más grande, y su complejo de abandono emerge a la luz. Si su jefa no la reconoció, todavía está a tiempo de que no se entere de que ella está acá. Y quedarse por sus amigas cuando no va a poder disfrutar, tampoco le hace demasiado sentido.

Termina de hacer la valija y antes de salir del cuarto mira una última vez atrás como quien despide un momento que sabe que ya no va a volver nunca más. Con el corazón todavía en la boca, camina hacia el lobby del hotel dispuesta a devolver la llave y pedir un taxi para el aeropuerto. Sigue mirando para todo lados, deseando salvarse de volver a encontrarse con su jefa esos últimos minutos que le quedan de sus ocultas vacaciones.

Ya en el taxi, Inés revisa su celular: Clara y Federica la acaban de eliminar del chat que compartían las tres. Un frío le corre por el estómago. Inés logra cambiar el pasaje en el aeropuerto, desembolsando todo lo que pensaba gastar en el resto del viaje, y se toma el primer vuelo de vuelta a casa. Viaja durante la noche pero no puede pegar un ojo. Llega a su departamento con el tiempo justo como para bañarse, cambiarse y estar puntual en la oficina, como si nada hubiera pasado. Deja sus cosas en su escritorio y se dirige a la cocina de la empresa en busca de un muy necesario café. Mientras la máquina le tira su chorro de cafeína, Inés vuelve a revisar su celular con la esperanza de tener algún mensaje de sus amigas en el que al menos le preguntaran si había llegado bien.

– Buen día – Agustina entra a la cocina y la saluda a Inés con un beso en el cachete. Busca su taza de café y se acerca ella también a la máquina. Después con aire pícaro saca su celular y le dice a Inés por lo bajo. – ¿Viste las vacaciones que metió la bitch boss?

Un frío corre por el cuerpo de Inés. Opta por intentar hacerse la desentendida. – ¿Vacaciones? No, no. Ni idea. No sé nada de eso.

Agustina le acerca el teléfono y le muestra a Inés el IG de su jefa. Inés abre los ojos sorprendida. En el primer posteo se la ve a la jefa vestida con traje de sky abrazada a una celebridad. – Pero… pero… ¿esto es… de ahora?

Agustina asiente. – Está en Los Alpes.

– Pero… pero… yo pensé que… la vi. Yo la vi…

– ¿Estás bien?

Inés vuelve a su escritorio desencajada. ¿Podía ser que el miedo a ser descubierta la hubiera trastornado tanto que hubiera imaginado algo que no era? ¿Que hubiera confundido a alguien más con su jefa? ¿Podía ser que algo producto de su imaginación hubiera sido más fuerte que la amenaza de sus amigas?

Abre su computadora. El primer mail que le aparece es de RRHH: ya están listos los papeles y tiene que firmarlos hoy mismo; su ascenso es real. Respira profundo. Está donde tiene que estar. Quizás el miedo fue una forma de autoboicot. La paranoia la llevó a hacer algo impensado pero quizás en el fondo la puso de frente con una realidad con la que no se animaba a lidiar conscientemente: aceptar ese viaje había sido un error desde el primer momento. Respira profundo una vez más. Está donde tiene que estar.

FIN


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