[Este cuento nació de la iniciativa #ContamosJuntos que lancé en Instagram. Hice un sorteo entre todas las personas que participaron a través de comentarios y las respuestas ganadoras fueron la de @sarah_schall_ al nombre del personaje principal («Emeralt»), la de @victortorresok al sentimiento que lo mueve (transgresión/intención de transgredir) y la de @mrs_maggiem a la palabra clave del título («próximo»). ¡Espero que lo disfruten! Si quieren ser parte del cuento de diciembre, el último cuento del año, síganme en mi cuenta de IG @inesagosta_escritora y activen las notificaciones para enterarse antes que nadie cuando lance la iniciativa.]
Era una mañana fría como pocas había vivido Emeralt en lo que iba de su vida. Las sábanas no llegaban a protegerlo de la manta áspera y llena de polvo que cada vez que lo rozaba le daba una nueva comezón. Volver a dormir era una batalla perdida: ya había amanecido también adentro de él. Agarró el sweater que tenía colgado en la silla junto al escritorio, se puso las pantuflas y avanzó con sumo cuidado de no incrementar el ruido del crujir de la madera debajo de sus pies, después de todo no tenía ganas de despertar a nadie. Mejor dicho, no tenía ganas de ver a nadie despierto con quien tuviera que entablar una conversación.
El olor a café recién hecho lo desconcertó cuando bajó las escaleras, también de madera. Eran recién las 6 de la madrugada, ¿quién podía haberse despertado antes que él? A medida que se acercaba a la cocina entendió que era su padre, no podía ser de otra manera. Su padre apenas lo vio aparecer por el umbral de la puerta le dedicó una mueca distante.
– Hay cosas que no cambian… por ejemplo, lo mal que se duerme en esta casa. Peor que en un campamento hippie.
El padre lanzó una risa irónica.
– Como si supieras cómo se duerme en cualquier tipo de campamento.
– No entiendo por qué mamá insiste en que nos encontremos acá, en esta casa que me sigue expulsando cada vez que vengo.
El padre se encogió de hombros.
– Sea como fuere, no tenés otra opción.
– Quizás sí la tenga.
El padre apoyó la taza de café sobre la mesada de la cocina y lo miró fijo.
– Hace rato que dejamos de ser esa familia feliz que mamá insiste con seguir mostrando.
– Seamos o no felices, somos una familia y las reglas siguen intactas. Y las reglas están hechas para cumplirlas.
Esta vez fue Esmeralt quien lanzó la risa irónca.
– Es fácil decir eso cuando vos fuiste el que las creó… todo va a ser siempre en beneficio de ustedes.
– Vos sabías cuáles eran desde el principio.
– ¡¿A quién se le ocurre poner como requisito que tu hijo te acompañe de viaje todos los benditos julios de su vida solo para mostrar ser algo que no somos?!
– A quienes te pagan…
Esmeralt lo interrumpió bruscamente.
– Sí, sí, sí. Lo tengo claro. Imposible olvidarlo. Tengo sus voces todo el año como pájaros carpinteros taladrándome la cabeza.
Esmeralt se sentó en la silla de la cocina intentando contener su furia.
– La sangre no asegura el afecto… y los pactos retorcidos como este, menos todavía.
El padre se encogió de hombros.
– Vos sabías cuáles eran las reglas y las aceptaste…
Agarró su taza de café y se dispuso a irse de la cocina, pero antes volvió a dirigirse a su hijo.
– Y también sabés cuál es el costo de la transgresión.
El padre desvió la mirada mientras se iba de la cocina y Esmeralt se quedó con un sabor amargo en la boca y una tormenta de fuego en la mirada. Después de un rato se levantó de la silla para servirse él también un poco de café mientras todavía estuviera caliente. Buscó una taza y justo cuando estaba por agarrar el azúcar se llevó puesta una pila de cajas que, hasta entonces, no había registrado pero que se encontraba justo en el medio de la cocina. El choque hizo que la caja que estaba arriba de la pila, y todo el contenido que tenía adentro, se cayera al piso. Estaba a punto de patear todos esos bártulos con furia, pero cuando los vio detenidamente le llamaron tanto la atención que no pudo sino acercarse para verlos mejor. Por el piso de la cocina había desperdigados unos escarpines rosas, baberos de Minnie, remeras chiquitas de mariposas, unas mantitas de bebé… Esmeralt no entendía qué era todo esto pero, sobre todo, qué hacía en la cocina de la cabaña de sus padres. Empezó a acomodar las cosas y percibió que, aunque se notaba que jamás habían sido usadas, tenían un olor rancio, a viejo. No reconocía nada de todo eso ni se imaginaba de quién podía llegar a ser.
Cuando terminó de guardar todo lo que se había caído al piso descubrió un sobre de madera. Dentro del sobre había una lámina que decía «Esmeralda: nombre femenino que proviene del griego antiguo smáragdos (σμάραγδος) que, más tarde, pasaría al latín smaragdus y este al francés esmeraude. Desde sus inicios, este nombre se relaciona con la piedra preciosa. Las niñas llamadas Esmeralda están llenas de imaginación y energía desbordante. El día del santo se celebra el 8 de agosto». Un torbellino de ideas y de recuerdos se coló de golpe en la mente de Emeralt. Las millones de preguntas que recibió a lo largo de su vida sobre su nombre volvieron a emerger a la superficie. Y el exacto instante en que, a la edad de 10 años, les exigió a sus padres que le explicaran de dónde provenía su nombre tan extraño, y ellos le dijeron casi con hartazgo que lo habían tomado de una empresa de muebles. Recién con la llegada de Google Emeralt había podido comprobar que esa empresa existía, pero tenía como fecha de fundación varios años después de que él hubiera nacido… Ya en la adolescencia el tiempo de las preguntas había quedado atrás, pero nunca se había disipado por completo en él la duda. Pero ahora, al verse de frente con una versión más coherente de su propio nombre, todo cobraba un nuevo sentido.
Cuando el padre volvió a la cocina y se encontró con Emeralt y la lámina de Esmeralda en la mano, se quedó paralizado.
– ¿Quién se supone que es Esmeralda? ¿Qué son todas estas cosas?
El padre ni siquiera abrió la boca.
– Respondeme porque te juro que salgo por esa puerta y no me volvés a ver más.
– ¿No te parece un poco exagerado?
– Considerando que cada julio me enfrento a una nueva mentira, no.
– No es ninguna mentira… nunca te mentimos… solo lo omitimos.
– ¿Qué cosa exactamente?
– Un bebé… que no fue.
– ¡¿Tuve una hermana mayor y nunca me enteré?!
– No exactamente… era tu hermana pero iba a nacer junto con vos… y no nació.
El padre se mantuvo rígido pero no pudo evitar un tono brillante en sus ojos.
Emeralt se levantó como un resorte. Una gran tormenta de bronca y confusión se apoderaron de él. Aunque no entendía nada de todo esto que estaba sucediendo, a la vez sintió como si hubiera recibido una respuesta que no tenía ni idea de que estaba esperando. Ahora entendía por qué toda su vida había tenido la sensación de estar incompleto, de estar caminando solo con un costado de su cuerpo.
– ¿Cuándo se suponía que me lo iban a contar?
– Probablemente nunca.
– ¡Claro! Pero dejaron estas cajas en el medio del camino para que me enterara directamente por mi cuenta…
El padre se encogió de hombros.
– A veces hacemos cosas sin pensar…
– Siempre, diría yo. Hasta acá llegó mi trato.
– ¡Ahí tenés! Una nueva excusa para transgredir las reglas que vos mismo aceptaste…
Esmeralt se encogió de hombros, igual que su padre lo había hecho unos segundos antes, y le contestó con tono burlón:
– A veces hacemos cosas sin pensar…
– ¿Sabés las consecuencias?
– Yo voy a pagar mi propio tratamiento. Tenía que imaginarme que unos padres que extorsionan a su hijo con la salud a cambio de una buena pantalla, no podrían darme nunca un amor sano. Pero ocultarme una hermana… una parte de mí… una melliza. De esto ya no hay vuelta atrás.
Emeralt subió para recoger sus bolsos y ponerse las zapatillas. Bajó las escaleras ya dispuesto a irse de la cabaña. El padre lo agarró del brazo para frenarlo.
– ¿Qué se supone que le tengo que decir a tu madre? Esto la va a destruir.
– Decile que hasta acá llegué. Que esta vez no va a haber un próximo julio. Y que espero que en una próxima vida aprenda a amar desde el corazón y no desde las reglas ni desde la apariencia. Y decile también que si me fui es porque tengo que buscar por mis propios medios algo del amor propio que ella jamás supo construir en mí. Y vos tampoco.
Emeralt cerró la puerta de la cabaña y sintió cómo, detrás de él, se caían uno por uno los recuerdos de una infancia quebrada y de una vida construída sobre mentiras. No lo supo en ese momento, pero lo sabría después, que aunque fuese el camino más doloroso de todos, era el correcto: la única forma para construir lo que él anhelaba era destruyendo lo que tanto daño le había hecho. Aunque eso significara cortar con los lazos que se supone son los más sagrados.
FIN
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