[Mi punto de partida. La propuesta de @jac_geor para seguir la historia y la de @alex_ines28 para terminarla.]
Primera parte
Federico saltó de la cama. No le gustaba llegar tarde nunca, pero hoy menos todavía. Se bañó, se lavó los dientes, se puso el jean y la remera y para cuando se miró al espejo por primera vez en el día se dio cuenta de que no había sonreído todavía. Su seriedad le impresionaba como si se estuviera viendo desde los ojos de otra persona. No desayunó, se metió la billetera y el celular en el bolsillo. Agarró las llaves y se fue. Ni siquiera su vecinito Manuel le sacó una sonrisa mientras esperaba el ascensor. Para cuando salió de su edificio su cara seguía siendo de piedra.
Federico se subió al auto y siguió el mismo camino que había transitado todas las mañanas durante los últimos 15 años. Todavía se acordaba de cuando, con solo 20 años, había ido a la entrevista para la pasantía «poco» remunerada que un tiempo después, con título en mano,Federico respiró profundo antes de interrumpirlo. E se tranformaría en un puesto de joven profesional. Ese camino que lo había llevado a donde estaba hoy le parecia que había sido larguísimo y que, a la vez, se había pasado volando. Llegó al estacionamiento de la fábrica y ocupó el mismo espacio de siempre. Apagó el motor del auto pero no se bajó rápido como todos los días. Sus manos no se despegaban del volante ni su mirada podía dejar de ver el horizonte.
Llegó a la oficina de Raúl, su jefe más querido, el único que había tenido hasta ahora. Decirle que se iba era casi tan difícil como si le hubiera tenido que decir a su papá que ya no podía seguir siendo su hijo. Claro que lo segundo no podía ocurrir nunca. Pero la sensación de desilusionar a alguien tan querido, era la misma.
Raúl estaba muy tranquilo, sentado frente a su computadora con su café amargo a medio tomar. Aunque por recomendación médica hubiera tenido que bajar el ritmo de su trabajo, seguía insistiendo con ser el primero en llegar y el último en irse. No concebía otra forma de compromiso con el trabajo, y eso era algo que Federico se llevaría de ejemplo para siempre.
Federico respiró profundo antes de interrumpirlo. Este anuncio se le estaba haciendo más difícil de lo que había imaginado. «Rulo». «Sabés que es una falta de respeto que me digas así, ¿no?». El tono burlón de Raúl siempre lo había hecho rejuvenecer diez años. Y su incipiente calvicie siempre era motivo de «autoburla». Federico se rió, con esa risa exagerada que solo los nervios pueden generar. Pero justo cuando estaba a punto de darle a Raúl la noticia de su renuncia, se encontró con una situación inesperada.
Segunda parte
Raúl le señaló la silla que estaba adelante de él «Quiero que hablemos de algo». Federico se sentó. No podía contener los nervios. ¿Habría intuido Raúl que algo estaba pasando? «Sabés que no me estoy haciendo más joven… le pedí a todos lo santos pero todavía no se me dio ese deseo» Raúl sonrió. Federico por primera vez vio sus ojos cansados hundidos en las arrugas de la cara. Asintió porque no le salían del todo las palabras y no quería titubear. «Lo estuve pensando mucho, mis hijos no saben nada de este negocio ni les interesa. Los dos con los que me hablo, porque la tercera ni siquiera me dirige la palabra.» Raúl se agarró la cabeza con las manos. Federico sabía que ese era un tema que no lo dejaba dormir. «En fin, a lo que voy es, vos sos como un hijo para mí.» «¿Yo?» Federico no pudo controlar su sorpresa. «Quizás más que un hijo… porque me gustaría dejarte a vos al mando de la empresa.» Todo el cuerpo de Federico se apoyó sobre el respaldo de la silla. Los nervios, la ansiedad, el anuncio, la idea de un nuevo comienzo se mezclaron en un remolino que lo volteó sin dejarlo responder. Si bien sabía que ese iba a ser un día importante para él, no lo estaba siendo de la forma en que lo había imaginado.
«¿Y? ¿no vas a decir nada?» Raúl no le sacaba los ojos de encima mientras le sonreía con ternura. Federico estaba completamente paralizado. «Me tomaste por sorpresa, Rulo… yo justo te venía a decir todo lo contrario». La sonrisa de Raúl se apagó de golpe. Él también se desplomó sobre el respaldo: después de 15 años de haberlo educado profesionalmente creía conocer a Federico como la palma de su mano. Pero evidentemente estaba equivocado. «¿Te vas?». Qué dolor tremendo escuchar esa frase. Qué terrible ver la decepción de Raúl mientras la pronunciaba. Qué desesperación saber que en este punto ya no había vuelta atrás. «Me ofrecieron un puesto muy bueno. Hubiera sido muy tonto de mi parte rechazarlo. Yo no sabía que…» «¿Qué no sabías? ¿Que sos el único en todo el piso que conoce la clave de la caja de seguridad?» «No, bueno…» «¿Que sos el único que sin ser de la comisión directiva está al tanto de todo lo que se habla en todas las reuniones?» «Sí, eso sí, pero…» «¿O que sos al único al que llamo los domingos a la tarde cuando no puedo descansar por pensar cómo voy a mantener todo esto a flote?». La última pregunta Raúl la hizo en el tono más elevado que Federico le había escuchado usar jamás. Federico guardó silencio. No podía ni siquiera poner en palabras lo mal que le hacía sentirse un traidor. ¿Tan mal había interpretado su lugar en la empresa? ¿Lo que para él era un abuso de su tiempo era en realidad una gran dosis de confianza?
«Andá, pibe». Raúl se levantó y le señaló la puerta. «Rulo…» «Andá. Gracias por todo, pero hasta acá llegamos.» Federico se levantó con pesadumbre. Raúl lo acompañó hasta la salida de su oficina y antes de cerrar la puerta tras de él le dijo «Espero tu telegrama de renuncia». Ahí estaba Federico, con los ojos clavados en esa puerta que sabía que ya no se iba a volver a abrir.
Cinco años después de ese día que quedaría por siempre grabado en su memoria, Federico se reencontró con sus ex compañeros de oficina en un evento del rubro. Sabía que iba a estar la empresa que lo había visto crecer, y buscó desesperadamente a Rulo entre copas de vino y bandejas de comida. Quería poder contarle la responsabilidad que había asumido, cómo había crecido, la gente que tenía a cargo y las innumerables veces en que había aplicado todo lo que él le había enseñado. Le hubiera gustado presentarle a su familia, y contarle lo que le costaba llegar a fin de mes pagando millonadas por el medicamento del hijo mayor que no le cubría la obra social. También le hubiera gustado pedirle perdón por haberlo desilusionado. Siempre había sentido que las cosas se podrían haber dado distinto si Raúl no se hubiera quedado con el orgullo que le había generado el dolor.
«No te gastes» Federico se dio vuelta y se encontró con Viviana, la hija menor de Raúl. «No va a venir». Federico y Viviana se abrazaron como se abraza a los viejos amigos. «¿Y qué hacés vos acá?» «Así como me ves soy la CEO» Federico no pudo disimular su sorpresa «Felicitaciones, Vivi… no había escuchado nada… pensé que había asumido alguien de afuera» «Papá se preocupaba por disimular que soy la hija… nada que ver con vos, que hubiera hecho todo para que los llamaran padre e hijo a ustedes dos.» Federico sonrió con tristeza. «Veo que por lo menos volvieron a hablarse…» «Si… fue un golpe duro que te fueras. Pero estuvimos ahí para atajarlo. Como tenía que ser en realidad…». «Sí, supongo». «Cada uno asumió su camino lógico….». Federico se quedó pensando un momento «¿Por qué dijiste preocupaba? ¿En pasado?». Viviana le sonrió. Sacó de su cartera un papel y se lo dio. «Ya te van a llamar sus abogados. Papá nunca se resignó a dejarte ir del todo. Acá tenés el detalle de lo que te corresponde a vos». Viviana se alejó entre la gente dejándolo a Federico con el pulso acelerado y el papel en la mano. Raúl había sido muy orgulloso para seguir hablándole en vida, pero no se había olvidado de él cuando se fue. Con ese simple papel, y sin que él se lo hubiera pedido, Raúl le había dejado asegurada la salud de su hijo y el binestar de su familia. Esa noche Federico lloró a Rulo como el padre que fue para él. Y deseó con todas su fuerzas que también a él se le cruzara en el camino un «Federico» a quien poder entrenar, delegar y querer como a un hijo. Porque si algo le había enseñado esa primera empresa que lo había visto crecer es que a veces los lazos más fuertes no comparten ADN.
– Fin –
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